Palabras griegas que hacen referencia al «polvo», y que ninguna está relacionada con la palabra «diácono»


Palabras griegas que hacen referencia al «polvo», y que ninguna está relacionada con la palabra «diácono»

Cuestiones de lingüística, traducción y exegesis bíblica

Otra vez sobre la etimología de la palabra «diacono»

Héctor B. Olea C.

Me propuse publicar estas breves líneas para cerrar mis comentarios respecto de la etimología, significado y uso de la palabra «diácono».

En tal sentido, debo decir que, efectivamente, hay varias palabras griegas en el griego que, de una forma u otra, hacen referencia al «polvo», pero que ninguna es la supuesta «kónos», y ninguna está relacionada con la palabra «diácono».

En todo caso, será por medio de una imagen adjunta que daré los detalles de lugar.

Sin embargo y, siguiendo en la línea de mi extenso artículo de ayer, mi recomendación es que, cuando creamos que una cadena fónica, un conjunto de fonemas constituye un morfema lexical o gramatical (gramema), es preciso procurar constatar que, efectivamente en la palabra en cuestión dicha cadena fónica constituye un verdadero morfema (como en la palabra mencionada, «entrepierna»), y que no es simplemente un grupo de fonemas que forma parte de un único morfema (como en la mencionada palabra «entrevistar»).

Invito, pues, a considerar la imagen adjunta.

Bibliografía consultada, entre otras obras:

«Diccionario del griego bíblico, Setenta y Nuevo Testamento», 2da edición revisada y ampliada, de Amador Ángel García Santos, Verbo Divino, Estella (Navarra), España, 2018.

«Diccionario griego español (DGE, griego clásico)», cinco tomos, obra dirigida por Francisco R. Adrados, y publicada por el «Instituto de Filología, Consejo superior de Investigaciones Científicas», Madrid, 1997.

«Diccionario manual griego - español (griego clásico) VOX», por José M. Pabón S. de Urbina, décima octava edición, febrero 2005.

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De «morfemas» y «seudomorfemas» La etimología de «diacono» en el centro de esta cuestión


 De «morfemas» y «seudomorfemas»

Cuestiones de lingüística, traducción y exegesis bíblica

La etimología de «diacono» en el centro de esta cuestión

Héctor B. Olea C.

Me propuse publicar este artículo (con muchos tecnicismos, por necesidad, como se verá), en virtud de una inquietud pública que me expresó un dilecto contacto, amigo y compañero de varios foros, como relación a mi artículo titulado: «Diácono, traducción o transliteración».

La inquietud planteada consistió en que hace algunos años mi referido contacto y amigo había leído (no mencionó la fuente) que la palabra «diácono» derivada de una palabra griega compuesta, conformada por la preposición «diá» y por el sustantivo «kónos» (polvo), “simbolizando el servicio de aquellos que trabajaban llevando y trayendo cosas para sus amos, sea en las casas o en los caminos. Y que ese vocablo luego pasó a ser utilizado por la iglesia justamente con ese sentido de todo servidor activo del "amo" Cristo, sirviendo a los demás hermanos”.

Por supuesto, el referido contacto me expresó que le había extrañado que en mi exposición no hubiera hecho referencia a tal propuesta etimológica.

Ahora bien, ¿qué de cierto tiene esta etimología de la palabra «diácono»?

Y he aquí mi explicación y respuesta.

En primer lugar, no lo sé todo, pero una cosa sí es cierta, no conozco diccionario o léxico alguno de griego clásico o de griego koiné que proponga o defienda que la palabra diácono derive de la composición formada por la preposición griega «diá» y por el sustantivo griego «kónos» (polvo).

En honor a la verdad, como expliqué en mi referido artículo, la palabra «diácono» deriva del verbo griego «diakonéo» (ausente en los LXX, pero 37 veces en el NT) y que significa: servir a la mesa y, en sentido general, ser un servidor, servir, actuar como servidor, estar al servicio de alguien, de algo.

En segundo lugar, la sugerida etimología de «diácono», como derivada de la composición entre la preposición «diá» y del sustantivo «kónos», pone de manifiesto un error común tanto en español como en otras lenguas, en este caso, respecto del griego, y se trata de la confusión entre un verdadero «morfema» con un «seudomorfema» (un grupo fónico que en realidad no existe en la lengua como un morfema), además de un desconocimiento del léxico griego.

Morfemas versus seudomorfemas

Principio general: Todas las palabras están conformadas por «morfemas». O sea, los «morfemas» son los elementos morfológicos de las palabras (no hay siquiera una palabra que no esté formada por al menos un morfema).

El «morfema» consiste en la unidad lingüística más pequeña dotada de significado propio, ya sea lexical (morfema lexical o lexema) o gramatical (gramema), con alguna función gramatical (morfema gramatical o gramema).

Por eso los «morfemas» se clasifican en dos grupos: 1) los morfemas lexicales, que pueden ser nominales (lexemas nominales: sustantivos y adjetivos) y verbales (lexemas verbales: verbos y los verboides: formas no personales del verbo: infinitivo, gerundio y participio).

Luego, los morfemas lexicales o lexemas son los que designan conceptos (materiales e inmateriales) y los morfemas gramaticales (o gramemas) que son los designan o expresan los accidentes gramaticales de los lexemas o sirven para establecer nexos o relaciones entre los lexemas.

Por otro lado, los morfemas (lexicales o gramemas) están formados por «fonemas», por secuencias o grupo de «fonemas». Por eso hay «morfemas monofonemáticos» (constituidos por un solo «fonema») y «morfemas polimorfemáticos» (constituidos por más de un «fonema»).

Es el «fonema» la unidad lingüística más pequeña carente de significado, la cual es representada por los sonidos lingüísticos en el plano fónico (oral), y por las letras en el plano de la escritura.

Confusión entre los verdaderos morfemas y los seudomorfemas

Es común confundir ciertas cadenas fónicas (secuencia o grupo de fonemas) que no son «morfemas» (sino partes de un morfema), con cadenas fónicas o grupo de fonemas similares que son «verdaderos morfemas».

Dos casos ilustrativos:

Primer caso: el grupo de fonemas «in» en la palabra «interés» y en la palabra «indiscutible»

En la palabra «interés» la secuencia de fonemas «in» no es un «morfema», sino un seudomorfema que forma parte de un único morfema, constituido por la palabra «interés» (morfema o lexema nominal) la cual no puede ser segmentada en «in» y «terés».

Pero en la palabra «indiscutible», la secuencia de fonemas «in», sí es un verdadero morfema (gramatical y prefijo) que, junto al morfema lexical nominal «discutible», indica la negación de este último (que no es discutible), por lo cual puede ser segmentada en «in» (morfema gramatical) y «discutible» (lexema).

Segundo caso: el grupo de fonemas «entre», en la palabra «entrevistar» y en la palabra «entrepiernas» 

En la palabra «entrevistar», el grupo de fonemas «entre» es un seudomorfema (no es un morfema), que forma parte de un único morfema constituido por la palabra «entrevistar», lexema verbal, palabra indivisible, que no puede ser segmentada en «entre» y «vistar».

