Ciertamente no parecer tener la comunidad evangélica (las comunidades evangélicas) la fuerza social suficiente como para provocar que el poder político, que la clase política dominante admita sin reservas la inconstitucionalidad e improcedencia del Concordato, y se atreva a dar algunos pasos en la dirección que habría de producir su definitiva revocación.
Ahora bien, para que tal cosa ocurra, pienso que se necesita constituir una fuerza social de mayor impacto, de mayor cohesión, y de mayores proporciones. Lo penoso es que los sectores y las fuerzas sociales que podrían ser unos excelentes aliados de las comunidades evangélicas en esta lucha, paradógica e históricamente han recibido de las comunidades evangélicas el mismo trato discriminatorio, estigmatizado y de negación que la ha dado la iglesia católica. En otras palabras, dichos sectores han recibido el mismo trato de dos especiales aliados en su contra: la iglesia católica y las comunidades evangélicas.
Lo interesante y curioso del caso es que antes de que se produzca la revocación o simple revisión del Concordato, muy posiblemente se revoquen primero una serie de leyes igualmente inconstitucionales e improcedentes (desde la misma perspectiva constitucional y del estado actual de derechos), pero con las cuales se identifican y reclaman tanto su aplicación las comunidades evangélicas, y que hasta se consideran parte del inventario de sus conquistas políticas y sociales.
Por otro lado, otro aspecto a considerar es que en su lucha contra la vigencia del Concordato, necesitan la comunidades evangélicas presentarse más unidas que lo que hasta ahora lo han hecho, cosa que parece más difícil de lograr que lo que están dispuestas a admitir las mismas comunidades evangélicas.
En suma, si las comunidades evangélicas aspiran a ser tomadas en serio en su lucha contra la vigencia y aplicación del Concordato; en primer lugar, deben evitar transmitir la idea de que también desean que se establezca con ellas una especie de Concordato, o concordatos; en segundo lugar, deberán tratar de mostrarse más unidas y cohesionadas que lo que en verdad se han mostrado hasta ahora, cosa que, por demás, parece muy difícil o imposible de lograr, y por muchísimas razones, por supuesto; en tercer lugar, deberán reconsiderar la forma en que se relacionan e interactúan con otros sectores, minorías, y fuerzas sociales que igualmente por años han venido cuestionando la inadmisible hegemonía y tiranía que ha pretendido establecer la Iglesia Católica en el país, pero que han recibido de las comunidades evangélicas mismas un trato no muy acogedor y halagüeño, así de sencillo.
¡Muy buenos días!
Ahora bien, para que tal cosa ocurra, pienso que se necesita constituir una fuerza social de mayor impacto, de mayor cohesión, y de mayores proporciones. Lo penoso es que los sectores y las fuerzas sociales que podrían ser unos excelentes aliados de las comunidades evangélicas en esta lucha, paradógica e históricamente han recibido de las comunidades evangélicas el mismo trato discriminatorio, estigmatizado y de negación que la ha dado la iglesia católica. En otras palabras, dichos sectores han recibido el mismo trato de dos especiales aliados en su contra: la iglesia católica y las comunidades evangélicas.
Lo interesante y curioso del caso es que antes de que se produzca la revocación o simple revisión del Concordato, muy posiblemente se revoquen primero una serie de leyes igualmente inconstitucionales e improcedentes (desde la misma perspectiva constitucional y del estado actual de derechos), pero con las cuales se identifican y reclaman tanto su aplicación las comunidades evangélicas, y que hasta se consideran parte del inventario de sus conquistas políticas y sociales.
Por otro lado, otro aspecto a considerar es que en su lucha contra la vigencia del Concordato, necesitan la comunidades evangélicas presentarse más unidas que lo que hasta ahora lo han hecho, cosa que parece más difícil de lograr que lo que están dispuestas a admitir las mismas comunidades evangélicas.
En suma, si las comunidades evangélicas aspiran a ser tomadas en serio en su lucha contra la vigencia y aplicación del Concordato; en primer lugar, deben evitar transmitir la idea de que también desean que se establezca con ellas una especie de Concordato, o concordatos; en segundo lugar, deberán tratar de mostrarse más unidas y cohesionadas que lo que en verdad se han mostrado hasta ahora, cosa que, por demás, parece muy difícil o imposible de lograr, y por muchísimas razones, por supuesto; en tercer lugar, deberán reconsiderar la forma en que se relacionan e interactúan con otros sectores, minorías, y fuerzas sociales que igualmente por años han venido cuestionando la inadmisible hegemonía y tiranía que ha pretendido establecer la Iglesia Católica en el país, pero que han recibido de las comunidades evangélicas mismas un trato no muy acogedor y halagüeño, así de sencillo.
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