La ley 275-97 (cuota de la mujer) versus La Constitución Vigente (paridad)


A propósito de la obsoleta cuota de la mujer del 33 %


Héctor B. Olea C.

No deja de ser frustrante, preocupante, fuente de tristeza e impotencia para la mujer dominicana como tal, para la mujer que participa de la actividad política partidista, incluso para la mujer religiosa; así como para todas las organizaciones y personas particulares que se sienten comprometidas con la lucha que persigue la paridad en el trato que recibe la mujer y el hombre en la sociedad (y en todos los ámbitos de la misma); el observar que tanto para el gobierno y su partido, como para los partidos de la oposición, los dos aspectos de su especial interés son: 1) el de si las primarias de los partidos deben ser abiertas o cerradas; 2) el tema del financiamiento e ingreso de los partidos (no tanto el tema de los gastos de la campaña).

Ciertamente mueve a sospechas la manera en que tanto el sector oficialista como el de la oposición, incluso el segmento que representan las llamadas organizaciones representativas de la comunidad evangélica; han hecho causa común, y observamos una especie de silencio consensuado o al menos demasiado coincidente, pues ninguno de estos sectores se ha pronunciado ni pone sobre el tapete el tema de la participación de la mujer en el marco y a la luz de lo que en realidad establece la Constitución vigente.

Digo esto porque el proyecto de ley de partidos y organizaciones políticas que se encuentra actualmente en el congreso (y que se supone que será objeto de estudio en esta semana), curiosa y maliciosamente apela a la ley 275-97, e insiste en la ya inadmisible cuota del 33 % establecido por dicha ley.

En tal sentido, es preciso poner de relieve que el proyecto de ley en  cuestión, en su artículo 24, literal “f”, plantea:

“Derecho de Participación de la Mujer: Los Partidos y agrupaciones políticas deben desarrollar los esfuerzos necesarios para incorporar a las mujeres plenamente a la actividad política. Es obligatorio que los organismos de dirección nacional de los partidos estén compuestos e integrados por una representación no menos de un treinta y tres por ciento (33%) de mujeres. La presentación de candidaturas a cargos públicos electivos debe respetar la cuota electoral de la mujer consagrada en la Ley Electoral”.

A estas alturas, y en virtud de que es la Constitución la que tiene la supremacía, además de que la Constitución es en el tiempo, posterior a la ley 275-97; la lógica, el sentido común, el compromiso con la lucha que persigue un trato igualitario para la mujer en relación al hombre, al varón; lo que se espera es sencillamente que se abandone el obsoleto discurso respecto de la cuota de la mujer de no menos de un 33 %, y se plantee e insista en la participación de mujeres y hombres en las mismas condiciones, con las mismas oportunidades, sin discriminación ni desventaja alguna para la mujer.   

Lo que se espera es que en la actualidad el sector oficialista, los partidos de oposición, las organizaciones populares, las organizaciones representativas de la comunidad evangélica, etc.; insistan en procurar que 1) la prerrogativa constitucional de la igualdad intrínseca entre el hombre y la mujer, y 2) de la participación equilibrada de mujeres y hombres que debe haber en las candidaturas a los cargos de elección popular para las instancias de dirección y decisión en el ámbito público, en la administración de justicia y en los organismos de control del Estado (artículo 39, numerales 4 y 5), sean una indiscutible realidad. Cito:

4) “La mujer y el hombre son iguales ante la ley. Se prohíbe cualquier acto que tenga como objetivo o resultado menoscabar o anular el reconocimiento, goce o ejercicio en condiciones de igualdad de los derechos fundamentales de mujeres y hombres. Se promoverán las medidas necesarias para garantizar la erradicación de las desigualdades y la discriminación de género”;

5) “El Estado debe promover y garantizar la participación equilibrada de mujeres y hombres en las candidaturas a los cargos de elección popular para las instancias de dirección y decisión en el ámbito público, en la administración de justicia y en los organismos de control del Estado”.

En consecuencia, si en realidad estamos comprometidos con el ideal de que es la Constitución la que tiene la supremacía frente a toda otra legislación; es preciso, pues, que insistamos en que la Constitución está por encima de la ley 275-97, y que ahora estamos en el momento preciso para hacer la adecuación de lugar, para someter la participación de hombre y mujer al imperio de lo que establece nuestra carta magna en su artículo 39, numerales 4 y 5; prerrogativas constitucionales que permiten calificar de obsoleta e inadmisible la famosa cuota del 33 % para la participación de la mujer, así de sencillo.


¡Hasta la próxima!


De la versión al texto fuente, del texto fuente a la versión


Un procedimiento legítimo y recomendado


Héctor B. Olea C.

El procedimiento que supone ir de la traducción a los textos bíblicos en sus idiomas originales; partir de las versiones o traducciones de la Biblia para aproximarnos a los textos bíblicos en sus idiomas originales, retornando de nuevo a las versiones de la Biblia, para poner de relieve lo que realmente dicen los textos bíblicos en sus idiomas originales; es, a nuestro juicio, un proceso legítimo, necesario e insustituible.

Por un lado, porque obviamente, la gran generalidad de las personas creyentes y no creyentes, no leen la Biblia en hebreo y griego (no se aproximan de manera directa a los textos bíblicos en sus idiomas originales, sino mediante simples traducciones de la Biblia.

Por otro lado, porque a través de dicho procedimiento se puede poner de manifiesto, incluso en contra de lo que mucha gente piensa, que no siempre es una realidad, que muchísimas veces nos es cierto que las versiones de la Biblia transmiten con fidelidad lo que efectivamente dicen los textos bíblicos en sus idiomas originales.

Con otras palabras, que no siempre lo que se lee en las versiones de la Biblia es sencillamente una transmisión fiel y acertada de lo que en realidad dicen los textos fuentes, los textos bíblicos en sus idiomas originales; que no todo lo que se lee en las versiones de la Biblia es lo que en efecto dicen los textos bíblicos en sus idiomas originales.  

