El concepto bíblico de «adulterio»


«Bíblicos» o «cristianos», ¿una diferenciación legítima y necesaria?

Héctor B. Olea C.

Por extraño que le parezca a muchas personas, lo cierto es que no son pocos los casos en que una exégesis seria y no caprichosa de los textos bíblicos, en su debido contexto histórico y sociocultural; pone en evidencia lo cuestionable de muchas interpretaciones y posturas teológicas muy populares y establecidas en el seno de la fe cristiana, o al menos reinantes y características de ciertas corrientes, expresiones o tradiciones teológicas y eclesiales.

En tan sentido, me parecen muy permanentes aquí la recomendación de Daniel C. Arichea Jr, ex consultor de las Sociedades Bíblicas Unidas: “El AT debe ser antes que todo traducido como Escritura judía o hebrea. Aunque el AT forma parte del canon cristiano, y como tal puede ser interpretado, es mucho más apropiado traducirlo como si no formara parte de toda la Biblia. Este acercamiento al problema garantizaría que el significado del Antiguo Testamento (el significado propuesto por los redactores y editores, y el significado propuesto por el editor final) se mantenga como el objetivo primario de la labor de traducción” (en el artículo «Algunas cuestiones de traducción en el Antiguo Testamento», aparecido en la revista «Traducción de la Biblia», de las Sociedades Bíblicas Unidas, Volumen 6, número 2 de 1996).  


También son pertinentes aquí las palabras de Water Brueggemann: “A mi entender, es obvio que el Antiguo Testamento no es testigo de Jesucristo, en ningún sentido primario ni directo, tal como propone Brevard Childs, a menos que se esté dispuesto a sacrificar más de lo creíble en el texto” («Teología del AT, un juicio a YHVH», Sígueme, año 2007, página 124). También: “Es obvio que el Antiguo Testamento no apunta ni obvia , ni limpia, ni directamente hacia Jesús o hacia el Nuevo Testamento” (Brueggemann, obra citada, página 768).

En tal sentido, ya nos imaginamos las presuposiciones de obras como «Sentido cristiano del Antiguo Testamento», de Pierre Grelot (Desclée de Brouwer, 1995, segunda edición); y el caso es todavía más triste y problemático respecto de las pretensiones de la obra «Conociendo a Jesús en el Antiguo Testamento» (cristología y tipología bíblica), de Eugenio Danyans, publicada por CLIE, año 2008).

De todos modos, muy a pesar de los intentos y enfoques reduccionistas de las obras mencionadas, y de otras que van en la misma línea; lo cierto es que, como afirma Brueggemann: “La tarea del intérprete teológico serio de la Biblia es prestar detenida y cuidadosa atención a lo que hay en el texto, independientemente del modo en que ello concuerda con el hábito teológico de la iglesia” (Obra citada, página 124).

Sigue diciendo Brueggemann: “Mi aviso es que un estudiante serio del Antiguo Testamento, ubicado en una comunidad eclesial, tiene la responsabilidad de leer cuidadosamente el Antiguo Testamento y presentar a la comunidad eclesial no sólo aquellas lecturas que confirman la teología eclesial, sino también (y quizás especialmente) aquellas que contradicen, desafían y socavan la aparentemente fundada teología de la Iglesia. A mi juicio, la teología de la Iglesia, tal como se práctica normalmente, es por lo general reduccionista en lo que se refiere a la Biblia, tratando de ofrecer fundamentos y certezas. Tal lectura puede ser molesta y perturbadora para «el mundo», pero proporciona coherencia a los fieles” (obra citada, página 124).

En suma, las personas tienen el derecho de saber lo que en realidad dicen los textos bíblicos, en sus idiomas originales, y a la luz de sus contextos históricos y socioculturales; al margen de si ello concuerda o no con las lecturas, conclusiones y pretensiones de las teologías oficiales de las distintas tradiciones teológicas y eclesiales que tiene lugar en el seno de la tradición judeocristiana.

