Profundizando un poco más en el texto y mensaje de Juan
1.11
Héctor B. Olea C.
En este artículo reacciono a la postura de A.
T. Robertson, cuando en su comentario de Juan 1.11, en su famosa obra,
finalmente publicada por Editorial CLIE en un solo volumen, plantea: “Es
probable que aquí «joi idioi» haga referencia al pueblo judío, el pueblo
elegido al que Cristo fue enviado primero (Mateo 15.24), pero en un sentido más
amplio todo el mundo queda incluido en «joi idioi»”.
Ahora bien, antes de reaccionar a la las
palabras de Robertson, con el cual concuerdo en cuanto a que la referencia de
la expresión «joi ídioi» (adjetivo posesivo masculino plural) es al pueblo
judío; pienso que me es necesario advertir sobre las premisas que tengo sobre
el evangelio de Juan:
1) El evangelio de Juan no fue escrito por un
testigo ocular, ni miembro del círculo de los doce. No sabemos en realidad
quién escribió este evangelio. Por el contenido y los rasgos del libro, se deduce
una mano judía muy helenizada.
2) Las dos conclusiones que tiene el libro
(20.30 y siguientes, y 21.24 y siguientes), ponen de manifiesto que además de
las manos del autor original, tuvo este evangelio la participación de un
redactor final cuya contribución a la obra final no es posible constatar del
todo.
3) Fue escrito entre los años 80-110.
4) No sabemos desde dónde se escribió. Se han
mencionado algunos lugares, como Samaria, o alguna ciudad de Asia Menor,
preferiblemente Éfeso.
5) Los destinatarios originales son
definitivamente cristianos.
6) Este evangelio fue escrito con una visión
muy pesimista y hasta negativa de los judíos, perspectiva característica de los
movimientos cristianos.
7) La lengua original de este evangelio fue
el griego koiné.
Como fuentes recomendadas para una buena
introducción al evangelio de Juan, recomiendo las siguientes obras:
«Introducción al Nuevo Testamento», de Raymond E. Brown, publicada por
Editorial TROTTA, año 2002; «Historia de la literatura cristiana primitiva», de
Philipp Vielhauer, publicada por Ediciones Sígueme, año 2003; «Guía para
entender el Nuevo Testamento», de Antonio Piñero, publicada por Editorial
TROTTA, año 2006. Como comentario al cuarto evangelio, recomiendo la excelente
obra de Raymond E. Brown, «El Evangelio de Juan», publicada por Ediciones
Cristiandad. .
Pasemos ahora, a dilucidar nuestra cuestión.
La
relación de «la palabra» (griego «lógos») con la creación, el mundo (griego
«kósmos»)
Dos veces en el prólogo, el cuarto evangelio
afirma que el mundo («kósmos», las cosas creadas), fueron creadas por medio de
la palabra, nótese bien, «por medio de» (el griego, la preposición «día» más el
caso genitivo”). La primera la encontramos en el versículo 3: “todas las cosas
por medio de la palabra fueron hechas (griego «pánta di’ autú eguéneto»). La
segunda la encontramos en el versículo 10: “y el mundo («kósmos») por medio de
él fue hecho” («kái jo kósmos di’ autú eguéneto»).
El
neutro plural griego «ta ídia» en relación a la idea de que por medio de la
palabra («lógos») todo fue creado
Una vez estamos avisados de que para el autor
del cuarto evangelio todas las cosas creadas (el «kósmos»), vinieron a la
existencia por medio de la palabra, por medio del «lógos»; pienso que debemos
estar en las más óptimas condiciones para comprender que al llegar al versículo
11, con la expresión «ta ídia» se está haciendo referencia al mundo creado, a
todas las cosas creadas.
Pero antes de avanzar, quiero poner de
relieve que el cuarto evangelio hace referencia a esta acción creativa del «lógos»,
de la palabra, de dos maneras. Por un lado, en el versículo 3, utiliza la
expresión «pánta di’ autú eguéneto», o sea «todas las cosas fueron hechas por
medio de ella» (del «lógos», de la palabra).
Por otro lado, en el versículo 10, con la
expresión «kái jo kósmos di’ autú eguéneto», o sea, «y el mundo por medio de
ella (por medio de la palabra) fue creado».
En consecuencia, al encarnarse y tomar parte
en este mundo («en el mundo estaba», versículo 10), para el autor del cuarto
evangelio, lo que sencillamente ha ocurrido es que la palabra (el «lógos») se
ha aproximado, ha hecho acto de presencia en un escenario que es suyo, que le
es propio en cierta forma, en virtud de que por medio de ella fue creado. De todos
modos, hay que admitir que se discute si la presencia sugerida del «lógos» en
el versículo diez, va más allá de la encarnación, abarcando su presencia en el
Antiguo Testamento, incluso en el Nuevo Testamento mismo.
En todo caso, concluimos que con la expresión
«eis ta ídia élthen» («a las cosas suyas vino»), se está haciendo referencia a
toda la obra de la creación llevada a cabo por medio del «lógos», la creación
en sentido general, incluyendo a judíos y no judíos, judíos y gentiles.
La
palabra encarnada tuvo carne y fue judía
Algo que es claro y que no está en discusión
para el cuarto evangelio, es que la palabra encarnada (el «lógos» encarnado),
tuvo carne, y esta carne fue judía. En suma, el evangelio de Juan da por
sentada la radical pertenencia de la palabra encarnada al pueblo judío con
todas sus implicaciones (considérese Juan 2.13; 4.9, 22; 5.1; 10.24). Por supuesto,
este indiscutible hecho no debe ser ignorado por las distintas teologías cristianas,
por toda y cualquier reflexión y aproximación al estudios de la figura histórica
de Jesús.