Ahora bien, es recomendable que este procedimiento tenga como punto de partida una versión de la Biblia de mucha aceptación, bien conocida, bien establecida, dominante y representativa. Y he aquí la razón por la que por lo general, cuando quiero llamar la atención sobre un determinado texto bíblico, es la versión Reina Valera 1960 mi punto de partida.   

Además, y como es sabido, la generalidad de las personas que no conocen los idiomas bíblicos, incluso muchas de las pocas personas que sí tienen por lo menos algunas nociones de los mismos; cuando realizan un estudio comparativo de versiones de la Biblia, por lo general no lo hacen con un sentido crítico.

En todo caso, el procedimiento en cuestión cobra todavía más importancia cuando se consideran al mismo tiempo versiones de la Biblia de prestigio (que es lo que acostumbro a hacer), como La Biblia de Jerusalén, y versiones de la Biblia bajo sospecha, como la Traducción del Nuevo Mundo de las Santas Escrituras; para poner de manifiesto que, como en el caso específico que involucra el nombre «Santiago», y muchos otros, son iguales de desacertadas, sin que se pueda establecer diferencia alguna entre ambas, pues las dos fallaron al no transmitir lo que en realidad dice el texto fuente, el texto griego.
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Finalmente, debo confesar que me resulta demasiado lamentable y preocupante, el ver cómo se apelan a elementos y argumentos no textuales, no intrínsecamente relacionados con la labor de traducción, para tratar de justificar, al menos en algunos casos, el que las versiones de la Biblia no transmitan lo que realmente dicen los textos fuentes, los textos bíblicos en sus idiomas originales; así de sencillo.



¡Hasta la próxima!







En la traducción bíblica no siempre se impone el texto


¿«Jacobo» o «Santiago?
“Profesor, es que sólo usted dice eso….”


Héctor B. Olea C.

En una ocasión, en el contexto de una clase que estaba impartiendo en la Universidad Nacional Evangélica (UNEV), en el programa de Licenciatura en Teología; recuerdo que un estudiante, con mucho respecto  y delicadeza, me dijo: “Profesor, es que sólo usted dice eso”.

Esto ocurrió cuando llamé la atención al hecho de que la muy conocida carta o epístola de «Santiago» no es de «Santiago», sino de «Jacobo».  Obviamente, ante la falta de al menos una traducción o versión castellana de la Biblia que pudiera citar en ese momento como evidencia, además de mi testimonio personal; la preocupación del referido estudiante era cómo justificar, cómo atreverse a ir en contra, en una línea distinta a la tradicional, bien establecida, y sustentada en la que para muchas personas es todavía la mejor versión de la Biblia, y por cierto, apoyada en este punto por otras versiones de más prestigio.

Consecuentemente, la preocupación del estudiante en cuestión, al margen de cualquier prestigio personal de mi parte, es que hasta ese momento, no se tenía a la mano una versión de la Biblia en castellano que favoreciera mi punto de vista.    

De todos modos, insistía yo, en mi comentario, en que el texto griego (tanto el «Textus receptus» como el «Texto crítico»), «Jacobo» es el nombre, y no «Santiago», que el autor de la famosa epístola universal, católica, quien fuere, tenía por nombre «Jacobo», y no «Santiago». De hecho, según la Reina Valera 1960, el nombre «Jacobo»  se encuentra 41 veces en el Nuevo Testamento, y el nombre «Santiago» una sola vez, precisamente en el versículo 1 del primer capítulo de la carta identificada con dicho nombre.

Ahora bien, es preciso tener en cuenta que las 41 veces en que aparece «Jacobo» en el NT, como la única vez en que aparece «Santiago» en la Reina Valera 1960, es la traducción (más bien la transliteración) del nombre griego «iákobos», «Jákobos», o sea, «Jacobo», y no «Santiago». Consecuentemente, es obvio que resulta incomprensible esta falta de consistencia en la Reina Valera, y para ser justo, no sólo en ella, pues versiones que se entienden mejores que la Reina Valera en muchos aspectos, como La Nueva Versión Internacional, La Biblia de Jerusalén 1998, y La Biblia del Peregrino de estudio, también hicieron exactamente lo mismo que la Reina Valera 1960.

Y para las personas que llevan anotaciones respecto de la Traducción del Nuevo Mundo de las Santas Escrituras (la de los Testigos de Jehová), tengo a bien decirles que es en este caso, tan desacertada, sin diferencia alguna, como las ya mencionadas.  

Ahora bien, siempre me ha resultado curioso el observar a comentarios bíblicos, incluso diccionarios bíblicos, cuando procurando identificar al autor de la carta de «Santiago», apelan al resto del NT, especialmente a los evangelios, incluso Hechos y Gálatas 1.19; 2.9.12; Judas 1, donde jamás se lee «Santiago», sino «Jacobo».

Y para las personas que sospechan que es la tradición textual latina la culpable, debo decirles que resulta llamativo que incluso la Vulgata Latina tradujo «Iacobus» (Jacobo). En todo caso, resulta demasiado sorprendente que La Sagrada Biblia, traducción de la Vulgata Latina, realizada por el P. José Miguel Petisco (de la Compañía de Jesús), y publicada por la Fundación Jesús de la Misericordia, Quito, Ecuador; traiciona aquí a su fuente, pues identifica la epístola universal en cuestión, como la Reina Valera 1960, o sea, como «Santiago», y no como «Jacobo».
  
Retomando, pues, la ocasión en la que mi apreciado estudiante me dijo: “Profesor, es que sólo usted dice eso”; debo decir que esto ocurrió para antes del año 2000, incluso para antes del año 2001, año en que salió al mercado La Biblia Textual, sólo el Nuevo Testamento.

Por supuesto, traigo a colación la primera publicación de La Biblia Textual, pues fue la primera versión de la Biblia en castellano con que me encontré y que pude mostrar en la clase, obviamente posteriormente a la referida situación), que a diferencia de la dominante Reina Valera 1960, tradujo «Jacobo», y no «Santiago».  