Tal cosa supone que se comprenda que si bien el AT es reclamado para sí por la fe cristiana, en realidad es un conjunto de obras judías, un depósito propio de la  fe hebrea, y como tal debe ser traducido, leído, asumido y legítimamente interpretado. Además y, como plantea Bruegemann: “cuando los cristianos leen el Antiguo Testamento en relación con el Nuevo, están haciendo algo que resulta imposible con la Biblia hebrea” (Obra citada, página 111).

Con relación al NT, es preciso que se comprenda que si bien éste representa un depósito propiamente cristiano; sin embargo, no lo es al estilo y las maneras de las distintas corrientes del cristianismo que en realidad surgieron y se establecieron mucho tiempo después de haberse extinguido las comunidades fundacionales de la fe cristiana y en el contexto de las cuales surgieron los textos canónicos y no canónicos del NT mismo.

Ahora bien, después las palabras introductorias, paso a considerar el estudio de nuestro caso concreto: «el concepto bíblico de adulterio».

¿Qué se entiende hoy por «adulterio», dentro y fuera del contexto teológico y eclesial?

Respuesta: la relación sexual de una persona casada (o al menos públicamente comprometida) con alguien que no es su cónyuge.

Pero, ¿es esta la idea bíblica de «adulterio»? Por supuesto que no.

Observemos lo que al respecto dice específicamente el  Tanaj (AT):  

No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo” (Éxodo 20.16)

“No codiciarás la mujer de tu prójimo, ni desearás la casa de tu prójimo, ni su tierra, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo” (Deuteronomio 5.21).

Además, no tendrás acto carnal con la mujer de tu prójimo, contaminándote con ella” (Levítico 18.20)

Si un hombre cometiere adulterio con la mujer de su prójimo, el adúltero y la adúltera indefectiblemente serán muertos” (Levítico 20.10)

Porque hicieron maldad en Israel, y cometieron adulterio con las mujeres de sus prójimos, y falsamente hablaron en mi nombre palabra que no les mandé; lo cual yo sé y testifico, dice Jehová” (Jeremías 29.23)

Como se puede observar por los textos bíblicos mencionados, es obvio que para el Tanaj (el AT hebreo), para el judaísmo como tal, incluso para el  NT; el adulterio consiste en la relación sexual de un varón (casado o no) con una mujer casada. Además, si bien no he citado algún pasaje del NT, lo cierto es que la simple mención de la palabra «adulterio» en el AT como en el NT (sin explicitar con la frase «con o la mujer de tu prójimo»), ha de entenderse en el marco del concepto de «adulterio» ya mencionado y reinante en la cultura hebrea.

Al respecto son pertinentes aquí, la observación que plantea la introducción del tratado rabínico de las mujeres, cito: “El adulterio en el judaísmo se produce básicamente en la mujer. El hombre, debido a la poligamia, sólo comete adulterio si mantiene relaciones con una mujer casada, y la víctima de esa deslealtad será siempre el marido de la amante, nunca su propia esposa. Por ello, dentro de un matrimonio es sólo la mujer la que puede ser castigada por una infidelidad” cuando” (En la introducción de la obra «Tosefta III Nashím, Tratado rabínico sobre las mujeres», edición bilingüe con introducción, variantes textuales y notas de comentarios, realizada por Olga Ruiz Morell, Aurora Salvatierra Ossorio, con la colaboración de Lola Ferre Cano, publicada por Editorial Verbo Divino, España, año 2001).   

Ahora bien, para comprender este concepto de «adulterio», y la situación descrita por el «Tosefta», hay que familiarizarse con la situación de la mujer en el concepto de «matrimonio» imperante en la cultura hebrea. Al respecto, son valiosas aquí las palabras de R. de Vaux: “El decálogo en Éxodo 20.17, enumera a la mujer entre las demás posesiones junto con el esclavo y la esclava, el buey y el asno. Al marido se le llama el «ba‘al» de una mujer, su dueño, de la misma manera que es el «ba‘al» de una casa o un campo, Éxodo 21.3, 22; 2 Samuel 11.26; Proverbios 12.4, etc. Una mujer casada es posesión de un «ba‘al», Génesis 20.3; Deuteronomio 22.22. «Tomar esposa» se expresa por el verbo de la misma raíz que «ba‘al» y significa, por tanto, «hacerse dueño», Deuteronomio 21.13; 24.1” («Instituciones del Antiguo Testamento», página 58, publicada por la Biblioteca Herder, en la sección de sagrada escritura, año 1992).      

