¿Cuál es, en realidad, la cuestión?
Héctor
B. Olea C.
Si bien algunas personas afirman que el Dios
de la tradición judeocristiana, de la tradición bíblica (a pesar de ciertas
diferencias peculiares que distinguen al AT del NT, y viceversa) no es machista,
ni misógino; pienso que la pregunta no debe ser si Dios es machista o no, sino
y más bien, si el discurso acerca de Dios, si el discurso teológico tiene
matices indiscutiblemente machistas y patriarcales, si las metáforas usadas en
el discurso bíblico y teológico hablan y hacen referencia a Dios preferentemente
y casi exclusivamente desde el punto de vista del varón, y con rasgos preferentemente
masculinos, propios del varón, y siempre en el marco de la relación asimétrica que
existía entre el varón y la mujer en los ambientes históricos, socioculturales y
vitales en los que surgieron los textos bíblicos.
Ahora bien y, por un lado, si a ultranza se
va a insistir en la trascendencia de Dios, y de su indiscutible y esencial
separación ontológica respecto de la naturaleza humana y de sus cualidades específicas
y que la distinguen; entiendo que es, entonces, un sin sentido, insistir en atribuirle
sexo alguno a su ser, así como el atribuirle características propias del varón,
y una forma de actuar preferentemente varonil, y siempre en el contexto de una
relación asimétrica entre el varón y la mujer, en una franca situación de desventaja
para la mujer.
EL ROL DE LA MUJER EN LA BIBLIA.
EL ROL DE LA MUJER EN LA BIBLIA.
Por otro lado, no es posible soslayar que los
contextos en que surgieron los textos bíblicos y en los que se configuró,
desarrolló y fijó el discurso sobre Dios en la tradición judeocristiana, es un ambiente
esencialmente machista y patriarcal, hecho que, sin duda, marcó la forma en que
en los textos bíblicos se habla de Dios (el discurso bíblico-teológico), de su
forma de actuar y relacionarse con el ser humano, y la forma en que se
redactaron los llamados «mensajes divinos», los «mandamientos divinos», las «exigencias
divinas».
En realidad Dios no es varón, Dios no es
mujer, Dios no es machista, tampoco es feminista; pero el discurso en torno al
ser de Dios, las metáforas que se emplearon en la tradición bíblica, para hacer
referencia a su ser, su forma de tratar con el ser humano, y la forma de
concebir la organización social y en el hogar, con base en los llamados «mandamientos
divinos»; sí es patriarcal, machista, no favorable a la mujer, y la colocan, por
lo general, en una situación de inferioridad y desventaja en relación al varón.
Además, dada la estrecha e intrínseca
relación que existe, que siempre ha existido y existirá entre la literatura (religiosa
o no) y el contexto histórico, sociocultural y vital en que ésta surge (toda
literatura religiosa o no, es hija de su tiempo); es obvio que en los contextos
en que siguieron los textos bíblicos, en los contextos vitales en que surgió y se
configuró la Biblia, la tradición religiosa judeocristiana, no podían producir
un discurso teológico distinto al que en efecto nos ofrecen los textos bíblicos, el discurso bíblico-teológico en
general, con unas metáforas que no fueran perjudiciales a mujer, con unas metáforas
que colocaran a la mujer en un plano de igualdad en relación al varón, y mucho
menos en una situación donde la mujer fuera el foco central, el eje de la
historia y la narración, y mucho menos donde ésta ostentara una relativa superioridad
frente al varón.
En consecuencia, pienso que está demás
preguntarse si los contextos históricos y socioculturales en que surgieron los
textos bíblicos podían haber producido una Biblia distinta. De hecho, mientras
más se insiste en los contextuales que son los textos bíblicos, más se ha de
poner de relieve la innegable relación que existe entre los textos bíblicos y los
contextos históricos, socioculturales y vitales en que estos surgieron. En
suma, la Biblia tiene el ADN de los contextos históricos, socioculturales y vitales
en que surgieron los textos bíblicos, y en los que se configuró el discurso
sobre Dios, en general, el discurso teológico de la tradición religiosa
judeocristiana; contextos por lo general desfavorables a la mujer, y en los que
el varón siempre ostentó la superioridad y la autoridad sobre ésta.
En conclusión, Dios no es machista, Dios no
es feminista, Dios no es varón, Dios no
es mujer; pero el discurso teológico de la tradición judeocristiana (AT y NT),
elaborado, estructurado, contado y divulgado por varones; sí es machista, desfavorable
a la mujer, donde jamás domino la idea siquiera de una igualdad relativa entre
el varón y la mujer, y donde es claro
que la mujer siempre estuvo a la sombra
del liderazgo y señorío del varón, en la sociedad, en el hogar, en el clan, en
la tribu, en la monarquía, en el templo, en la sinagoga, y en las asambleas cristianas
(compárese Hechos 6.1-7; 15.1-34).
Por supuesto, está demás el preguntarnos si
el discurso teológico contemporáneo debe
seguir repitiendo y promoviendo una lectura y apropiación acrítica del discurso
bíblico-teológico, y justificando una relación asimétrica entre el varón y la
mujer; o si más bien vamos a aceptar el desafío de asumir una postura crítica frente
al discurso teológico con base en la tradición bíblica, y procurar hoy una situación
social y eclesiológica donde en verdad reine un ambiente de indiscutible igualdad
y reciprocidad entre el varón y la mujer.
¡Hasta la próxima!
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