Vino a ser, pues, La Biblia Textual, mi primer testimonio en castellano que pude presentar, al margen de toda mi argumentación personal, al margen de lo que particularmente decía yo; que confirmaba que no sólo yo me atrevía a decir, a justificar, en contra del consenso establecido, que «Jacobo» es «Jacobo», y no «Santiago», así de sencillo.   



¡Hasta la próxima!

Profesor, ¿por qué translitera usted «elojím» y no «elohim»?


Una explicación esperada


Héctor B. Olea C.


En primer lugar, debo aclarar que me identifico y me siento comprometido con la «transliteración fonética», y no con la «transliteración lingüística».

La «transliteración lingüística» se preocupa por comunicar en caracteres de un idioma, la morfología (básicamente la composición silábica) de las palabras de otro idioma o lengua. Por su parte, la «transliteración fonética» se esfuerza por transmitir lo más exactamente posible, con caracteres de un idioma, la equivalencia fonética de las palabras de otro idioma.

En segundo lugar, para la realización de una «transliteración fonética», es preciso que la persona conozca no sólo el alfabeto de la lengua de la cual quiere hacer dicha transliteración, obviamente, a la lengua que habla o maneja. En tal sentido, es necesario tomar en cuenta que, morfológicamente, la “hache castellana” (“h”), y la “eich inglesa” (“h”) son equivalentes a la “he” o “hei hebrea” (h).

Ahora bien, no se debe perder de vista el que desde el punto de vista de la fonética, la “eich inglesa” (“h”) es equivalente a la “he” o “hei hebrea” (h), en el sentido de que ambas no son silentes, y se pronuncian con la equivalencia fonética de la “jota castellana” (“j”). De ahí, como caso ilustrativo, que le resulte extraño que desde del inglés se haga referencia a la marca de automóvil japonesa «Honda», con la pronunciación “Jonda”.  

Consecuentemente, tenemos que admitir que la transliteración «elohim» es inglesa, e impuesta al castellano por las obras teológicas, por comentarios bíblicos, etc., que han tenido el inglés como lengua fuente (obras que han llegado al español vía el inglés, pero que se escribieron originalmente en otra lengua, como el alemán o el francés, etc.), u original (obras que se escribieron originalmente en inglés).

Por otro lado, y por lo que acabamos de decir, hay que poner de relieve que  mientras que la “hache castellana” (“h”) coincide con la “eich inglesa” (“h”), como equivalentes de la “he” o “hei hebrea” (“h”), morfológicamente hablando; no  obstante, es la “jota castellana” (“j”) la que posee una equivalencia fonética con “he” o “hei hebrea” (“h”) y con la “eich inglesa” (incluso con la letra hebrea “jet” -“h”). 

Luego, en virtud de lo ya dicho, frente al hecho del carácter no silente de la “he” o “hei hebrea” (“h”), y de la “eich inglesa” (“h”); la transliteración «elohim» es una transliteración comprensible, acertada y defendible del hebreo al inglés, pues en ambos idiomas la pronunciación, la fonética será «abrajám».  
 
Pero dado el carácter silente de la “hache castellana” (“h”), como en huevo, hueso, hielo, habichuela, hierro; la correcta transliteración fonética castellana del hebreo «elohim» (fonéticamente «elojím»), es «elojím».

Por supuesto, debo decir que la “he” o “hei hebrea” (“h”) es silente en algunos casos, como cuando es la última consonante de una palabra, que no cierra la última sílaba. En estos casos, en la transliteración fonética puede ahorrarse. Por ejemplo, la palabra «isháh» o «ishá»: mujer; y la palabra «javáh» o «javá»: aldea.

Luego, si como la última consonante de una palabra se considera que cierra la sílaba y que mantiene su carácter de no silente, entonces aparecerá con un punto dentro llamado «mappiq». Por ejemplo, en la palabra «susáj»: caballo de ella (la «j» señala la presencia de la «he» («je») como consonante que debe pronunciarse.

En suma, defiendo la transliteración «elojím», porque como «transliteración fonética» permite que las personas que no conocen el hebreo, se familiaricen  más y precisamente con la fonética de dicha palabra en hebreo, y no con la simple composición morfológica o silábica de dicha palabra.

Una pertinente observación respecto del diptongo griego «ou» («u»)

En el griego koiné existen siete diptongos (la combinación de cualquier vocal que tiene como segunda vocal una “iota” (“i”) o una “úpsilon” (“u”); pero ocurre que es el diptongo conformado por la vocal “ómicron” y por la vocal “úpsilon («transliteración lingüística»: “ou”; «transliteración fonética»: “u”), el de uso más frecuente, el que sobresale en uso, y por mucho en la lengua griega.

Ahora bien, una característica del diptongo “omicrón + úpsilon” (“ou”) es que siempre se pronuncia “u”, hecho que es admitido por las gramáticas que siguen la pronunciación o fonética del griego moderno, como por las gramáticas que siguen la fonética propuesta por Erasmo de Rotterdam en el siglo XV, la fonética erasmiana, que es con la que personalmente me identifico.   

Consecuentemente, mientras que la «transliteración lingüística» da cuenta de la morfología, de la composición silábica del diptongo “omicrón + úpsilon” (“ou”), la  «transliteración fonética» comunica la fonética del diptongo en cuestión (“u”).

Por esta razón es que mi transliteración del adverbio griego de negación (“no”), usado en el modo indicativo, no es lingüística (“ou”, “ouk”, “ouj”), sino fonética (“u”, “uk”, “uj”).

Por la misma razón mi transliteración del mismo diptongo, como desinencia del  caso genitivo masculino singular es «u». Por ejemplo, “de Dios”: “theú” (y no “theoú”); “de la palabra”: “lógu” (y no “lógou”); “del siervo o esclavo”: “dúlu” (y no “doúlou”); “del Señor”: “kuríu” (y no “kuríou”).  