Pero en la palabra «entrepiernas», el grupo de fonemas «entre» sí es un verdadero morfema (morfema gramatical prefijo), con el significado de «en medio de», «posición intermedia». Luego, la palabra «entrepierna», indicando la parte interior de los muslos, los órganos genitales de una persona, sí puede ser segmentada en «entre» (en medio de; gramema) y «pierna» (lexema).

Los morfemas y los seudomorfemas en el griego (clásico y koiné)

La confusión mostrada en español entre «los morfemas» (los verdaderos morfemas) y «los seudomorfemas» (grupos de fonemas que en verdad no constituyen «verdaderos morfemas»), también se da en el griego (clásico y koiné).

Por supuesto, como pretendo demostrar, la supuesta explicación etimológica que sugiere que la palabra «diácono» deriva de la composición que da lugar la unión de la preposición griega «diá» (morfema gramatical) y el sustantivo «kónos» (lexema nominal: polvo); pone de manifiesto la indiscutible confusión de la cadena fónica «diá» cuando es un verdadero morfema (un morfema gramatical), y cuando es un simple segmento fónico que forma parte de un único morfema (nominal o verbal).

El grupo fónico (cadena fónica) «diá» como verdadero morfema (morfema gramatical)

En griego existe la cadena fónica «diá» que, como verdadero morfema, morfema gramatical o gramema, se emplea como morfema gramatical independiente (como palabra no unida a un lexema), y como morfema gramatical (dependiente) adherido como prefijo a ciertos lexemas.  

Como morfema gramatical (gramema) independiente, el grupo fónico «diá» es una preposición que se emplea con dos de los casos de la flexión nominal griega: 1) con el caso genitivo, significando «por medio de», «a través de» (entre otras acepciones); y 2) con el caso acusativo, significando «por causa de» (entre otras acepciones).

Con el caso genitivo, observamos la preposición «diá en Juan 1.3, en la expresión «diautú» (por medio de él, por medio del lógos).

Y con el caso acusativo, observamos la preposición «diá» en Apocalipsis 6.9, en la expresión «dia ton lógon tu zeú» (por causa de la palabra de Dios).

Pero «diá» como morfema gramatical prefijo (morfema gramatical dependiente) adherido aun lexema verbal, dos ejemplos concretos e indiscutibles son: «dianguélo» (verbo compuesto: transmitir un mensaje, una noticia), y «diaguinósko» (verbo compuesto: conocer con exactitud, juzgar, decidir).

Por otro lado, es preciso poner de relieve que no existe en griego la palabra «kónos», sino la palabra «kónis» (lexema nominal), un sustantivo femenino y de la tercera declinación, con las siguientes acepciones: ceniza, polvo (dos veces en la Septuaginta, pero ausente en el NT).

Por cierto, en toda la declinación del sustantivo «kónis», en ningún caso llega a tener la morfología «kónos».

Consecuentemente, no existe en griego (clásico y koiné) la palabra «kónos» como lexema ni como flexión de «kónis» o de otro lexema.

En tal sentido, no existe tal cosa como una palabra griega compuesta por la preposición «diá» (que sí existe en griego) y por la supuesta palabra sustantivo «kónos» (que no existe en griego), que sea el origen o la etimología de la palabra española «diácono».

Además, es cierto que en griego (clásico y koiné) existe el sustantivo «konía» (polvo, arena; seis veces en la Septuaginta, pero ausente en el NT), un sustantivo femenino de la primera declinación griega; pero no es cierto que forme parte del sustantivo «diakonía» (una vez en la Septuaginta, pero treinta veces en el NT), un sustantivo femenino de la primera declinación griega, y que significa: oficio del que sirve, servicio, tarea, etc.

En realidad, en resumen, en conclusión, la palabra española «diácono», no exhibe el grupo fónico «dia», como morfema, sino más bien como un seudomorfema, como un segmento fónico que no es un morfema, sino que forma parte de un lexema y que, por lo tanto, no refleja composición alguna (ser parte de una palabra compuesta).

En honor a la verdad, el grupo fónico «dia», presente en la palabra española «diácono», no está presente como un morfema, sino que, simplemente, es el reflejo de un verbo griego («diakonéo») que lo tiene como segmento constitutivo, no como morfema gramatical prefijo, el cual y en la misma forma está presente como elemento constitutivo de varios sustantivos derivados de dicho verbo.

Finalmente, para una mejor comprensión de las líneas aquí presentadas, anexo una imagen, a modo de ilustración.

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Curiosidades lingüísticas relativas al nombre «Belén» en hebreo, griego y latín


 Curiosidades lingüísticas relativas al nombre «Belén»

En hebreo, griego y latín

Héctor B. Olea C.

En el pensamiento cristiano la trascendencia de la ciudad de «Belén» se explica por el papel que desempeña dicha ciudad como el lugar del nacimiento de Jesús, en el marco de la cristología de la concepción.

En efecto, de las ocho ocasiones en que se menciona la ciudad de «Belén» en el Nuevo Testamento, siete tienen lugar en los relatos de la llamada «cristología de la concepción» de Mateo y Lucas (Mateo 2.1, 5, 6, 8, 16; Lucas 2.4, 15).

La expresión hebrea detrás de la traducción «Belén» en la Biblia Hebrea (AT)

En la traducción de la Biblia Hebrea (AT) lo que está detrás de la traducción «Belén», no es una palabra, una simple palabra, sino más bien una frase, un sintagma, una construcción sintáctica, una cadena constructa formada por dos palabras.

Luego, es preciso decir que una «cadena constructa» (o «smijút») hebrea consiste en la asociación de al menos dos palabras, en la que la primera palabra representa una forma modificada de la forma léxica o el estado absoluto del sustantivo (no siempre), jamás con el artículo determinado; pero determinada por el segundo sustantivo.

En lo que a su significado se refiere, la cadena constructa hebrea sirve para expresar las distintas ideas que en griego y en latín se comunican con el llamado «caso genitivo», y en español, por medio de expresiones que emplean la preposición «de».

En tal sentido, es preciso decir que la «cadena constructa» (o «smijút») detrás de la traducción «Belén», en la Biblia Hebrea, es «bet-léjem» («casa de pan»).

Por supuesto, en la expresión o cadena constructa «bet-léjem», «bet» («casa de») es el estado constructo del sustantivo «báyit» («báit») que significa «casa», y «léjem» (pan, alimento, sustento) es el sustantivo en «estado absoluto singular» que le pone fin a dicha cadena constructa.

Finalmente, no es posible perder de vista que cuando la cadena constructa «bet-léjem» aparece en «forma pausal», por ejemplo, todas las veces en que consiste en la última palabra de un versículo en la Biblia Hebrea, su puntuación es «bet-lájem» (considérese: Génesis 35.19; Jueces 12.8, 10).

Observación: Toda palabra que en la Biblia Hebrea le pone fin a un versículo, está en forma pausal, y en muchos casos dicha posición afecta su puntuación, aunque no siempre.

La traducción griega de la expresión hebrea detrás de la traducción «Belén» en la Biblia Hebrea (AT)

Llama la atención la forma en que la Septuaginta (la clásica traducción del hebreo al griego) tradujo la cadena constructa «bet-léjem» («bet-lájem», forma pausal).

Pues bien, la Septuaginta empleó dos formas (dos transliteraciones o equivalencias fonéticas) para reflejar la cadena constructa «bet-léjem» («bet-lájem», forma pausal).