Por supuesto, una vez comprendemos esta situación descrita por R. de Vaux y el «Tosefta», se comprenden las palabras de Jesús en torno al adulterio.

En primer lugar, al margen del problema que desde la Crítica textual involucra el caso de la mujer adúltera de Juan 7.53-8.11; lo cierto es que en este relato se comprende entonces el que sólo la mujer (obviamente casada) sorprendida en adulterio fue la que fue presentada ante Jesús, sin incluir al varón.

En segundo lugar, se comprende el que Jesús no haya visto nada de injusto en que sólo la mujer haya sido causada públicamente de adulterio, que lo viera como algo normal, y el que Jesús ni siquiera haya atinado a preguntar por el amante de la mujer casada y acusada de adulterio.

En  tercer lugar, se hace comprensible que, mostrándose Jesús radicalmente opuesto al divorcio, insista que en caso del marido divorciarse (cosa que no podía hacerlo la mujer), hace que la mujer “adultere”. Por supuesto, la novedad es que en Marcos 10.11, Jesús afirme, en este mismo contexto, que el hombre que se divorciare de su esposa, comete adulterio contra ella.

En cuarto lugar, lo dicho por Jesús en Mateo 5.27-28 (Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. 28Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón), ha de considerarse no una opinión contraria al concepto común que se tenía del «adulterio» en la cultura hebrea, sino más bien una ampliación y profundización (compárese Job 31.1).

En quinto lugar, incluso el uso del concepto de «adulterio» en sentido figurado, se explica con base en la idea popular que se tenía del «adulterio». En consecuencia, así como la mujer casada que adulteraba le era infiel a su dueño, los seres humanos lo son respecto de Dios, su creador, dueño y señor, en el contexto de la teología y antropología judeocristiana.

En conclusión: No estoy planteando que el concepto de «adulterio bíblico» sea el conveniente ni el que se imponga hoy por las distintas teologías y éticas cristianas, en el marco de las distintas tradiciones teológicas y eclesiales que tienen lugar en el seno de la fe cristiana. Lo que estoy poniendo de relieve es la necesidad de que estemos claros respecto de lo que en realidad significa en muchos casos y asuntos, el «ser bíblicos»; que en honor a la verdad, no en pocas ocasiones consiste en no estar en armonía con la tradicional postura de la fe cristiana en el aspecto, práctica y asunto involucrado.  

En verdad, ya en muchas ocasiones y respecto de muchos asuntos, las distintas tradiciones teológicas y eclesiales de la fe cristiana, han optado por las opciones no bíblicas, aunque a veces, sino es que siempre, de una manera cuestionable, desde la perspectiva de la exégesis.

En todos caso, pienso que se impone que el que se revise la muy popular idea de que el «ser bíblico» es siempre sinónimo de «ser cristiano», o del mejor cristianismo posible; y que no hay camino mejor y más seguro que el ser «ser bíblicos», al menos en términos teóricos y como marco teórico, para la praxis o testimonio cristiano.

Insisto en el derecho que siempre tienen los feligreses de saber lo que en realidad dice la Biblia respecto de cualquier asunto, al margen de si tal discurso o perspectiva concuerda o se contradice con la oficial postura eclesial.

Lo que recomiendo es que cuando la teología oficial eclesial entienda que le es conveniente y necesario apartarse de la verdadera perspectiva bíblica respecto de un asunto; por un lado, que no insista en la supuesta “radicalidad bíblica” de la oficial e institucional teología cristiana; por otro lado, que no apele a una descarada manipulación bíblica y textual; sino que de manera abierta y responsable, se pongan de manifiesto las razones y la necesidad de apartarse de la real y efectiva perspectiva bíblica respecto de cualquier asunto.  

  

1 comentario: