Una adecuada traducción de 2 Timoteo 3.16 obliga a repensar también la interpretación de otros textos relacionados 2 de 2

Una adecuada traducción de 2 Timoteo 3.16 obliga a repensar también la interpretación de otros textos relacionados
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Héctor B. Olea C.

2) Romanos 1.2. Este es otro pasaje que tampoco sugiere que con el calificativo de “santas Escriturasel autor del NT (en este caso, Pablo sin discusión) tuviera en mente la totalidad del AT. Es más, precisamente por la forma de Romanos 1:2 expresar lo que dice (“por medio de los profetas en las santas escrituras”), es que parece que el calificativo de “santas Escriturashace referencia sólo a la literatura profética del AT. Por otro lado, se podría pensar también en la posibilidad de que la expresión “santas Escriturasapunte a un conjunto mayor que la específica literatura profética, y que de dicho conjunto a Pablo le interesó destacar sólo la literatura profética.

Una observación interesante que deseo plantear aquí, es que la versión de la Biblia (versión popular) Dios Habla Hoy (edición de estudio) encontramos una nota sobre Romanos 1:2 que dice: “Santas Escrituras: esto es lo que nosotros llamamos el AT; véase Hechos 3:18 y 1 Corintios 15:3-5”.

Ahora bien, yendo a Hechos 3:18, encontramos una referencia a Hechos 8:32-35. Sin embargo, yo preferiría decir que por “Santas Escrituras” estos pasajes entienden una parte, específicamente la literatura profética, de lo que hoy llamamos Antiguo Testamento. ¿Por qué? Porque me resulta llamativo que los tres pasajes a los que alude la nota al pié de pagina de la versión popular Dios Habla Hoy, no hacen más que fortalecer mi punto de vista, pues apuntan específicamente a la literatura profética del Antiguo Testamento.

3) Lucas 23.44. Con relación a este pasaje, reconocemos que hace referencia a la división tripartita del Antiguo Testamento hebreo; sin embargo, si para finales del siglo primero d.C. estaban en disputa la canonicidad de algunos libros del Antiguo Testamento, tenemos que concluir que no sabemos en qué porción de la triple división del Antiguo Testamento hebreo podría estar pensando el autor del evangelio de Lucas.

Por ejemplo, es curioso que los libros que estaban en disputa a finales del sigo I (a.C.) y que posteriormente lograron el reconocimiento de su canonicidad pertenezcan a la tercera sección del AT hebreo, la de los “ketubim” (escritos), como Eclesiastés, Cantares, Ester y Daniel. Finalmente, no podemos perder de vista el hecho de que el autor de Lucas-Hechos, no muestra en sus obras que cite o haga referencia a los 39 o 46 libros que protestantes y católicos asumen en su respectivo AT.

En resumen, después del análisis de los pasajes claves en esta cuestión, tenemos que concluir que no hay siquiera un solo pasaje de la Biblia que afirme o sugiera la inspiración total de la “Escritura” (en términos propiamente bíblicos), ni de “toda la Biblia” (en los términos de las distintas confesiones cristianas).

Después de este análisis, surge la pregunta: ¿qué valor tiene 2 Timoteo 3.16 para nuestra valoración de la Biblia como libro normativo y referente vital para la creencia (doctrina) cristiana y para el modo de vida cristiano (praxis)?

Simplemente diría que, si la iglesia llegó a reconocer (o le atribuyó) la inspiración divina en los libros que conforman nuestras Biblias, entonces a la luz del real sentido del texto griego de 2 Timoteo 3.16, entendido en su debido contexto histórico; la iglesia tiene el deber y el desafío de defender y asumir con seriedad en la práctica el valor de este conjunto de libros como vitales para los fines que precisamente establece dicho pasaje: Toda (cada) escritura (escrito) inspirada (que está inspirada) por Dios, también es útil, para la enseñanza, el convencimiento, la corrección, para la instrucción en la justicia. Para que el hombre (la persona) de Dios esté capacitado y completamente preparado para hacer toda clase de bien (versículo 17).

Entonces, ¿Qué importancia tiene 2 Timoteo 3.16 para la idea de canon bíblico?
Lo primero que voy a decir es que no es posible apelar de manera legítima a 2 Timoteo 3.16 para fijar un canon de 39, 27, 66 o 73 libros; esto así, ya que en realidad este texto apunta en otra dirección: describe la utilidad y valor de un “escrito inspirado” (o que se le atribuye “inspiración divina”), no “la cantidad de libros inspirados”.

La segunda cosa que planteo es que la reinterpretación de 2 Timoteo 3.16 nos invita a tomar más en serio el proceso histórico, social, eclesial y confesional que ha determinado que nuestras Biblias tengan la configuración que actualmente tienen.

