Un análisis y enfoque crítico
Héctor
B. Olea C.
Entonces
copulé con mi propio puño.
Me masturbé
con mi propia mano
Eyaculé
en mi propia boca.
Exhalé
a Shu el viento, esculpí a Tefnut la lluvia.
Mi
padre Nun el mar los crió, mi Ojo cuidó
de ellos.
En el principio
yo estaba solo, después hubo tres más.
Amanecí
sobre el país de Egipto.
Shu el
viento y Tefnut la lluvia jugaban sobe Nun el mar
Lloré y
aparecieron los seres humanos.
(Fragmento del «Himno a Ra», creador y soberano egipcio)
Muy a pesar de la idea de Génesis 2.23 de que
es el varón el que respecto de la mujer puede decir que ella es «hueso de mis huesos,
y carne de mi carne»; en realidad es la mujer la que mediante la maternidad (cualidad
de ser madre con todas sus implicaciones), es ella la que con todo el derecho,
respecto del varón, puede decir que él es «hueso de sus huesos y carne de su
carne».
Obviamente, la maternidad como condición biológica
universal y transcultural, que trasciende a todo discurso religioso y teológico
que afirme lo contrario; nos permite llegar a esta conclusión sin ningún
reparo, y en condición de axioma.
Por supuesto, el discurso teológico
patriarcal de la tradición bíblica ha minimizado esta realidad y solapadamente hace
referencia a este indiscutible hecho, con la expresión «nacido de mujer»; la
cual aparece en toda la Biblia, en toda la tradición bíblica, solamente en tres
textos bíblicos (dos en el AT: Job 14.1; 15.14; y una en el NT: Gálatas 4.4).
Ahora bien, es preciso poner de relieve que
la expresión «nacido de mujer», muy a pesar del culto al falo en muchas culturas,
a pesar del papel concedido al varón como el que engendra (considérese la
expresión dominante en las genealogías bíblicas «fulano engendró a sutano»);
esta expresión apunta al indiscutible hecho de que todo ser humano viene a existencia
gracias al cuerpo (útero y vientre) de la mujer, incluso en los casos de la
llamada «reproducción asistida».
Es más, no podemos dejar de lado que las tres
veces en que en la tradición bíblica se hace mención de la expresión «nacido de
mujer», la referencia directa y específica es a un varón.
De todos, la situación no es muy halagüeña cuando
observamos que en el discurso teológico judeocristiano ha tenido más trascendencia
y se ha dependido más, y casi con exclusividad de una idea que precisamente es puesta
en entredicho por la misma tradición bíblica (considérese Génesis 1.26-28). Dicha
idea es que la mujer fue puesta en existencia con posterioridad al varón, afirmación
que ha servido de premisa «sine qua non», para sostener que la mujer procede
del varón, que vino a existencia a partir de la existencia del varón, y a partir
del propio cuerpo del varón (mediante una costilla de éste, y otras hipótesis).
En tal sentido, no quiero dejar pasar por
alto la forma en que Pablo se muestra congruente con este discurso tradicional
de la antropología judeocristiana, según lo pone de manifiesto 1 Corintios 11.8,
9, 12.
Para Pablo, “la mujer procede del varón”
(griego «je guné ek tu ándros»); pero no así el varón, que más bien “viene a
existencia por medio de la mujer” (griego «jo anér diá tes gunaikós»). En otras
palabras, se cuida y no se atreve Pablo a decir que así como él asume que “la
mujer procede del varón” (griego «je guné ek tu ándros»); “el varón procede de
la mujer” (griego «jó anér ek tu gunaikós»).
De hecho, en el versículo 8 del mismo
capítulo 11, Pablo afirma precisa y categóricamente que “el varón no procede de
la mujer” («u gar anér ek gunaikós»); “sino la mujer del varón” (alá guné ex
andrós). Consecuentemente, insiste Pablo en el versículo 12, en que “la mujer
procede del varón” (griego «je guné ek tu ándros»); pero “el varón viene a
existencia por medio de la mujer” (griego «jo anér diá tes gunaikós»).
En consecuencia, no se equiparan, no tienen
el mismo sentido, la misma carga semántica, no tienen las mismas implicaciones,
ni conllevan las mismas asociaciones de ideas, la expresión «la mujer procede
del varón» (griego «je guné ek tu ándros»)-declaración que apunta a la teología
de la creación de Génesis 2.4-25, y que pretende explicar la existencia original
de la mujer en relación a la existencia del varón (al margen de la leyenda en
torno a Lilith); y la expresión «el varón viene a existencia por medio de la
mujer» (griego «jo anér diá tes gunaikós»)-que apunta a la existencia posterior
(no original) del varón en relación a la existencia de la mujer, mediante la maternidad.
Obviamente, es la argumentación paulina
(representativa del discurso tradicional de la antropología judeocristiana), contraria
a lo que en verdad sabemos y sin duda podemos decir de la existencia del varón en
relación a la existencia de la mujer, mediante la maternidad. De todos modos, y
como ya hemos dicho, nos provee la tradición bíblica misma de una pista, de un
relato, de unos argumentos que nos permiten asumir una postura crítica y de
sospecha ante esta muy dominante postura.
En suma, 1) a la luz del hecho universal de
la maternidad, del papel que desempeña la mujer en ésta, y de sus implicaciones
para cualquier discurso tendente a explicar la relación entre la existencia de
la mujer y la del varón, y la de todo ser humano que viene a la existencia; 2) a
la luz del testimonio de la tradición bíblica misma con el empleo de la expresión
«nacido de mujer», en el marco de la evidencia que aporta Génesis 1.26-28 (que
no asume que la existencia original del varón y de la mujer es dependiente de
la del otro; considérese la conclusión del fragmento del «Himno a Ra» citado al
principio); es la mujer la que con todo el derecho, y muy a pesar de Génesis 2.23,
la que en verdad puede decirle al varón: «Tú eres hueso de mis huesos, y carne
de mi carne».
¡Hasta la próxima!