La
reacción de «ta ídia» («las cosas suyas», ante la encarnación de la palabra
(del «lógos»)
En primer lugar, el versículo 10 apunta a que
ante la presencia de la palabra encarnada en el escenario del mundo (la
creación hecha por medio de ella), éste no la conoció.
Ahora, si bien no podemos estar muy seguros
de la idea que estaba en la mente del autor cuando pronunció estas palabras; es
posible pensar en dos posibilidades. Por un lado, el no reconocimiento de la
palabra encarnada, como sinónimo de rechazo general. A la luz de esta
perspectiva, son pertinentes aquí las palabras del Comentario Bíblico San Jerónimo:
“Estas palabras no han de restringirse a la
repulsa de Cristo por su propio pueblo. Ante todo, podríamos pensar en que el
mundo no logró reconocer la verdad que Dios —a través de su palabra creadora—
dio a conocer en la creación (Romanos 1.18-23). «Conocer» en Juan no significa
simplemente percibir, tomar conciencia de algo, sino que tiene el pleno sentido
semítico que implica el conocimiento, en el que siempre se supone una
implicación personal. Además, y de modo especial, la historia de Israel se caracterizó
por su fracaso en conocer la palabra profética de Dios (compárese Hechos 7.51-53), actitud que habría de
repetirse en la repulsa de la Palabra que se hizo hombre (compárese Mateo 23.29ss;
Lucas 13.33)”.
Por otro lado, que el «kósmos» no conoció a
la palabra encarnada en su justa y debida proporción, con toda la dignidad que
le era propia como el agente o instrumento por medio del cual Dios puso en
existencia todo lo creado. Me inclino por la primera hipótesis.
En segundo lugar, en versículo 11, pasa a
describir un rechazo más específico por parte de la nación y el pueblo del cual
formó parte la palabra encarnada, o sea, los suyos («joi ídioi»). En tal
sentido, la referencia de la expresión «joi ídioi» en Juan 1.11 es
específicamente al pueblo judío, los cuales en términos estrictos eran «los
suyos» (al pueblo al que indiscutiblemente perteneció, y con el cual tuvo una
historia y fe común), para el cuarto evangelio mismo (considérese Juan 2.13;
4.9, 22; 5.1; 10.24).
En tercer lugar, después de afirmar el
rechazo doble que tuvo la palabra encarnada, por parte de las cosas suyas («ta
ídia») en general, y por los suyos («joi ídioi») en particular; el autor del
cuarto evangelio también afirma que la palabra encarnada también logró una
aceptación doble, o sea, por parte de los que por un lado conformaban lo suyo,
las cosas suyas, de su dominio («ta ídia»), por ser él el agente instrumental
mediante el cual vino a existencia todo lo creado; y por parte del pueblo judío
mismo («los suyos» en sentido estricto).
En consecuencia, a todos los que lo
recibieron, a todos los que creen en él (judíos
y no judíos), recibieron la potestad de ser hechos hijos de Dios
(versículo 12). Considérese 8.31; 11.45; 12.11; 13.33.
En suma: ante el hecho de que la expresión
«ta ídia» (adjetivo posesivo neutro plural) apunta a todo lo que es propio de
la palabra creadora y encarnada, a lo que le pertenece y forma parte de su
dominio porque por medio de ella vino a existencia; podemos concluir en que en
dicha expresión estamos incluidos todos, judíos y no judíos, y el resto de las
cosas hechas por medio de la palabra («lógos»).
Por otro lado, ante el hecho de que la
expresión «joi ídioi» (adjetivo posesivo masculino plural) apunta al pueblo físico
y concreto al que la palabra encarnada perteneció, del cual formó parte y con
el cual tuvo una historia y fe común; de manera verosímil podemos concluir en
que en la expresión «joi ídioi» no
estamos incluidos todos, sino el pueblo judío como tal, en particular y en
sentido estricto.
En resumen; en la expresión «ta ídia» (adjetivo
posesivo neutro plural) estamos incluidos todos, nos incluye a todos, a todo lo
creado por medio de la palabra creadora; pero en la expresión «joi ídioi» (adjetivo
posesivo masculino plural) sólo están incluidos los judíos, sólo el pueblo con
el cual la palabra encarnada tuvo una historia y fe común, el pueblo al que sin
duda perteneció y del cual formó parte, el pueblo judío.
Además, es
preciso reconocer que si el autor del cuarto evangelio hubiese querido
comunicar la idea de que el complemento u objeto directo de la forma verbal
«élthen» (vino), era al mismo tiempo el sujeto de la forma verbal «parélabon»
(recibieron), más el adverbio de negación «no» («ou»); entonces hubiese
empleado en la primera cláusula un acusativo plural masculino, o sea, «tús
idíus» «(a los suyos»), y no el ya mencionado acusativo plural neutro «ta ídia»
(«a las cosas suyas»).
Al final y después de todo, a pesar de la
nota negativa en relación al rechazo general de que fue objeto la palabra
creadora y encarnada (el «lógos»); el prólogo del cuarto evangelio concluye con
una nota muy positiva, optimista y esperanzadora: “A todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio
potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados
de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios”.
¡Hasta la próxima!
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