Por un lado, en veinticuatro ocasiones la Septuaginta empleó la forma «baizleem» («baithleem», transliteración al inglés), casos ilustrativos: Génesis 48.7; Rut 1.1, 2, 19; Nehemías 7.26.

Por supuesto, sorprende la forma «baizleem» («baithleem»), pues en lugar de reflejar el «estado constructo» del sustantivo «casa» («bet», presente en la expresión «bet-léjem», «bet-lájem», más bien presupone su no esperado aquí «estado absoluto» («báyit», «báit»).   

Por otro lado, en veinte ocasiones la Septuaginta empleó la forma «bezleem» («bethleem», transliteración al inglés), casos ilustrativos: Génesis 35.19; 1 Samuel 16.1, 4; 20.6; Jeremías 48.17, precisamente la forma detrás de la traducción «Belén» en el Nuevo Testamento.  

Por supuesto, la forma «bezleem» («bethleem»), sí refleja el estado constructo del sustantivo «casa» («báyit», «báit»), o sea, «bet», presente en la expresión «bet-léjem», «bet-lájem».  

La traducción latina detrás de la traducción «Belén» en la traducción de la Biblia Hebrea (AT) y del Nuevo Testamento Griego

La Vulgata, por su parte, hizo lo mismo que la clásica versión griega de la Biblia Hebrea, o sea, emplear una transliteración o equivalencia fonética para reflejar la cadena constructa hebrea detrás del nombre «Belén», o sea, «Bethlehem» («Bet-lejem»), tanto en la traducción de la Biblia Hebrea (AT), como en la traducción del Nuevo Testamento.

Apuntes desde el punto de vista de la fonética

Si bien en el hebreo moderno la letra «tav» («t») se pronuncia igual, como la «t» española, ya sea que tenga el punto «daguésh suave» o no; sin embargo, en lo que respecta al hebreo clásico o bíblico, sí se mantienen la doble pronunciación de la «tav» (como «t», si tiene el punto «daguésh suave», pero como «z», si no lo tiene.

En tal sentido, la lectura de la cadena constructa «bet-léjem» («bet-lájem») sería:   bez-léjem» («bez-lájem»).

Y en la misma línea, la consonante griega «theta», incluso en el griego moderno, representa el fonema «z» del español general de España (fonema del que carece el español latinoamericano, aunque sí retiene la letra «z»).

Por eso y, consecuentemente, he transliterado las dos formas griegas empleadas en la Septuaginta, como: «baizleem» («bezleem»).

Pero en lo que al latín se refiere, el grupo «th», como aparece en la forma empleada por la Vulgata, o sea, «Bethlehem», se pronuncia como la simple «t» del español (Bet-lehem).

Además, a diferencia de la letra «hache» («h») del español («h»), que por lo general es muda, la «hache latina» («h») era «aspirada» (con el valor de la jota española, y de la «jet» hebrea).

Luego, la forma latina «Bethlehem», habría de leerse «Bet-lejem».

Sin embargo, si bien cuenta el griego con la letra «ji» («j»), no consideró el traductor al griego emplearla, por lo cual, las formas griegas resultantes fueron: «Baiz-leem» y «Bez-leem».

Finalmente, si bien procuró la clásica versión griega (Septuaginta) reflejar la equivalente fonética de la cadena constructa hebrea «bet-léjem» («bet-lájem»), y así también la Vulgata; no es menos cierto que dichas equivalencias fonéticas no logran transmitir en griego y en latín el significado de la cadena constructa (no una simple palabra) empleada en la Biblia Hebrea y que está detrás del sustantivo «Belén».   

Como siempre, para una mejor comprensión, considerar la imagen adjunta.

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«Diácono», ¿traducción o transliteración? Cuestiones de morfosintaxis griega y traducción bíblica

«Diácono», ¿traducción o transliteración?

Cuestiones de morfosintaxis griega y traducción bíblica

 

Héctor B. Olea C.

La palabra española «diácono» (sustantivo de género masculino), no es una traducción del griego «diákonos» (masculino y femenino de la segunda declinación griega), como tampoco una transliteración o transcripción en sentido estricto.

Luego, la palabra española «diácono», si bien deriva del latín eclesiástico «diáconus» (un sustantivo masculino y de la segunda declinación latina), tampoco es propiamente una transliteración española del mismo.

Por otro lado, la palabra española «diaconisa» sí es una transliteración o transcripción (indeclinable, por supuesto) del sustantivo también del latín eclesiástico «diaconissa» («diaconíssa»), un sustantivo femenino de la primera declinación latina. 

Explicación de la palabra griega «diákonos»

El sustantivo griego «diákonos», como varios sustantivos griegos, incluido «zeós», «theós» (dios, Dios), a pesar de tener una sola morfología, y de ser declinado como un sustantivo de un único género gramatical (masculino), y de una sola declinación griega (la segunda declinación); sin embargo, es tanto un sustantivo de género masculino como de género femenino.

En tal sentido, se ha de asumir como de género masculino o como de género femenino, por un lado, dependiendo del artículo determinado que tenga (si el masculino o si el femenino), y, por otro lado, sin el artículo determinado, dependiendo de si hace aparece referencia a un sustantivo de género masculino (aludiendo a una persona de sexo masculino, a un varón), o si hace referencia a un sustantivo de género femenino (aludiendo a una persona de sexo femenino, a una mujer).

El significado del sustantivo griego «diákonos» (presente 6 veces en los LXX y 29 veces en el NT)

Deriva el griego «diákonos» (estar al servicio de alguien, que sirve, servidor, sirviente, el que ayuda, ayudante, asistente, cargo eclesiástico) del verbo «diakonéo» (ausente en los LXX, pero 37 veces en el NT).

En tal sentido, el «Diccionario griego español» (griego clásico), cinco tomos, dirigido por Francisco R. Adrados (publicado por el Instituto Antonio de Nebrija, 1989), define el verbo «diakonéo» en los siguientes términos:  

En primer lugar, en el ámbito de la intermediación, significa: proveer, proporcionar, procurar, suministrar, transmitir.

En segundo lugar, como realización de una función por imperativo ajeno, significa: prestar como servicio o favor por algún tipo de obligación, religiosa o social.

En tercer lugar, estrictamente en el campo religioso, significa: servir, socorrer, auxiliar.

Y el «Diccionario del Griego bíblico, Setenta y Nuevo Testamento», de Amador Ángel García Santos (Verbo Divino, 2016), define el verbo «diakonéo» de la siguiente manera: 1) servir a la mesa; 2) en sentido genera: ser un servidor, servir, actuar como servidor, estar al servicio de alguien; 3) estar al servicio de algo; 4) ayudar a alguien, socorrerle, asistirle; 5) servir, ser servidor, como oficio o cargo eclesiástico.

Por ejemplo, la traducción «el que sirve», en Lucas 22.26 (RV 1960), es la traducción de la expresión griega «jo diakonón» (participio presente activo, nominativo masculino singular del verbo «diakonéo»).

Consecuentemente, es evidente que la presencia de la palabra «diácono» (para hacer referencia a un cargo oficio eclesiástico, sólo tres veces de 29 y siempre en plural: Filipenses 1.1; 1 Timoteo 3.8 y 12), en las versiones de la Biblia (por ejemplo, RV 1960 y BJ 2018), consiste en una españolización o castellanización del griego «diákonos», vía el latín «diaconus» («diáconus»).