Antes de pasar a las conclusiones finales de este trabajo, no quiero dejar de tomar en serio la posible preocupación de algunas personas respecto del por qué embarcarme yo en este tipo de estudio. ¿Por qué se habrá planteado Héctor B. Olea C. poner bajo cuestionamiento la traducción e interpretación tradicional de 2 Timoteo 3.16? ¿Por qué someter a cuestionamiento la traducción de un pasaje del cual parecería que depende el papel y el valor que asignemos a la Biblia, por lo menos en el ámbito del cristianismo protestante y evangélico?

En síntesis puedo mencionar cinco razones que me motivaron a publicar este artículo: 1) La honestidad intelectual; 2) El principio de que no se debe pretender defender o establecer la verdad con o por medio de mentiras o “medias” verdades”; 3) Para demostrar que, a pesar de insistir en negarlo, el cristianismo protestante y evangélico ha adoptado muchas posturas en su historia que se han apoyado más que en sólidos trabajos de exégesis, en decisiones e intereses “puramente eclesiales”; 4) Porque en verdad la empresa de la traducción de la Biblia no es neutral y carente de compromisos, sino que, al contrario, es una empresa comprometida, que involucra muchísimos intereses; 5) Para motivar el replanteo de la relación entre «los textos sagrados» y «las comunidades de fe», así como el papel que está supuesto a desempeñar la Biblia en la reflexión bíblica y teológica contemporánea.

Conclusiones:

1) Ciertamente hay versiones de la Biblia que coinciden totalmente con la Reina Valera 1960 en su traducción de 2 Timoteo 3.16.

2) Hay versiones de la Biblia que toman distancia de la Reina Valera 1960 y coinciden con mi traducción, respecto a traducir la palabra «Escritura» sin artículo, aunque en el resto del pasaje en cuestión coinciden con ella,

3) Indiscutiblemente hay versiones de la Biblia que coinciden con mi traducción de 2 Timoteo 3.16.

4) No hay siquiera un solo pasaje de la Biblia que afirme o sugiera la inspiración de todos los libros que conforman la Biblia (ya sea de 66 o 73 libros).

5) No es materia determinada por la Biblia misma, la cantidad de libros que ella contiene. En otras palabras, no es la Biblia misma la que nos dicta los límites de su composición. Este es un asunto más bien propio de la historia de las comunidades de fe, cristianas o iglesias. Por ejemplo, mientras que Lucas (24.44) pareciera incluir la totalidad de los libros que componen el AT, lo cierto es que ese asunto no se había resuelto del todo, para ese entonces, dentro de la fe judía.

6) Ni católicos ni protestantes pueden apelar a la Biblia misma para determinar con base en ella, la extensión del canon bíblico (AT y NT). En otras palabras, ninguna de las dos mencionadas corrientes del cristianismo pueden decir que la Biblia las autoriza a fijar un determinado número de libros como normativos y autorizados, en fin, “inspirados”. Por tal razón ambos grupos tienen que apelar a los resultados de dos concilios o asambleas eclesiásticas: los protestantes por lo general apelan al Concilio de Cartago del año 397 d.C. La iglesia católica, por su parte, apela al Concilio de Trento de los años 1545-1563.

7) La preocupación u obsesión por lograr que la Biblia misma afirme su inspiración como un todo (a pesar de que ciertamente no lo hace), parece ser más bien una aspiración del cristianismo protestante.

8) No existió en la tradición judía la preocupación por otorgarle el mismo rango a todos los libros que finalmente conformaron el canon de los 39 libros del Tanaj (la llamada Biblia hebrea). Para los distintos grupos judíos los cinco libros atribuidos a Moisés no tienen parangón y constituyen la esencia de la fe, esperanza, y de las distintas normativas judías. Precisamente, si bien es cierto que al final algunas corrientes judías tuvieron una visión más amplia respecto de los libros normativos (como los esenios, los fariseos, los caraítas, etc., a diferencia de los saduceos y samaritanos que sólo aceptaban los primeros cinco libros conocidos como Torá y en griego Pentateuco), lo cierto es que todos coinciden en otorgarle un lugar privilegiado a los cinco libros atribuidos a Moisés.

Los demás libros, los restantes 34 del AT, se han considerado como simples comentarios y complementos (¿desarrollo?) de la Torá o Pentateuco. Esto explica por qué dentro del judaísmo ciertos libros que los cristianos han recibido sin discusión, con mucha o demasiada benevolencia, y hasta con cierta conveniencia (pensemos, por ejemplo, en el libro de Daniel del cual no se hicieron traducciones al arameo para su uso en la sinagoga); no obstante fueron objeto de muchas discusiones en el ámbito judío. Pero por el contrario, ninguna corriente judía se ha atrevido a cuestionar el valor normativo de los libros de la Torá o Pentateuco.