Finalmente, como ya he dicho antes, la transliteración como la traducción, también es contextual. En tal sentido, la «transliteración fonética» «elojím», «u», son transliteraciones que le hacen justicia a la características del hebreo, del griego, y del castellano. Por supuesto, una «transliteración fonética» del hebreo y griego al Inglés, tiene que ser distinta, a la realizada del hebreo y griego al castellano, a menos que exista entre el Inglés y el castellano una equivalencia formal que permita la similitud u homologación de ambas transliteraciones.

Consecuentemente, rechazo la transliteración «elohim», porque sencillamente es una imposición al castellano desde el inglés, y de una manera lingüísticamente injustificada. Por supuesto, por las mismas razones hemos de rechazar cualquier imposición lingüísticamente injustificable del castellano al inglés.


¡Hasta la próxima! 


La presentación de los verbos y los sustantivos en los léxicos (diccionarios y vocabularios) griegos


Unas observaciones necesarias y pertinentes


Héctor B. Olea C.

Antes de analizar la presentación de los sustantivos en los léxicos (diccionarios y vocabularios) griegos; quiero antes llamar la atención respecto de algunos detalles relativos a la presentación de los verbos en los léxicos griegos.

Como también dije antes, son los verbos y los sustantivos los dos tipos de palabras que dominan y sobresalen en el léxico de las lenguas bíblicas, como ocurre en el castellano. Luego están los adjetivos, los adverbios, los determinantes (artículos, demostrativos, posesivos, numerales, indefinidos, interrogativos, exclamativos), las preposiciones, las conjunciones, las interjecciones.

Ahora bien, en virtud  de que algunos determinantes en castellano también pueden funcionar como como pronombres; es preciso tener en cuenta la siguiente observación: Cuando acompañan al sustantivo se consideran «determinantes»; cuando se usan en lugar del sustantivo, se consideran «pronombres».  

Presentación de los verbos en los léxicos (diccionario y vocabularios) griegos

Como ya puse de relieve antes, los verbos en los léxicos (diccionarios y vocabularios) griegos no se presentan en infinitivo, como en castellano. Los verbos se presentan en los léxicos griegos más bien con una forma verbal conjugada (con la excepción de los verbos contractos); una forma verbal de la primera persona común singular (yo), en tiempo presente, voz activa (a excepción de los verbos defectivos o deponentes), y en modo indicativo.

Ciertamente, para la comprensión de la presentación de los verbos en los léxicos griegos, es necesario tener en cuenta que existen cinco clases de verbos en la lengua griega koiné: 1) «Verbos omega» (verbos que tienen una “omega” como desinencia, al margen de si el tema del verbo termina en vocal o consonante); 2) «Verbos contractos» (verbos que antes de la “omega” como desinencia, tienen una “alfa”, una “epsilón” o una “omicrón”); 3) «Verbos líquidos» (verbos que antes de la “omega” como desinencia, tienen una “lambda”, L; una “mu”, m; una “nu”, n;  o una “rho”, r); 4) «Verbos deponentes o defectivos» (verbos que tienen en tiempo presente -forma básica-, una morfología de voz media o pasiva, pero con significado de voz activa); 5) Verbos en “mi”, en “numi”, los verbos en “alfa”.   

En resumen, todas las palabras que en un léxico (diccionario o vocabulario) griego tienen una “omega” como desinencia, por lo general son verbos. En realidad y, más exactamente, son formas verbales de la primera persona común singular (yo), tiempo presente, voz activa, modo indicativo. No es, pues, el infinitivo, sino un verbo conjugado (una forma verbal correspondiente a la primera persona común singular –yo-, tiempo presente, voz activa, modo indicativo), la forma en que se presentan los verbos en un léxico (diccionario y vocabulario) griego.

Las únicas tres excepciones a esta regla son: 1) los verbos contractos, que aparecen en dichas fuentes con una terminación o desinencia conformada por la “omega” precedida por una “alfa”, por una “epsilón”, o por una “omicrón” (“ao”, “eo”, “oo”). Luego, mientras que en el léxico se lee, por ejemplo, «agapáo», la primera persona del singular, en tiempo presente, voz actica, modo indicativo, es más bien: «agapó» (yo amo, quiero), y así respecto del verbo «filéo» («filó»: yo amo, quiero), y del verbo «pleróo» («pleró»: yo lleno, cumplo).

2) La segunda excepción es la que representan los verbos con la desinencia “mi”  (por ejemplo, «femí»: yo hablo, digo; «dídomi»: yo doy). 3) La tercera excepción la representan los llamados «verbos deponentes» o «defectivos» (verbos con una morfología de voz media o pasiva, pero con el significado de la voz activa. Estos verbos (que no son muchos) se presentan en los léxicos con la desinencia «omai» (por ejemplo, «érjomai»: voy, me marcho; «déjomai»: recibo; «guínomai»: soy). 4) La cuarta excepción la representan los verbos con la desinencia en “alfa” (a), como «óida»: sé, conozco.  

Finalmente, a diferencia del infinitivo en castellano, en el griego el infinitivo tiene tiempo (básicamente tres: presente, aoristo y perfecto), tiene voz (activa, pasiva, media). Luego, es importante decir que de acuerdo al tiempo y a la voz, el infinitivo griego puede tener una morfología propia y distinta. Por ejemplo, el infinitivo presente, activo del verbo «lúo» (yo desato), es «lúein»; pero el infinitivo presente del mismo verbo «lúo», voz media y pasiva es: «lúesthai».

El infinitivo aoristo del mismo verbo «lúo», voz activa es «lúsai»; el infinitivo del mismo verbo «lúo», en el mismo tiempo aoristo, pero en voz media, es: «lúsasthai»; sin embargo, el infinitivo del mismo verbo «lúo», en el mismo tiempo aoristo, pero en voz pasiva, es: «luthénai».

El infinitivo del mismo verbo «lúo», en tiempo perfecto, voz activa es: «lelukénai»; sin embargo, el infinitivo del mismo verbo «lúo», en el mismo tiempo perfecto, pero en la voz media y pasiva, es: «lelústhai».   