Luego, si en verdad y siempre se hubiera traducido el griego «diákonos» (las 29 veces en que se lo encuentra presente en el NT), la palabra española «diácono» no tendría presencia en el Nuevo Testamento, incluso en los textos bíblicos mencionados en los que hace referencia a un cargo u oficio eclesiástico), y en su lugar se leería: servidor, ayudante, asistente, ministro, servidora, ministra. 

Obviamente, es ya prácticamente imposible desprendernos del uso técnico de la castellanización «diácono» para hacer referencia a un cargo u oficio eclesiástico.

Pero y, en todo caso, esto no debería ser un obstáculo para admitir que no es propiamente una traducción, sino una castellanización vía el latín.

La palabra griega «diákonos» en Romanos 16.1

En primer lugar, que la palabra griega «diákonos» debe asumirse aquí como de género femenino, no es una cuestión debatible, al margen de la discusión de si está haciendo referencia o no a un cargo u oficio eclesiástico.

En segundo lugar, las personas que rechazan aquí la traducción «diaconisa», lo hacen porque entienden que el «diaconado» es un cargo u oficio eclesiástico sólo desempeñado por varones, por lo cual entienden que la presencia del griego «diákonos» (en género femenino) no apunta aquí al cargo u oficio eclesiástico, razón por la cual no se puede equiparar al uso técnico de «diácono» en género masculino y haciendo referencia a varones.

En tercer lugar, las personas que defienden que en Romanos 16.1 el griego «diákonos» (en género femenino) sí se hace referencia al cargo u oficio «eclesiástico», no tienen problemas en admitir y defender la castellanización «diaconisa», de la misma forma en que asumieron la castellanización (no traducción) «diácono» en Filipenses 1.1 y 1 Timoteo 3.8 y 12 (siempre en plural).  

En cuarto lugar, si hemos de ser consistentes en promover siempre una verdadera traducción del griego «diákonos», incluso cuando se entienda que hace referencia a un cargo u oficio eclesiástico; se habría de evitar tanto la castellanización «diácono» como «diaconisa».

En quinto lugar, el empleo de la palabra «diácono» en las versiones españolas de la Biblia, en Filipenses 1.1 y 1 Timoteo 3.8 y 12, como La RV1960 y La Biblia de Jerusalén 2018-19 (haciendo referencia a un cargo u oficio eclesiástico, como término técnico); es el reflejo de la Vulgata, la cual empleo el sustantivo «diaconus» («diáconus») en dichos textos (en plural, como en el texto griego).

En sexto lugar, en Romanos 16.1 La Vulgata evitó el empleo del femenino «diaconissa», y en su lugar tradujo con la expresión «quae est in ministerio ecclesiae»: «la que está al servicio de la iglesia» («la cual está dedicada al servicio de la iglesia»).

En séptimo lugar, La Biblia de Jerusalén Quinta Edición (2018-2019) sigue a la Vulgata al evitar el empleo de la castellanización «diaconisa» en Romanos 16.1, al traducir «ministra».    

En octavo lugar, la versión Reina Valera 1960 toma distancia de la Vulgata en Romanos 16.1, al emplear la castellanización «diaconisa» (tan legítima como la castellanización «diácono»), así también la obra «Los libros del Nuevo Testamento, traducción y comentario», del profesor Antonio Piñero (TROTTA, 2021).

En conclusión, si en lugar de castellanizar o españolizar el griego «diákonos» vía el latín «diáconus», se hubiera traducido propiamente, en sentido estricto; ninguna de las versiones de la Biblia habría empleado la palabra «diácono» ni «diaconisa».

Pero si se admite el empleo de la castellanización (no traducción) «diácono», como término técnico para referir a un cargo u oficio eclesiástico; y luego se admite que el empleo en femenino del griego «diákonos» en Romanos 16.1 no es diferente al empleado en Filipenses 1.1 y 1 Timoteo 3.8 y 12; no debería haber problema alguno con que se emplee la castellanización (no traducción) «diaconisa» en Romanos 16.1. 

Finalmente, para una mejor comprensión de las líneas aquí presentadas, anexo una imagen, a modo de ilustración.

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Jesús, ¿traducción o transliteración? Mi respuesra a una pregunta que me fue planteada



Jesús, ¿traducción o transliteración?

Cuestiones de las lenguas y traducción bíblica

Una pregunta que me fue planteada

Héctor B. Olea C.

De entrada, pienso que es preciso puntualizar que la palabra española «Jesús» no es más que una castellanización o españolización del latín «Yesus» («Yésus»).

Por supuesto, el nombre latino «Yesus» («Yésus»), sin tilde (sin acento gráfico) y sin ser palabra oxítona (aguda), pues en latín, por un lado, no existe la tilde (el acento gráfico) y, por otro lado, con algunas excepciones, no existen palabras oxítonas o agudas (con la última sílaba tónica).   

Y en la misma línea, la palabra española «Josué» también es una castellanización o españolización del latín «Josue» («Iosue», «Yosue»), sin tilde, y sin la última sílaba tónica.

Ahora bien, ¿es «Jesús» una transliteración o transcripción del hebreo o del griego?

En primer lugar, ya hemos dicho que el nombre griego «Iesús» («iesús»), que aparece en la Septuaginta 283 veces, y en el Nuevo Testamento 919 o 917 veces, fue empleado en la Septuaginta para reflejar las formas hebreas «yejoshúa» y «yeshúa» (hebreo y arameo).

Considérese, por ejemplo: Deuteronomio 1.38; 3.21; Josué 1.1; Nehemías 8.17.

La Vulgata, por su parte, en los mismos versículos arriba mencionados, empleó el nombre «Josue» («Yosue»).

En segundo lugar, otra forma empleada en la Septuaginta para reflejar las formas «yejoshúa» y «yeshúa», y estrictamente en dos ocasiones, es «Iesue» («iesue»), en 1 Crónicas 7.27 y Esdras 2.6.

Y, otra vez, la Vulgata vuelve a emplear la forma «Josue» («Yosue»).

En tercer lugar, verdaderas transliteraciones o transcripciones griegas de las formas «yejoshúa» y «yeshúa», serían: «ieosua» (para «yejoshúa») y «iesua» (para «yeshúa»), pero esto no fue lo que hizo la Septuaginta, tampoco la Vulgata.

En cuarto lugar y, consecuentemente, el nombre griego «Iesús» («iesús») no es propiamente una «traducción» de las formas «yejoshúa» y «yeshúa», en virtud de que, en sentido estricto, el nombre griego en cuestión no transmite con propiedad la carga semántica de las formas hebreas mencionadas; y esto así, sencillamente, por no reflejar el lexema verbal que en griego comunica la idea de «salvar», «liberar»; contrario a lo que sí ocurre con las formas hebreas «yejoshúa» y «yeshúa», que sí reflejan el lexema verbal hebreo que comunica la idea de «salvar», «liberar».

En quinto lugar, el nombre griego «Iesús» («iesús») en realidad es un nombre propio griego (¿helenización?), de género masculino, que forma parte de los sustantivos o nombres masculinos y contractos de la segunda declinación griega, pero con ciertas peculiaridades.

Finalmente, para una mejor comprensión de las líneas aquí presentadas, anexo dos imágenes, a modo de ilustración.