Me parecen oportunas aquí las siguientes palabras de Antonio M. Artola:
“El AT no le otorga la prerrogativa de Palabra de Dios explícitamente más que al oráculo profético en su momento de locución. Y a la ley en su promulgación y en su contenido noético de revelación del querer divino. No atribuye esa condición divina ni a la sabiduría (los libros sapienciales) ni a la Escritura como tal.
El NT (y digo yo, quizás más bien la fe cristiana como tal) realiza importantes avances sobre estas afirmaciones de la fe Israelita. Toda la Escritura del AT (aunque en verdad, digo yo, el énfasis del NT está en la literatura profética) es considerada como palabra de Dios
La declaración de que toda la Escritura (AT y NT) como palabra de Dios es obra de la tradición (y digo yo, no de la Escritura o la Biblia misma).”
Para cerrar, quiero puntualizar que no todas las religiones han desarrollado la noción de “Escritura sagrada”. En ese sentido hay que admitir que el Judaísmo, el Cristianismo y el Islam (consideradas las principales o únicas religiones monoteístas del mundo) constituyen las llamadas “religiones del libro”.
Y al respecto, vuelvo a citar a Antonio M. Artola:

“Son muchas las religiones que consideran determinados escritos como «Escritura Sagrada». G. Lanezkowsky señala por lo menos unas 18… Es verdad que la palabra tuvo siempre la primera importancia en todas las religiones; pero en algunas de ellas, especialmente en las nacidas en el Próximo Oriente y en el Mediterráneo Oriental, la escritura tuvo igualmente un gran relevancia”

“Teniendo en cuenta estos datos, podemos afirmar en principio que la «Escritura Sagrada» es el conjunto de los escritos que contienen los textos del culto, de la oración o de los rituales de una religión determinada, así como su doctrina original. La característica principal y común a todas estas religiones es que la «Escritura Sagrada» se considera como proveniente, de algún modo, del mismo Dios (compárese Jeremías 51.60-64; Ezequiel 2)”

“Así pues, podemos describir la «Sagrada Escritura» en general como aquel conjunto de escritos que, en una religión determinada, se consideran como provenientes, directa o indirectamente de la divinidad. O, también, aquellos escritos que transmiten las tradiciones religiosas fundamentales de un grupo religioso” («Biblia y Palabra de Dios», introducción al estudio de la Biblia, Antonio M. Artola y José Manuel Sánchez Caro, páginas 63 y 64, Verbo Divino, 1992).

Ahora bien, resulta que con demasiada facilidad, en las religiones del libro, la «Escritura Sagrada» pasa de ser la que conserva y comunica las disposiciones (y tradiciones) fundacionales relativas al culto, a ser casi objeto de culto y veneración en sí misma. La lógica parece ser que si un conjunto de textos (la «Escritura Sagrada») comunica un mensaje que se considera trascendental y vital para un grupo religioso, es natural que con cierta facilidad se conciba que dicho conjunto de textos sea trascendental en sí mismo (pensemos, entre otras cosas, en la llamada “inspiración verbal”, por sólo poner un ejemplo).

Quiero concluir con las palabras de Sallie McFague, al hablar del papel de la «Escritura Sagrada» en la teología metafórica: “Es en este punto donde surge la dificultad, porque, en lugar de entenderse la Escritura como objeto de estudio, o como primer clásico cristiano, o como prototipo; con demasiada frecuencia se la ha considerado el texto autorizado, norma única para la teología posterior. De este modo se ha sacralizado el lenguaje (metáforas, modelos y conceptos) de hace dos mil años y se le ha convertido en norma. Las consecuencias de este proceso son de gran alcance: la fe cristiana no sólo se ha interpretado, a lo largo de gran parte de su historia, en formas anacrónicas e inadecuadas, sino que ha llegado a ser una «religión del libro»

“Si nos planteamos seriamente la forma de la Escritura, con la pluralidad de perspectivas de interpretaciones que supone, tendremos que adoptar la misma actitud arriesgada y audaz que la propia Escritura adopta: interpretando el amor salvífico de Dios de forma que pueda «hablarle» a nuestras crisis de manera más persuasiva y enérgica. Y eso no significa, no puede significar, utilizar la terminología de hace dos mil años”

“Si queremos plantearnos seriamente la Escritura y considerarla normativa, debemos de entenderla en sus propios términos, como modelo de la forma en que se debe hacer teología, más que como autoridad que dicta los términos de cómo hacerla” («Modelos de Dios», teología para una era ecológica y nuclear, páginas 86, 87, 88, Sal Terrae, 1994).

Finalmente, relacionada con la línea de la propuesta de Salli McFague, Juan José Tamayo Acosta («Nuevo paradigma teológico», páginas 139-153) al criticar la falta de horizonte utópico de la teología actual, invita a considerar la Biblia como una gran enciclopedia de utopías.


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