Presentación de los sustantivos en los léxicos (diccionario y vocabularios) griegos

Los sustantivos griegos se presentan en los léxicos en el caso nominativo (forma que adopta el sustantivo según la función que desempeña en la oración, mediante flexión; el nominativo es el caso del sujeto), en número singular y en el género que le es propio. El griego como el castellano, y a diferencia del hebreo, tiene tres géneros gramaticales: masculino, femenino, y neutro.

Ahora bien, en virtud de los tres gramaticales que existen en la lengua griega, diremos que por lo general, los sustantivos de género masculino (de la segunda declinación) tienen una “omicrón” + una “sigma” («os») como desinencia característica del caso nominativo, y así se los presenta en los léxicos.

Excepciones a esta regla son las palabras de género femenino de la segunda declinación (por lo general conformada por sustantivos de género masculino y algunos neutros), como «jodós» (camino), «bíblos» (libro).

Los sustantivos de género femenino de la primera declinación tienen como desinencia característica una “alfa” («a») o una “eta” («e»), y así se los presenta en los léxicos. Excepciones a esta regla son los sustantivos masculinos de la primera declinación (conformada por lo general por sustantivos de género femenino) como «neananías» (joven), «mathetés» (discípulo), y «profétes» (profeta).  

Los sustantivos de género neutro de la segunda declinación tienen como desinencia característica del caso nominativo singular, una “omicrón” + una “un” («on»). Por ejemplo, «téknon» (hijo, hija, descendencia); «dóron» (regalo); «déndron» (árbol).

Con relación a los sustantivos que conforman la tercera declinación; en primer lugar, es preciso tener presente que esta abarca los tres géneros (masculino, femenino y neutro); en segundo lugar, que las desinencias que tienen los sustantivos según el género (masculino, femenino, neutro), que conforman la tercera declinación, son distintas a las desinencias características de las dos primeras declinaciones (la primera y la segunda).

En tal sentido y, por ejemplo, sustantivos masculinos de la tercera declinación son: «árjon» (gobernador, príncipe); «basiléus» (rey); «anér» (varón, hombre, marido). Sustantivos de género femenino de la tercera declinación son: «dúnamis» (poder); «sarx» (carne); «méter» (madre). Sustantivos de género neutro de la tercera declinación son: «pnéuma» (Espíritu, espíritu); «guénos» (raza, nación); «fos» (luz).    

Consecuentemente, una pista que puede ayudar bastante al reconocimiento del género de los sustantivos en los léxicos (diccionarios y vocabularios) griegos, a pesar de la declinación a la que pertenezcan, a pesar de su declinación, es la siguiente: 1) Todo sustantivo que sea identificado con el artículo «jo» (una “omicrón” con espíritu rudo o áspero), es de género masculino. 2) Todo sustantivo que sea identificado con el artículo «je» (una “eta” con espíritu rudo o áspero) es de género femenino. 3) Todo sustantivo que sea identificado con el artículo «to» (una “tau” + una “omicrón”) es de género neutro.

En tal sentido, es preciso poner de relieve que hay léxicos que luego del sustantivo (separado por una coma), colocan el artículo: «jo», «je», «to». Por ejemplo, «lógos», «jo» (palabra: masculino); «foné», «je» (voz, sonido: femenino); «pnéuma», «to» (espíritu: neutro).

Pero hay otros que son más abarcadores, y agregan la terminación o desinencia del caso genitivo, en el siguiente orden: sustantivo, desinencia del genitivo, artículo (indicativo del género). Por ejemplo, «lógos», «ou», «jo»;  «foné», «es», «je»; «pnéuma», «tos», «to».    

       Finalmente, pienso que con estas pistas no debe haber muchos problemas al momento de distinguir e identificar con acierto esos dos conjuntos o segmentos principales de las palabras (verbos y sustantivos) que conforman el léxico de la lengua griega koiné, lengua de la Septuaginta y del Nuevo Testamento Griego.



¡Hasta la próxima!

La forma de presentar los sustantivos en los léxicos hebreos


Unas observaciones pertinentes


Héctor B. Olea C.

Después de haber arrojado luz respecto de la forma distinta del castellano de presentar los verbos en los léxicos, diccionarios y vocabularios bíblicos hebreos y griegos; quiero ahora presentar algunas observaciones respecto de la forma de presentar los sustantivos en el hebreo.

Por lo general, los verbos y los sustantivos (o nombres) son los dos tipos de palabras que dominan la mayor parte del léxico de los idiomas bíblicos, como ocurre en castellano. Luego están los adjetivos, los adverbios, los determinantes (artículos, demostrativos, posesivos, numerales, indefinidos, interrogativos, exclamativos), las preposiciones, las conjunciones, las interjecciones.

Ahora bien, en virtud  de que algunos determinantes en castellano también pueden funcionar como como pronombres; es preciso tener en cuenta la siguiente observación: Cuando acompañan al sustantivo se consideran «determinantes»; cuando se usan en lugar del sustantivo, se consideran «pronombres».   

Luego, al momento de considerar el uso de un léxico, diccionario o vocabulario hebreo, la comprensión de la manera de presentar los sustantivos en dichos recursos, demanda que se comprendan y se tengan en cuenta ciertos factores.   

En primer lugar, los sustantivos en hebreo tienen género (masculino o femenino, no existe el género neutro en hebreo).

En segundo lugar, los sustantivos en hebreo tienen número (singular, plural, dual).

En tercer lugar, la terminación o desinencia que indica el género femenino de los sustantivos en hebreo.

En el idioma hebreo, los sustantivos femeninos por lo general tienen como desinencia distintiva la vocal «qámes», con el valor fonético de «a», y la letra «he» («je»), con la morfología de la «h» castellana, pero silente (que no se pronuncia). Esto así, a pesar de que por lo general, la letra hebrea «he» («je»), no es silente, y tiene el valor fonético de la «j» castellana. En suma, la desinencia conformada por la «qámes»+«he» («ah»), identifica al llamado «género femenino formal».