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La problemática del verbo «llamar» en Isaías 7.14 y Levítico 1.1




El tiempo del verbo «llamar» en Isaías 7.14 y Levítico 1.1

Nociones no tan elementales de hebreo clásico (bíblico)

Héctor B. Olea C.

En ocasiones anteriores he afirmado que, en muchos casos, la apelación al texto bíblico en su lengua original es defectuosa y seriamente cuestionable.

Ahora bien, puede ser defectuosa o cuestionable, por tener la persona una información muy elemental o incompleta de la lengua bíblica de que se trate.

Pero también, en segundo lugar, porque la persona que apela al texto en la lengua bíblica, está más interesada en proporcionar argumentos a favor de un determinado dogma teológico, que por establecer lo que en realidad dice el texto bíblico en su lengua original.

Y, en tercer lugar, porque la persona que apela al texto en la lengua bíblica, está más interesada en argumentar en contra de un determinado dogma teológico, que por establecer lo que en realidad dice el texto bíblico en su lengua original.

El tiempo del verbo «llamar» en Isaías 7.14

Pienso que para establecer con propiedad el tiempo del verbo «llamar» en Isaías 7.14, necesito proporcionar algunas nociones básicas (tal vez no tan básicas), del sistema verbal del hebreo clásico o bíblico.

En tal sentido, diré que el sistema verbal hebreo expresa la cualidad de la acción verbal mediante siete conjugaciones verbales principales llamadas «binyaním» («edificios», «construcciones»).

La conjugación «qal», la conjugación básica, y seis conjugaciones más, cuyo nombre se sustenta en la morfología de la tercera persona masculina singular del estado perfecto del verbo «paál» (hacer, obrar) en dichas conjugaciones: «nifál» «piel», «pual», «jifíl», «jofál», y «jitpaél».

Las dos columnas del sistema verbal del hebreo clásico (bíblico)

El sistema verbal hebreo descansa o se sustenta, en cada una de las siete conjugaciones o construcciones mencionadas, en dos formas o estados del verbo: el «estado perfecto» (o «qatál») y el «estado imperfecto» (o «yiqtól»).

Consecuentemente, habrá un «perfecto qal», como un «imperfecto qal», un «perfecto nifál», y un «imperfecto nifál», y así sucesivamente con el resto de las mencionadas conjugaciones.  

 El valor temporal de las formas verbales en el hebreo clásico (bíblico)

A diferencia del sistema verbal del español en el cual, por lo general, sobresale el valor temporal, o sea, el tiempo en que se supone que ocurre la acción verbal; en el sistema verbal del hebreo clásico sobresale más bien el valor aspectual, o sea, la forma en que se concibe la acción verbal, si realizada o por realizar, si en desarrollo o puntual, repetida, etc.  

Consecuentemente, el tiempo en que se supone que tiene lugar la acción verbal, en el que se desarrolla la acción verbal, se establece más bien por el contexto.

El tal sentido, Enrique Farfán Navarro, plantea:

“El perfecto expresa una acción terminada, un hecho ocurrido; corresponde a nuestro perfecto, pluscuamperfecto, imperfecto, presente (sobre todo, en los verbos estativos) y hasta al futuro (que así se indica certísimo).

El imperfecto expresa una acción por realizar o por terminar, un hecho futuro; corresponde sobre todo a nuestro futuro; pero también, a nuestro presente (si se considera que la acción suele repetirse) e imperfecto (si se considera el proceso, la duración de la acción); incluye a menudo las nociones de «poder o querer hacer algo».

Ambos tipos de acción (la del perfecto y la del imperfecto) pueden tener lugar, por tanto, en el pasado, en el presente o en el futuro. El contexto determina el tiempo de la acción” («Gramática elemental del hebreo bíblico», Verbo Divino, 2001, página 52).

Por eso, a diferencia de lo que ocurre en el hebreo moderno, no tiene el hebreo cásico o bíblico, un paradigma como tal para el llamado «tiempo presente».

Por supuesto, el paradigma del tiempo presente en el hebreo moderno, se sustenta en una forma realmente atemporal del verbo hebreo (presente ya en la Biblia Hebrea misma): el participio activo, más los pronombres personales independientes (que funcionan como sujeto, jamás como objeto).

Formas verbales «conversivas» o «inversas»

Si bien en el verbo hebreo sobresale más bien el valor aspectual que el valor temporal, por lo general, y fuera de contexto, es común traducir el «perfecto» o «qatál» hebreo con el «pretérito perfecto simple» del español (llamado también pretérito indefinido o simplemente pretérito: yo trabajé, tú estudiaste, etc.).

Y por lo general, igualmente fuera de contexto, es común traducir el «imperfecto» o «yiqtól» hebreo con el «futuro» del español (yo trabajaré, tú estudiarás, etc.).

En todo caso, el hebreo clásico (como el fenicio, el moabita y el ugarítico), en el marco de dos principales secuencias narrativas, tiene dos formas del verbo que se usan con el valor de su contraparte: el «veqatál» (o «veqataltí») o «perfecto inverso» o «conversivo» (con el valor del «imperfecto» o «yiqtól»), y el «vayyiqtól», «imperfecto inverso» o «conversivo» (con el valor del «perfecto» o «qatál»).

Ahora bien, se caracterizan estas dos formas verbales «inversas» o «conversivas» del sistema verbal hebreo, por el empleo (como prefijo) de la conjunción copulativa «ve» (y), pero con una función especial (no simplemente copulativa), que señala el valor inverso o invertido de la forma verbal.

En otras palabras, prefijada con la conjunción «ve» conversiva, una forma verbal del «perfecto» o «qatál», se transforma en una forma «veqatál» o «veqataltí» (un «perfecto inverso» o «conversivo», con el valor del «yiqtól»: «y yo trabajaré»).

Y prefijada con la conjunción «ve» conversiva, una forma verbal del «imperfecto» o «yiqtól», se transforma en una forma «vayyiqtól» (un «imperfecto inverso» o «conversivo», con el valor del «perfecto» o «qatál»: «y yo trabajé»).

La vocalización especial de la conjunción «ve» conversiva prefijada a una forma verbal del «imperfecto» o «yiqtól»

Mientras que prefijada a una forma verbal del «perfecto» o «qatál», la conjunción «ve» conversiva está puntuada o vocalizada de forma regular (por eso dicha forma es llamada «veqatál» o «veqataltí»), como cuando funciona como conjunción copulativa («y»), hecho que ha llevado algunos a confundirla con la simple función copulativa de la conjunción «ve» («y»).

Sin embargo, prefijada a una forma del «imperfecto» o «yiqtól», tiene una vocalización especial, o sea, siempre con una vocal de tipo «a», y además le impone al prefijo del «yiqtól» un punto «daguésh fuerte» (punto que duplica la consonante o prefijo del «yiqtól», a excepción del prefijo de la primera persona común singular, que no lo soporta), por eso dicha forma es llamada «vayyiqtól».

La forma verbo del verbo «llamar» en Isaías 7.14

Toda persona que tenga un conocimiento mucho más que elemental, no tan elemental del hebreo clásico o bíblico, ha de estar al tanto de que la forma verbal hebrea presente en Isaías 7.14, «veqarát» (o la forma esperada «veqareá») es una forma «veqatál» o «veqataltí», un «perfecto inverso» o «conversivo», o sea, un «perfecto» o «qatál» con el valor del «imperfecto» o «yiqtól»: «y tú (de género femenino) llamarás»; «y ella llamará».

