Lengua fuente y lengua receptora en la traducción de la Biblia


Una vez más sobre 1 Tesalonicenses 2.7  y el Salmo 127.3


Héctor B. Olea C.

En el proceso de traducción, bíblica o no, es preciso advertir que la persona que pretenda traducir, debe ser consciente de que en un primer momento, se privilegia la lengua fuente (la lengua en la que se encuentra el texto a ser traducido). Esto así en razón de que la persona que habrá de llevar a cabo la traducción, debe conocer las sutilezas, las características y los recursos de que dispone la lengua fuente, a fin de poder captar de manera acertada el mensaje que luego procurará transmitir a otra lengua.

En otras palabras, sólo una persona que conoce bien la lengua fuente (la lengua en que un texto es recibido) puede captar con propiedad el mensaje transmitido en  dicha lengua; y por supuesto, es, por lo general, una persona idónea para llevar a  cabo una traducción relativamente fiel, capaz de transmitir con acierto el mensaje recibido.





Luego, en un segundo momento, a la hora de verter el mensaje recibido a otra lengua, es la lengua receptora (a la que se va a traducir) la que debe privilegiarse. Esto así, pues la persona que pretenda traducir, también debe conocer las sutilezas, las características y los recursos con que cuenta la lengua receptora, a fin de poder comunicar de manera acertada, con una fidelidad relativa y precisa el mensaje que fue dado en otra lengua y en otros marcos socioculturales.

Ahora bien, en lo que a la traducción bíblica se refiere, la triste situación es que a veces, muchas veces, los traductores de la Biblia parecen desconocer o ignorar las características, los recursos y las sutilezas de las lenguas bíblicas; y en otros casos, parecen desconocer o ignorar a propósito, las características, los recursos y las sutilezas de la lengua receptora, en nuestro caso, el castellano.

Por ejemplo, ya he demostrado que la traducción «los hijos», en el Salmo 127.3, no es acertada, ya que en castellano (si bien es una expresión sexista) todavía se comprende como inclusiva, pudiendo incluir la descendencia masculina (los varones) y la femenina (las hembras, las mujeres); sin embargo, el hebreo «baním» (“hijos”, plural de «ben»: hijo varón), no es inclusiva, sino que apunta estrictamente a la descendencia masculina, a los hijos varones.

En consecuencia, en este caso, la traducción ha comunicado, refleja y transmite una inclusividad que no es comunicada por el texto hebreo, ni por la Septuaginta, empleando a «juiói (hijos, plural de «juiós»: hijo varón), como traducción del hebreo «baním» (hijos varones, la descendencia masculina).

Luego, en relación a 1 Tesalonicenses 2.7, la traducción «hijos» no es acertada, porque pone de manifiesto un uso sexista de la lengua castellana. Insisto, si bien la expresión hijos puede ser inclusiva (y por lo general lo es) en castellano; no es menos cierto que es sexista. Esto así porque si bien los varones no se sienten incómodos si se emplea dicha expresión para hacer referencia a un grupo de personas conformado por varones y hembras, mujeres y hombres; sin duda no se sentirán cómodos si se emplease la expresión «hijas», para señalar a ese mismo grupo de personas, conformadas por varones y hembras, por mujeres y hombres.

En suma, a fin de evitar malos entendidos, y a los fines de ser relativamente fieles, precisos y efectivos en la labor de traducir la Biblia; mi sugerencia es que en el Salmo 127.3 se traduzca “Herencia del Señor son los hijos varones”, o tal vez mejor, “Herencia del Señor es la descendencia masculina”, “los descendientes varones”. De esta manera evitamos el error de transmitir en la traducción una inclusividad que no quiso transmitir el autor del texto hebreo.

Y en relación a 1 Tesalonicenses 2.7, insisto, en que a fin de evitar un uso sexista de la lengua castellana, de la expresión «hijos», se debe emplear en la traducción una expresión que, por un lado, no traicione la inclusividad del texto griego, y por otro lado, que no caiga en el error del empleo sexista de la lengua en dicha traducción. Por eso sugiero que en 1 Tesalonicenses 2.7 en lugar de «a sus propios hijos», se traduzca: «a sus propios descendientes, “a su propia prole”, “a su propia descendencia»     



¡Hasta la próxima!




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