Además, en virtud de que la «he» («je»), de la desinencia del género femenino formal es muda o silente, en la transliteración fonética puede ahorrarse. Por ejemplo, la palabra «isháh» o «ishá»: mujer; y la palabra «javáh» o «javá»: aldea.

Por otro lado, cuando la «he» («je») tiene un calor consonántico, como consonante final de una palabra que debe ser pronunciada; aparece con un punto dentro (como el «daguesh»), llamado «mappiq». Por ejemplo, en la palabra «susáj»: caballo de ella (la «j» señala la presencia de la «he» («je») como consonante que debe pronunciarse.

Consecuentemente, en las palabras «isháh» (mujer) y «javáh» (aldea), la «he» («je») apunta a la presencia silente de la misma, sin el «mappiq», por lo que, insistimos, se la puede ahorrar en la transliteración fonética «ishá» (mujer) y «javá» (aldea).  

También es preciso tener presente que, como plantea Arie C. Leder en su obra «Introducción al hebreo bíblico», también y por lo general son desinencias del género femenino hebreo, la vocal «patáh» (con el valor fonético de la “a”, más la consonante «tav» (t), así como la vocal «segól»” (con el valor fonético de la “e”, igualmente seguida por la consonante «tav» (t).

Existen tres clases de sustantivos que igualmente son de género femenino y que no terminan en «qames+he» («ah», «a»), «patah+tav» («at»), ni «segol+tav» («et»). Estos sustantivos son caracterizados por Moisés Chávez (Hebreo Bíblico Texto Programado) como de «género femenino intrínseco».

Estas tres clases son:

1)    Los sustantivos que denotan el sexo femenino, como “madre” («’em»), y “asna”(«’atón»).

2)    Los que señalan los miembros del cuerpo que se representan en pares, como “mano” («yad»), y “pie” («réguel»).

3)    Los nombres de países y ciudades que se consideran madres de sus habitantes, como “Canaán” («kena‘án»), y “Jerusalén” («yerusaláyim»).

En cuarto lugar, la terminación o desinencia de los sustantivos hebreos de género masculino.  

Con relación al género masculino, por lo general, las palabras que no se ajustan a las reglas dadas respecto del género femenino, son de género masculino y de número singular.

En quinto lugar, observaciones en cuanto al número gramatical de los sustantivos en hebreo.

Con relación al número gramatical, diré que el singular y el plural son exactamente equivalentes al singular y plural del castellano. El número dual, que formalmente no existe en castellano, hace referencia a las partes del cuerpo que existen en pares, tales como ojos (los ojos), pies (los pies), manos (las manos), orejas (las orejas), brazos (los brazos).

Con relación a la desinencia formal de cada número, el plural de los sustantivos masculinos por lo general termina en «im», por ejemplo: «baním» (hijos), de «ben». El plural femenino por lo general termina en «ot», por ejemplo: «banót» (hijas), de «bat».

La desinencia del número “dual” es «yim», por ejemplo, el plural de la palabra «yad» (mano) es «yadót» (manos, varias manos), pero el dual es «yadáyim» (las dos manos).
    
De todos modos y, como siempre, hay sus excepciones. En primer lugar, hay sustantivos que son de género masculino, pero su forma plural es la misma que las del género femenino formal. Por ejemplo, la palabra “padre” (singular «’ab», su plural es «abót»: padres). En segundo lugar, hay sustantivos femeninos que tienen en el plural la morfología del género masculino. Por ejemplo, «nashím» (mujeres), plural de «ishá»: mujer. En tercer lugar, hay sustantivos masculinos que sólo existen con una forma plural. Por ejemplo, «jayím» (vida), «ne‘urim» (juventud. En cuarto lugar, hay sustantivos que sólo existen con la forma del número dual, aunque sin ninguna indicación de número, sin ninguna indicación de paridad. Por ejemplo, «máyim» (agua), y «shamáyim» (cielo).  

En suma:

1)    En los léxicos y diccionarios hebreos bíblicos, los sustantivos por lo general se presentan en su forma básica, en singular, ya sea de género masculino o femenino (ya hemos explicado las excepciones).

2)    Existe una forma sencilla de distinguir los verbos de los sustantivos, al consultar un léxico o diccionario. Por lo general estas obras identifican los verbos empleando la letra castellana «Q» (fuera o dentro de un paréntesis), apuntando a la conjugación hebrea «Qal», que es la conjugación básica y simple, equivalente al modo indicativo y voz activa del castellano (aunque como ya hemos dicho, en la tercera persona masculina, singular, en tiempo o estado perfecto).

3)    De todos modos, a veces, dependiendo el caso, se emplean algunas de las letras que se usan para indicar las demás conjugaciones derivadas y, dependiendo el nivel del diccionario, se agregan las conjugaciones derivadas, con los prefijos y sufijos correspondientes.

4)    Con relación específica a los sustantivos, por lo general (dentro o fuera de un paréntesis) se coloca el plural, en conformidad a las desinencias ya mencionadas, agregando (dependiendo el nivel del diccionario), los sufijos del nombre, los sufijos pronominales.    




¡Hasta la próxima!

El uso del «infinitivo constructo» para presentar los verbos hebreos


El interesante caso del «Diccionario Español-Hebreo PROLOG»


Héctor B. Olea C.

Después de haber explicado que es una norma el que los léxicos, diccionarios y vocabularios de hebreo y arameo bíblicos, presenten los verbos no en infinitivo como en castellano (“ar”, “er”, “ir”), sino más bien en la tercera persona masculina singular, en tiempo o estado perfecto de Qal (la conjugación básica y simple); quiero ahora poner de relieve una especie de castellanización que está ocurriendo en el hebreo moderno, respecto de la forma de presentar los verbos en los diccionarios, léxicos y vocabularios.