Consecuentemente, las traducciones griegas «kai kaléseis» (y tú llamarás) y «kai kalései» (y ella llamará), empleando el tiempo futuro del modo indicativo griego, son traducciones indiscutiblemente acertadas de la forma «veqatál» o «veqataltí» («perfecto inverso» o «conversivo»), en Isaías 7.14.

El nombre hebreo del libro de Levítico, una forma «vayyiqtól» del verbo qará

El nombre hebreo de libro de Levítico, la primera palabra del libro, consiste precisamente en una forma «vayyiqtól» (un «imperfecto inverso» o «conversivo») de la tercera persona masculina singular del mismo verbo «qará» que aparece en Isaías 7.14: «vayiqrá» (y llamó).

Por cierto, la traducción griega que exhibe la Septuaginta «kai anekálesen» (y llamó; un aoristo primero, modo indicativo, voz activa, tercera persona del singular, del verbo «kaléo»: yo llamo), es una traducción indiscutiblemente acertada de la forma «vayiqrá» («imperfecto inverso» o «conversivo»).

En resumen, al margen de si la persona concuerda o no con el dogma del nacimiento virginal, si concuerda o no con la apelación de los evangelistas Mateo (Mateo 1.23) y Lucas (1.17) a la versión griega de Isaías 7.14 (que sí empleó la palabra «virgen», o sea, «parzénos», «parthénos»); pienso que no debería ser un problema el admitir que, indiscutiblemente, la forma verbal presente en Isaías 7.14 es una forma verbal «veqatál» o «veqataltí» (un «perfecto inverso» o «conversivo» con el valor de un «yiqtól» o «imperfecto», o futuro).

Por lo que, consecuentemente, la traducción que hizo la Septuaginta de la forma verbal presente en Isaías 7.14, es indiscutiblemente acertada, como también lo fue al traducir la forma «vayyiqtól» que da el nombre al libro de Levítico en hebreo.       

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«Porque salvará a su pueblo de sus pecados» («autú» versus «autón») Nociones de morfosintaxis griega


«Porque salvará a su pueblo de sus pecados»

(«autú» versus «autón»)

Nociones de morfosintaxis griega

Héctor B. Olea C.

En Mateo 1.21 se ha pretendido explicar la razón del nombre «Jesús», con base en el hecho de que el niño, cuyo nacimiento se proclama, salvaría a su pueblo de sus pecados.

Sin embargo, nos parece necesario poner de relieve algunos detalles de este texto, desde el punto de vista del léxico y de la morfosintaxis griega.

En primer lugar, la forma griega detrás del nombre Jesús

En griego, «Jesús» es «iesús», pero «iesús» no es un cognado (emparentado morfológicamente, que no exhibe el mismo lexema) del verbo griego «salvar» («sózo»: yo salvo, libero, pongo a salvo), precisamente empleado en Mateo 1.21.

En realidad, el sustantivo cognado del verbo griego «sózo» es «sotér» (un sustantivo de género masculino y de la tercera declinación griega).

En todo caso, es innegable que en el Nuevo Testamento se emplea el sustantivo «sotér» (salvador, libertador, liberador) para hacer referencia a «Jesús» (considérese, por ejemplo: Lucas 2.11; Juan 4.42; Efesios 5.23; 2 Timoteo 1.10).

Sin embargo, la afirmación de Mateo no carece de sentido cuando se comprende el trasfondo del nombre griego «iesús», o sea, su empleo en la clásica versión griega como traducción de los dos nombres hebreos que están detrás del nombre «Josué»: «yejoshúa» (Deuteronomio 1.38; 3.21; Josué 1.1) y «yeshúa» (hebreo y arameo; Nehemías 8.17).

Esto así, porque los nombres «yejoshúa» y «yeshúa» sí son cognados de la raíz hebrea «salvar» («yod-shin-áyin»: «lejoshía»), y ambos fueron traducidos en la Septuaginta con el nombre griego «iesús» (Josué), el mismo empleado en Mateo 1.21.

En segundo lugar, la forma de hace referencia a los pecados del pueblo

La llamada «anáfora gramatical» consiste en el procedimiento sintáctico que permite volver a aludir o hacer referencia a un referente o término mencionado anteriormente dentro de la oración.

Luego, el término o referente aludido recibe el nombre de «antecedente», y puede ser aludido mediante un pronombre, un adverbio o un sintagma nominal.

En tal sentido, en lo que al griego se refiere, en Mateo 1.21 observamos la presencia de una «anáfora gramatical» mediante el empleo del pronombre personal de la tercera persona, «autós», en caso genitivo plural («autón»).

Observación: Es común el uso del pronombre personal «autós» en la función de un «pronombre anafórico», en los llamados «casos oblicuos» (genitivo, dativo y acusativo), haciendo referencia a un «antecedente».

Consecuentemente, la gramática griega establece que el pronombre anafórico (como el pronombre relativo), debe concordar con su «antecedente», en dos cosas: en género y en número.

Sin embargo, llama la atención que en Mateo 1.21, al hacer referencia a que el niño que habría de nacer, salvaría a su pueblo (al pueblo de él) «de sus pecados», el pronombre anafórico «autón» está en genitivo plural (literalmente: «de ellos»), a pesar de que su antecedente es, morfológicamente, un sustantivo en singular (en griego: «ton láon»: el pueblo).  

Luego, la explicación de esta aparente anomalía la encontramos en que el sustantivo «pueblo» («ton láon»), si bien, desde el punto de vista de la morfología es un sustantivo masculino singular, en realidad es un «colectivo» (que hace referencia a muchas personas, a muchos individuos); en consecuencia, al volver a hacer referencia al mismo, se puede hacer en forma individual, como a individuos (los pecados de ellos, los pecados de las personas que conforman el pueblo).

Por cierto, un ejemplo en español lo encontramos en el siguiente texto: «La pareja se sentó con los demás y María, al mirarlos (no «al mirarla», pensó que parecían (no «parecía») dos durmientes» (Pombo, Metro, citado por la Nueva Gramática de la lengua española).

Finalmente, un ejemplo de una «anáfora gramatical» donde el pronombre anafórico en singular tiene un «antecedente» en singular y que no es un colectivo, lo encontramos, precisamente, en Mateo 1.21, detrás de la traducción «a su pueblo».

Pues bien, en griego «su pueblo» es la traducción de la expresión griega «ton láon autú», en la que el pronombre «autú» (en genitivo masculino singular), tiene de antecedente el sustantivo también masculino singular, «juión» (hijo).

Luego, la expresión griega «ton láon autú», literalmente significa: «el pueblo de él», el pueblo del «juión» (hijo), del hijo que habría de nacer.

En tercer lugar, ¿«él» o más bien «él mismo», «él en persona»?

Otro aspecto a considerar en el texto griego de Mateo 1.21, consiste la función aquí del pronombre personal «autós» (en caso nominativo singular).

En lo que al griego clásico respecta, el pronombre personal «autós» sólo podía tener una función pronominal (funcionando como pronombre personal) en los llamados «casos oblicuos» (genitivo, dativo y acusativo); pero en el griego bíblico es muy frecuente su uso como pronombre personal incluso en el caso nominativo.

