Un análisis crítico del uso de la expresión «Jehová tu Dios»
Héctor
B. Olea C.
La frase «Jehová tu Dios» en Reina Valera
1960 («Yahvé tu Dios» en la Biblia de Jerusalén; «el Eterno tu Dios» en la Biblia
Hebreo Español; «Señor tu Dios», en la versión Popular Dios Habla Hoy y otras,
etc.) ocurre en el Antiguo Testamento 287 veces, tomando como punto de partida
la misma Reina Valera 1960.
Pues bien en el texto hebreo, la expresión
que está detrás de la traducción «Jehová tu Dios», es «YHVH ’elojejá»,
expresión formada por el tetragrama (no voy a tratar aquí la problemática que
ya he tratado antes, relativa a la vocalización, transliteración y traducción
del tetragrama), y por el sustantivo «elojím» en estado constructo (equivalente
al caso genitivo del griego, marcado por la preposición «de»), más el sufijo de
la segunda persona masculina singular, «ja».
En tal sentido es preciso tener en cuenta que
el pronombre de la segunda persona singular «tú», que conforma la expresión
«Jehová tu Dios» («YHVH ’elojejá»), en el hebreo apunta específicamente a un
interlocutor varón, jamás a una mujer. Esto así ya que en el hebreo el sufijo
personal «ja» no es ambiguo, no es inclusivo, sino que de manera estricta hace
referencia a la segunda persona singular del género masculino.
En consecuencia, la frase «YHVH elojejá» (al
margen de su transliteración y traducción), apunta al hecho de ser «YHVH» un
Dios que se relaciona con varones, que trata con varones, que pacta con
varones.
Ahora bien, no tiene ese marcado énfasis
masculino la expresión griega que la Septuaginta empleó como traducción de la
hebrea «YHVH elojejá», o sea, «kúrios jo theós su» («el Señor tu Dios»). Esto
así al no tener el pronombre personal griego, «su», de la segunda persona
singular (en caso genitivo aquí), la marca propia del género masculino que sí
tiene en el hebreo.
De todos modos, la expresión griega «kúrios
jo theós su» («el Señor tu Dios»), expresión que no tiene presencia en el Nuevo
Testamento Griego; debe entenderse contextualmente en la Septuaginta misma,
como una traducción griega de una expresión hebrea que tiene unos matices
propios, que de manera estricta apunta a un interlocutor de género masculino.
Y en esta misma línea, es oportuno decir que en
este mismo sentido ha de entenderse la frase «al Señor tu Dios», griego «kúrion
ton theón su», expresión que sólo se encuentra siete veces en el Nuevo
Testamento, y específicamente en la tradición sinóptica: Mateo 4.7, 10; 22.37;
Marcos 12.30; Lucas 4.8, 12; 10.27.
Por otro lado, este mismo matiz ha de tenerse
en cuenta respecto de la expresión «estableceré mi pacto entre mí y ti»
(Génesis 17.7); y respecto de la expresión «si diereis oído a mi voz, y
guardareis mi pacto, “vosotros seréis” («vijeyitem», forma verbal del verbo
«ser», en estado imperfecto, con la desinencia de la segunda persona masculina
plural) mi especial tesoro…» (Éxodo 19.5).
Finalmente, con este mismo matiz han de
entenderse, en primer lugar, la expresión «Jehová nuestro Dios» (hebreo: «YHVH
elojenú»), Deuteronomio 6.4; y en segundo lugar, la expresión «Jehová Señor
nuestro» («YHVH adonenú») en el Salmo 8.1, 9. Esto a pesar de que las
expresiones «elojenú» (Dios nuestro) y «adonenú» (Señor nuestro), tienen una desinencia
que es común para el género masculino y para el género femenino.
Por supuesto, siendo «YHVH» un Dios que sólo
pacta con varones, es comprensible que también les dé la tierra a varones. En
tal sentido debe entenderse la frase «la buena tierra que Jehová tu Dios te da
(a ti, la preposición «le» con el sufijo de la segunda persona masculina
singular) por heredad» (Deuteronomio 4.21).
Finalmente, es claro que el pacto de «YHVH» con
Abraham involucraba tanto a la descendencia masculina como femenina de éste; no
obstante, es necesario tener en cuenta que la mujer no representaba una
descendencia formal, pues no podía ser cabeza del hogar, del clan, ni de la
tribu, ni era tomada en cuenta en los censos. Además de que por lo general
estaba sujeta a una autoridad masculina (su padre, sus hermanos varones, su
esposo). También en este marco se comprende que la mujer esposa de un levita, o
hija de un levita, no era considerada formalmente levita. En realidad “ser
levita” era un concepto propia y estrictamente masculino, asunto de varones.
En el marco de esta situación se comprende también
el papel que vino a desempeñar la llamada «la ley del levirato» (en el lenguaje
rabínico: «yebamót»: “cuñadas”), que procuraba que ningún varón muriera sin dejar
una descendencia suya formal, o sea, una descendencia específicamente masculina.
En conclusión, «YHVH» es un Dios de varones,
ya que, si bien sus pactos y promesas abarcan tanto al varón como a la mujer;
siempre es por medio de un varón que dialoga, comunica sus decretos, en fin,
siempre tiene a un varón como su interlocutor, y es a través de varones por
medio de los cuales concreta sus planes, y era a través de varones que la mujer
tenía acceso (y no de manera directa) a los dones que suponía el hecho de ser
parte del pueblo de «YHVH».
Ahora bien, si bien esta cualidad de «YHVH» no
puede ser eludida por la exégesis del Tanaj; no es menos cierto que la misma exégesis
ha podido dar cuenta de cómo el marco sociocultural en que surgieron los textos
que componen la Biblia, han determinado la forma en que se articuló el discurso
en torno a «YHVH» y su forma de tratar con el ser humano.
Por supuesto, las distintas teologías
cristianas, en su forma de asumir el Antiguo Testamento y la forma en que
deciden explicar la relación entre éste con el Nuevo Testamento (qué toman y
qué no), han de lidiar con esta cuestión de una manera muy distinta, y sin
duda, sin uniformidad alguna, como en otros asuntos.
¡Hasta la próxima!
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