Como ejemplo concreto he optado por citar el «Diccionario Español-Hebreo, Hebreo-Español PROLOG» (diccionario de hebreo moderno). Este diccionario fue publicado por la Editorial PROLOG Ltd, de Israel, con una primera impresión en el año 1999, siendo reimpreso en los años 2000, 2001, 2002, y 2003; es precisamente esta última, la del año 2003, la que desde hace años tengo en mis manos.

Pues bien, el «Diccionario Español-Hebreo, Hebreo-Español PROLOG», alejándose de la práctica tradicional de presentar los verbos hebreos en la tercera masculina singular, del estado o tiempo perfecto de la conjugación Qal; decidió emplear el «infinitivo constructo hebreo», acompañado de la preposición «le» (a, para, de).

Ciertamente el «infinitivo constructo hebreo» se usa frecuentemente en el hebreo bíblico, en el Tanaj, acompañado por las preposiciones «be», «ke», y «le». Con las preposiciones «be» y «ke», tiene el sentido de: “cuando”, “mientras”, “al”. Por ejemplo, en la frase «Cuando oyó esto Jabín rey de Hazor» (Josué 11.1); la traducción «cuando oyó», es la traducción de la expresión o palabra hebrea «kishemoá‘» (o «kishmoá‘»), infinitivo constructo (sin sufijo pronominal, que identifica el sujeto del infinitivo), del verbo «shamá‘»: “oír”, “escuchar”, “él oyó”, “él escuchó”.

Con la preposición «le», el «infinitivo constructo hebreo» por lo general apunta a un propósito, motivo, o resultado. También puede señalar incluso el gerundio castellano (ando, iendo, endo). Por ejemplo, el gerundio «diciendo», en Génesis 1.22 (lo mismo que en Génesis 2.16 y 3.17), es la traducción de «le’mór», infinitivo constructo del verbo «’amár» (“decir”, “hablar”, “él dijo”), con la preposición «le». Consecuentemente, «le’mor» podría traducirse, según el contexto: “diciendo”, “al decir”, “para decir”, o sencillamente “decir” (de aquí la práctica del «Diccionario Español-Hebreo, Hebreo-Español PROLOG»).   

Ahora bien, los editores del «Diccionario Español-Hebreo, Hebreo-Español PROLOG», explican que optaron por presentar los verbos en el «infinitivo constructo hebreo» acompañado de la preposición «le», en primer lugar, porque es el equivalente al infinitivo castellano, y porque es la práctica establecida en los léxicos, diccionarios y vocabularios en castellano.  

Otra razón que arguyen es que así no se requiere que el usuario conozca las raíces consonánticas del hebreo, ni la tercera persona masculina, singular del estado o tiempo perfecto, por supuesto, de la conjugación Qal.  

Sin embargo, a nuestro juicio, la práctica generalizada de los léxicos, diccionarios y vocabularios del hebreo bíblico, es preferible; en primer lugar, porque en realidad el infinitivo constructo no es más usado que la tercera persona singular, masculina, del estado o tiempo perfecto de Qal; ni es el infinitivo constructo hebreo un equivalente exacto del infinitivo castellano. En segundo lugar, porque si bien desde un principio no ha de conocer el estudiante la tercera persona singular, masculina, del estado o tiempo perfecto de Qal; por otro lado, tampoco habrá de conocer el infinitivo constructo. Además, habría que explicar también el uso del infinitivo constructo con las preposiciones (ya que también se usa sin preposición alguna), y en virtud de que no sólo se usa con la preposición  «le», como ya vimos.

A nuestro modo de ver, es preferible explicar desde un principio la forma distinta de presentar los verbos hebreos en la tercera persona singular, masculina, del estado o tiempo perfecto de Qal, y no en infinitivo simple, como el español o castellano; que producir una castellanización injustificada, presentando los verbos en el «infinitivo constructo hebreo», siguiendo la práctica del español o castellano.

Finalmente, llama la atención que incluso el traductor de Google sigue la práctica del «Diccionario Español-Hebreo, Hebreo-Español PROLOG», al traducir un infinitivo castellano con «infinitivo constructo hebreo», acompañado de la preposición «le». Por ejemplo, traduciendo del castellano o español al hebreo, el infinitivo “amar”, es traducido por el traductor de Google con el infinitivo constructo hebreo, con la preposición «le», o sea, «le’ejob», y así sucesivamente respecto de cada infinitivo castellano (siempre con la consonante “lamed”, como prefijo), por supuesto, sin vocales.  

En todo caso, es necesario que la persona hebreo hablante comprenda que el aprendizaje y dominio de la lengua castellana supone conocer sus recursos propios, sus formas propias, sus características peculiares, sus diferencias irreductibles respecto del hebreo; por supuesto, lo mismo se espera de la persona hispanohablante que aspire aprender y usar la  lengua hebrea. Sin  duda alguna, toda castellanización injustificada del hebreo es inadmisible, como toda hebraización injustificada del castellano, así de sencillo.  




¡Hasta la próxima!

Algunas puntualizaciones en torno al infinitivo castellano, hebreo y griego


Correcciones a una inadecuada práctica de algunos comentaristas bíblicos


Héctor B. Olea C.

La persona estudiosa de la Biblia, pero que no conoce los idiomas originales de la misma; debe considerar las siguientes observaciones, relativas al uso del «infinitivo castellano», en comparación al «infinitivo hebreo» y al «infinitivo griego».

Sin duda alguna no es acertada la práctica que hemos observado en muchos comentarios bíblicos y obras de teología, de hacer referencia a los verbos usados en la Biblia como si se emplearan igual que en castellano, me refiero específicamente al uso del «infinitivo» en los léxicos, diccionarios y vocabularios.  

Ciertamente es la forma del «infinitivo» (con las terminaciones “ar”, “er”, “ir”, primera, segunda y tercera conjugación respectivamente) la que se usa en los diccionarios, léxicos y vocabularios castellanos; sin embargo, no es el caso del hebreo y del griego.