Sin embargo, no es posible perder de vista el uso del pronombre «autós» (en caso nominativo) como adjetivo atributivo significando «mismo» (delante del sustantivo): «el mismo Señor»; pero indicando intensidad en posición predicativa (después del sustantivo): «el Señor mismo», «el Señor en persona».

Luego, se entiende que, especialmente en Lucas, ordinariamente se emplea el pronombre «autós» (en caso nominativo) como simple pronombre personal de la tercera persona (él), sin ningún matiz de intensidad, similar al uso que hace Juan del pronombre adjetivo demostrativo «ekéinos» como pronombre personal de la tercera persona: «él».

En todo caso, como este es un texto mateano (no lucano), y considerando el innegable uso de «autós» como indicando intensidad con un verbo conjugado sin un sujeto nominal; pienso que tenemos que considerar, seriamente, la posibilidad de que en Mateo 1.21 el sentido primario de «autós» (como adjetivo de intensidad) sea el que esté presente y no su valor pronominal: «él mismo», «él en persona».

En consecuencia, una traducción de Mateo 1.21 que asuma a «autós» indicando «intensidad», debe ir en la siguiente línea: «Ella dará a luz un hijo, y tú lo llamarás Jesús, porque él mismo (él en persona y no otro) salvará a su pueblo de sus pecados».    

Concluyendo, en Mateo 1.21 la afirmación de que «Jesús» sería el nombre del niño por nacer, porque él salvaría a su pueblo de sus pecados; se comprende más bien por el uso de nombre griego «iesús» como traducción empleada en la Septuaginta para las dos formas hebreas detrás del nombre «Josué»: «yejoshúa» y «yeshúa» (hebreo y arameo).

Esto así, porque el sustantivo griego «iesús» no es un cognado del verbo griego «salvar» («sózó»), pero en hebreo el verbo «salvar» («lejoshía») sí está detrás de los sustantivos «yejoshúa» y «yeshúa».

Luego, en Mateo 1.21 observamos dos «anáforas gramaticales», una con un antecedente morfológicamente en singular, pero que es un colectivo, y la segunda con un antecedente, morfológicamente también en singular, pero que no es un colectivo.      

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Una traducción jamás podrá ser anterior al original El texto masorético no es una traducción, la Septuaginta sí


Una traducción jamás podrá ser anterior al original

El texto masorético no es una traducción, la Septuaginta sí

Héctor B. Olea C.

En virtud de algunas reacciones a mi artículo sobre Isaías 7.14, me propuse publicar el presente, haciendo algunas aclaraciones y precisiones necesarias.

¿Qué se entiende por texto masorético?

Se llama «texto masorético» al texto hebreo de la Biblia Hebrea (valga la redundancia) puntuado, o sea, con los puntos vocálicos (que representan las vocales), y con las correspondientes masoras (la masora parva o pequeña, colocada en los manuscritos en márgenes laterales y espacios intercolumnares; la masora grande o guedolá, colocada en los márgenes superiores e inferiores del texto bíblico; y la masora final, colocada al final de cada libro).

En tal sentido, me parece oportuno traer a colación la definición que propone Emmanuel Tov: “El nombre Texto Masorético se refiere a un grupo de manuscritos (el grupo TM) que están íntimamente relacionados entre sí. Muchos de los elementos de estos manuscritos, incluida su forma final, se determinaron a principios de la Edad Media, pero continúan una tradición mucho más temprana. El término Texto Masorético fue asignado a este grupo por el aparato de la Masora unido a él. Este aparato, que fue añadido a la base consonántica, se desarrolló a partir de tradiciones más tempranas entre los siglos VII y XI, con los mayores desarrollos a principio del s. X, con la actividad de la familia Ben Asher en Tiberias” («Protomasorético, premasorético, semimasorético, y masorético: un estudio sobre terminología y teoría textual»; artículo publicado en «Davarlogos», año 2000).

En tal sentido, si bien se entiende que el período propiamente masorético se sitúa entre los años 500 al 1000 de nuestra era (hay quienes hablan de un poco antes); sin embargo, se admite que la actividad de los masoretas (los que escribían la masora) inicia alrededor del siglo II de nuestra era.

Ahora bien, a pesar de la innegable fluidez y pluralidad textual anterior al siglo I de nuestra era, no es posible perder de vista, plantean Elvira Martín Contreras y Guadalupe Seijas («Masora, la transmisión de la tradición de la Biblia Hebrea, página 27), que se puede establecer con bastante seguridad que entre los siglos I y II de nuestra era, se impuso un determinado tipo textual (texto hebreo consonántico), que fue el texto base sobre el cual trabajaron los masoretas y el que vino a ser lo que llamamos «texto masorético».

En consecuencia, la base del «texto masorético» es anterior al llamado periodo masorético.

Además, loa manuscritos del mar muerto han demostrado de forma concluyente dos cosas: la antigüedad del texto bíblico de tradición masorética y un cierto pluralismo textual no sólo en Qumrán, sino en toda palestina (Elvira y Guadalupe, obra citada, página 25)

Luego, según un estudio de Emmanuel Tov (mencionado por Elvira y Guadalupe, obra citada página 25) de los manuscritos hallados en Qumrán, un considerable número de manuscritos (el 35%) estarían muy próximos al texto masorético, los manuscritos coincidentes con el hebreo base de la Septuaginta serían un 5 %, y los coincidentes con el Pentateuco hebreo samaritano estarían en torno al 15 %, y los clasificados como pertenecientes al tipo propio de Qumrán llegarían el 20%.

Luego, en lo que a la tradición textual de la Septuaginta se refiere, se impone que admitamos, por otro lado, que no disponemos de los manuscritos originales de la Septuaginta. En realidad, los manuscritos de la Septuaginta de que disponemos, entre algunos papiros de los siglos I y II A.E.C., son los unciales del siglo IV y V (Vaticano, Sinaítico y Alejandrino), primeras Biblias cristianas que incluyen a continuación de la Septuaginta y en el mismo códice, el Nuevo Testamento Griego.

Además, es preciso admitir, con Julio Trebolle Barrera («La biblia judía y la biblia cristiana», TROTTA, 1998, página 339), “que la historia del texto de los LXX es muy compleja. Fueron muchas las revisiones que si hicieron de su texto… Es preciso conocer por ello las recensiones de los LXX llevadas a cabo por autores cristianos (Hesiquio, Luciano y Orígenes, siglos III y IV E.C.) y, seguidamente, las primeras revisiones de los LXX o las nuevas traducciones realizadas con anterioridad por autores judíos (Símmaco, Aquila y Teodoción; siglo II E.C.), La Biblkia Judia y la biblia cristiana, página 339.

Finalmente, plantea Natalio Fernández Marcos: “La terminación de la Biblia griega se llevó a cabo durante un proceso más largo en el tiempo y más complejo de lo que podría parecer a primera vista. Duró unos cuatro siglos, si aceptamos el hecho de que libros como el Cantar de los cantares o el Eclesiastés fueron traducidos con toda probabilidad en el siglo I o II d.C. («Septuaginta, la Biblia griega de judíos y cristianos», Sígueme, 2008, página 45).

La Septuaginta como traducción

Como traducción, se ha constatado que la Septuaginta fue una traducción muy literal (por equivalencia formal) en algunos libros (por ejemplo, en la traducción del Pentateuco), pero muy libre (una equivalencia dinámica extrema) en otros.

Luego, si bien es cierto que en algunos casos la Septuaginta representa el texto más antiguo del que disponemos, incluso divergente de la tradición masorética y hasta preferible al texto masorético (reflejo de un texto hebreo perdido y anterior al que vino a ser la base del texto masorético); sin embargo, este no es el caso respecto del libro de Isaías.

Precisamente, al respecto, plantea Julio Trebolle Barrera, “la traducción griega del libro de Isaías es muy libre. No es apenas utilizable para la crítica del texto hebreo de este libro («La biblia judía y la biblia cristiana», página 350).

Por el contrario, los manuscritos de Qumrán favorecen al texto masorético. Al respecto Jaime Vázquez Allegue observa, hablando de los manuscritos de Qumrán: “De los libros proféticos también tenemos representación completa. Algunos, como el caso del libro del profeta Isaías se encuentra al completo y en muy buenas condiciones. Los manuscritos de la cueva 1 (1QIs a-b) contienen el libro bíblico en su totalidad. El primero de ellos es, además, el rollo más grande encontrado entre todos los rollos de Qumrán. Su redacción se sitúa entre el 125 y 100 a.C. y coincide completamente con la versión del Texto Masorético. El otro manuscrito completo del libro de Isaías (1QIs b), fue redactado entre los años 100 y 75 a.C. y, salvo alguna pequeña variante, también coincide con el Texto Masorético” («Qué se sabe de los manuscritos de Qumrán» Verbo Divino, 2014, página 74).

Consecuentemente, todas las pistas conducen a que la traducción de Isaías 7.14 en la versión griega no es muy feliz, y no parece sustentarse en un texto hebreo distinto al texto masorético, por lo cual no ha de asumirse que fue el texto masorético el que evitó reflejar un texto hebreo que justificara la traducción de Isaías 7.14 realizada por la Septuaginta.

Además, observa Emmanuel Tov, citado por Julio Trebolle Barrera: “Los traductores griegos a menudo no conocían el significado de los términos hebreos que traducían, por lo que algunos términos y expresiones de la versión griega no pasan de ser meros barruntos o conjeturas” (obra citada, página 352).  

La expresión «ja-almá» (la joven) a la luz de la crítica textual de la Biblia Hebrea

La consideración de Isaías 7.14 en una edición crítica de la Biblia Hebrea, como la Biblia Hebraica Stuttgartensia, nos pone al tanto de que la expresión «ja-almá» tiene encima un «circelus» (pequeño círculo) que refiere a la persona lectora a la llamada «masora parva», «la masora pequeña», pero sin referencia alguna a la llamada «masora guedolá», «la masora grande».

En efecto, dicha masora establece que la expresión «ja-almá», aparece sólo tres veces en la Biblia Hebrea: Génesis 24.43; Éxodo 2.8 e Isaías 7.14.

Pero en la traducción de estos tres textos, la Septuaginta sólo empleó la palabra «virgen» («parzénos») en Génesis 24.43 y en Isaías 7.14; pero tradujo con «je neánis» (mujer joven, muchacha) en Éxodo 2.8.

Pero también exhibe la expresión «ja-almá» una letra, la letra «a», que nos remite al aparato crítico.

Y el aparato crítico nos informa que la clásica versión griega tradujo a «ja-almá» con la expresión griega «je parzénos» (la virgen); pero también que las traducciones, versiones o revisiones judías de la Septuaginta, la de Aquila, la de Símmaco y la de Teodoción, corrigiendo a la clásica versión griega, tradujeron a «ja-almá» con la expresión griega «je neánis» (mujer joven, muchacha). 

Las correcciones atribuidas a los escribas («tiqqune soferím»

En el estudio crítico de la tradición textual de la Biblia Hebrea, existe un conjunto de correcciones realizadas al texto hebreo, atribuidas a los escribas, conocidas con el nombre de «tiqqune soferím» (literalmente: “correcciones de los escribas”). 

Se entiende que dichas correcciones implican la alteración o modificación del texto bíblico, cambios hechos por motivos teológicos.

Ahora bien, un detalle importantísimo es que, entre los 18 casos de correcciones atribuidas a los escribas, curiosamente no está presente Isaías 7.14.

A continuación, los 18 textos bíblicos que constituyen las «tiqqune soferím»: Génesis 18.22; Números 11.15; 12.12; 1 Samuel 3.13; 2 Samuel 16.12; 20.1; 1 Reyes 12.16; Jeremías 2.11; Ezequiel 8.17; Oseas 4.7; Habacuc 1.12; Zacarías 2.12; Malaquías 1.13; Salmo 106.20; Job 7.20; 32.3; Lamentaciones 3.20; 2 Crónicas 10.16 (así se muestran en la obra citada, «Masora, la transmisión de la tradición de la Biblia Hebrea», página 171).

Conclusiones:

En primer lugar, es seriamente cuestionable la afirmación de que la Septuaginta es anterior al texto masorético, como si la traducción (Septuaginta), fuera anterior al texto fuente u original al cual tradujo al griego (el texto hebreo).

En segundo lugar, si bien es cierto que el texto hebreo que sirvió de base para la traducción griega no fue un texto propiamente «masorético» (un texto hebreo vocalizado y con las correspondientes masoras); no es menos cierto que en general, la historia de la transmisión textual de la Biblia Hebrea, favorece al «texto masorético».

En tercer lugar, respecto estrictamente del libro de Isaías, por un lado, los manuscritos de Qumrán favorecen el texto hebreo de la tradición masorética, y no a la traducción griega de dicho libro; por otro lado, curiosamente, la traducción griega del libro de Isaías no es muy apegada al texto hebreo, y refleja una traducción muy libre de dicho libro, por lo cual su valor para la crítica del texto hebreo de dicho libro es seriamente cuestionable.

En cuarto lugar, para el mundo académico, es el «texto masorético» el punto de partida y la base para la crítica textual, exégesis y traducción de la Biblia Hebrea (Génesis a Malaquías), no la Septuaginta que, en tal sentido, tiene un valor secundario.

En quinto lugar y, consecuentemente, se entiende que la Septuaginta, como traducción, es más bien un testigo indirecto del texto hebreo, y que ocupa el tercer lugar en importancia para la crítica textual de la Biblia Hebrea, después del texto masorético y del Pentateuco Samaritano.  

En sexto lugar, si en Isaías 7.14 la palabra «jará», como verbo finito (ha concebido, concibió) y como adjetivo predicativo (está embarazada, está encinta), indicaban que la joven («ja-almá») del relato estaba encinta, embarazada; es todavía más cuestionable que el traductor al griego haya optado por traducir con «virgen» («parzénos») la palabra hebrea «almá» (muchacha, joven, mujer joven). 

Por supuesto, no es de extrañar, entonces, que también haya optado por colocar en tiempo futuro la concepción de la joven: «en gástri jéxei»: «concebirá», «estará encinta».  

En séptimo lugar, se comprende la afirmación de Mateo 1.23, pero como reflejo de una traducción textual distinta no sólo a la del «texto masorético», sino a la tradición textual hebrea del libro de Isaías como tal.

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