Por otro lado, tampoco podemos dejar de lado que en realidad el «infinitivo castellano» tiene una forma compuesta (que no se usa en los léxicos, diccionarios y vocabularios), el llamado «infinitivo compuesto», con la morfología: “haber cantado” (verbo en “ar”), “haber bebido” (verbo en “er”), “haber partido” (verbo en “ir”).

Ahora bien, en lo que respecta al verbo hebreo, la forma verbal que se encuentra en los léxicos, diccionarios y vocabularios, no es el «infinitivo hebreo», como en  castellano; sino más bien una forma verbal en tiempo o estado perfecto, de la tercera persona del singular, género masculino, y voz activa.

En  tal sentido, cuando decimos que en Génesis 1.1 la forma verbal “creó” es una forma del verbo «bará’»; lo cierto es que es «bará’», tal y como se encuentra en Génesis 1.1, es precisamente la forma en que se ha de encontrar dicho verbo en los diccionarios, léxicos y vocabularios. Luego y, estrictamente, «bará’» no es tanto “crear” («infinitivo castellano»), como “él creó” (sentido preciso de la forma verbal hebrea que se encuentra tanto en Génesis 1.1, como en los diccionarios, léxicos y vocabularios.

Además, el «infinitivo hebreo» tiene dos formas que son extrañas para el castellano: el «infinitivo absoluto» (menos usado), y el «infinitivo constructo» (de mayor uso en la lengua hebrea y en el Tanaj). Obviamente, en un buen curso de hebreo se analizaría con detalles y de manera exhaustiva el uso del «infinitivo hebreo», cosa que no puedo hacer aquí.  

Finalmente, no es el «infinitivo hebreo» (en cualquiera de sus dos formas: «infinitivo absoluto» e «infinitivo constructo»), como ocurre con los verbos en castellano, la forma que encuentra en los léxicos, diccionarios y vocabularios; sino una forma verbal (un verbo conjugado) en estado o tiempo perfecto, de la tercera persona del singular, de género masculino, voz activa. Luego, «bará’» (tal y como se la encuentra en Génesis 1.1, como en los léxicos, diccionarios y vocabularios) no es tanto “crear” («infinitivo castellano»), sino más bien “el creó”.

En lo que al griego koiné se refiere, no es la forma del «infinitivo» (como ya dijimos que ocurre en castellano), la que se encuentra en los diccionarios, léxicos y vocabularios; sino una forma verbal (un verbo conjugado), en tiempo presente, voz activa, modo indicativo, de la primera persona común singular (yo).  

Además, y a diferencia del castellano, el «infinitivo griego» tiene “tiempo” (presente, aoristo y perfecto), tiene “voz” (activa, media y pasiva); y en lo que a su morfología se refiere, depende de la clase de verbo (si un “verbo omega”, si “un verbo contracto”, si un "verbo líquido", o si un “verbo en mí”).

Consecuentemente, al hacer referencia al verbo usado en la Septuaginta para traducir al verbo hebreo «bará’» en Génesis 1.1; lo correcto es decir que la Septuaginta tradujo la forma verbal «bará’», con la forma verbal «epóiesen»; forma verbal en tiempo aoristo primero, voz activa, modo indicativo, de la tercera persona singular, del verbo «poiéo» (yo hago), y no del verbo «poiéin» (“hacer”, («infinitivo castellano»).      

En todo caso, tal vez una opción alternativa, y que no ignora las observaciones que aquí hemos presentado; sería, por ejemplo, que el comentarista bíblico diga que en Génesis 1.1, la forma verbal “creó”, es la traducción de la forma verbal hebrea «bará’» (“crear”), del verbo hebreo «bará’»; y que dicha forma verbal hebrea fue traducida por la Septuaginta con la forma verbal «epóiesen», del verbo griego “hacer”, “crear”, o sea, «poiéo» (jamás «poiéin»).




¡Hasta la próxima!  

Los «textus receptus» y «textos críticos» en un estudio comparativo de versiones


Dos casos ilustrativos

Héctor B. Olea C.

Una evaluación comparada, justa y bien fundamentada de dos o más versiones de la Biblia (las que fueren), en primer lugar y, en lo que al aspecto textual y exegético se refiere, debe verificar si las versiones involucradas traducen el mismo texto, o sea, si los «textus receptus» (tanto del AT como del NT), o si los «textos críticos» (sin obviar que no siempre difieren los «textus receptus» y los «textos críticos»).

En segundo lugar y, en lo que a su calidad como traducción se refiere, es preciso constatar, por un lado, lo que realmente dice el texto, el mensaje del texto a la luz de los recursos propios y características peculiares de la lengua original o lengua fuente; por otro lado, verificar si la traducción comunica de manera acertada el mensaje del texto fuente, a la luz de los recursos propios y características peculiares de la lengua meta o receptora.

Por ejemplo, la omisión (en relación a su inclusión en la Reina Valera 1960) de Mateo 17.21, en la Traducción del Nuevo Mundo de las Santas Escrituras, Nueva Versión Internacional, Nueva Traducción Viviente, Biblia de Jerusalén 1998, Torres Amat, Reina Valera Actualizada 2015, etc.; se debe a que estas versiones no siguen aquí, y por lo general, el «textus receptus» del NT, sino el «texto crítico».

Pero la presencia de Mateo 17.21 en la Reina Valera 1909, Reina Valera 1960, Reina Valera 1995, Reina Valera 2000, Reina Valera Actualizada 1989, Nacar-Colunga, etc., se debe a que estas versiones de la Biblia siguieron aquí el «textus receptus», y no el «texto crítico».

Pero la diferencia que existe entre la acertada traducción de Juan 1.3 («por medio de», «a través de»)  en la Traducción del Nuevo  Mundo de las Santas Esrituras, y las demás versiones que concuerdan aquí con ella; frente a la desacertada traducción («por él», «por ella») en la Reina Valera 1960 y las demás traducciones que concuerdan aquí con ella; se debe a una defectuosa traducción como tal, puesto que en Juan 1.3 no hay diferencia entre el «textus receptus» y el «texto crítico»; así de sencillo.
  


¡Hasta la próxima!