Pablo, ¿un hombre célibe, viudo o divorciado?


Cuestiones de lingüística, exégesis y traducción

Héctor B. Olea C.

«A los varones (u hombres) no casados (solteros), y a las viudas, les digo que bien harían (bien les sería, les convendría) si se quedaran sin casar (si permanecieran sin casar), como yo» (traducción personal de 1 Corintio 7.8).

Ahora bien, ¿por qué “varones” u “hombres solteros” (no casados), y no sencillamente “las personas no casadas” (solteras)?

Porque el adjetivo «ágamos» (sin casar) es tanto de género masculino (apuntando a una persona no casada, estrictamente varón); pero al mismo tiempo es también de género femenino (apuntando a una persona no casada, estrictamente una mujer). De hecho, señalando específicamente a “una mujer sin casar” (aunque no precisamente virgen) lo encontramos en 1 Corintios 7.34, en la frase «je guné je ágamos» (la mujer soltera, la mujer no casada).

Pero en 1 Corintios 7.32 observamos la presencia de «ágamos» apuntando específicamente a una persona varón (un hombre), en la frase «jo ágamos» (el varón u hombre soltero), contrastado con el «jo gamésas» (el varón u hombre casado) del versículo siguiente, o sea, 1 Corintios 7.33.

Consecuentemente, dado que con el artículo definido se anula la ambigüedad de la morfología básica del adjetivo «ágamos»; es indiscutible que la frase «tóis agámois» (caso dativo masculino plural de «ágamos»), en 1 Corintios 7.8, apunta estrictamente a los varones no casados o solteros. Por supuesto, si el texto bíblico  hubiera dicho «táis agámois» (caso dativo femenino plural), la referencia a las mujeres no casadas o solteras estaría fuera de discusión.

Por otro lado, el que Pablo les sugiera, en primer lugar a los varones u hombres solteros (no casados), que les haría bien quedarse sin casar como él (y sólo en un segundo momento a las viudas); sugiere que Pablo se identifica no como “viudo” (en concordancia con el grupo de las viudas), sino como célibe o soltero, en concordancia con el primer grupo (los varones solteros, no casados) al cual identificó en primer lugar. Evidentemente, la cualidad que tenían en común estos varones u hombres solteros (no casados), y a las viudas, era precisamente que ambos grupos estaban sin casar (no casados, ni casadas).  

De todos modos, hay quienes han afirmado que el adjetivo «ágamos» identifica siempre a una persona soltera pero que una vez estuvo casada; ¿es esto cierto?

El adjetivo «ágamos» se considera una palabra antigua, y sólo se la encuentra cuatro veces en todo el Nuevo Testamento, y específicamente en un solo capítulo de la Biblia, en 1 Corintios 7 (versículos 8, 11, 32, 34). Ahora paso a analizar el uso de «ágamos» en los cuatro referidos versículos.

En primer lugar, por la evidencia presentada y analizada arriba, no es posible afirmar que en 1 Corintios 7.8 Pablo empleó «ágamos» apuntando a hombres y mujeres sin “casar” (sin distinción, de manera inclusiva); sino estrictamente a “varones solteros”.

Consecuentemente, dado que en la antigüedad no se establecía la distinción entre “hombre virgen” (nunca casado) y un “hombre soltero” (soltero pero alguna vez casado), y en virtud de que la virginidad siempre ha sido una exigencia impuesta a las mujeres; no es verosímil concluir que «ágamos» en 1 Corintios 7.8 apunta con seguridad a “hombres solteros pero alguna vez casados” (divorciados, separados).   

En segundo lugar, es cierto que en 1 Corintios 7.11 el adjetivo «ágamos» señala a una mujer que pudiera o podría llegar a estar soltera, sin marido, pero habiendo estada casada. En consecuencia, podemos afirmar con certeza que en 1 Corintios 7.11 «ágamos» señala a una mujer soltera, pero que habría estado casada.

En tercer lugar, en virtud de que en 1 Corintios 7.32, el adjetivo «ágamos» hace referencia estrictamente a los “solteros varones”, y como respecto de los varones no se establecía la distinción entre “hombres vírgenes” (varones nunca casados), y “hombres solteros” (los que están solteros pero que alguna vez estuvieron casados); no es posible concluir que en este pasaje el adjetivo «ágamos» apunte sin discusión a varones solteros pero alguna vez casados.

Es más, llama la atención que el contraste que establece 1 Corintios 7.32-33, es específicamente entre el «jo ágamos» (hombre soltero), y el «jo gamésas» (hombre casado); insisto, no entre el “varón nunca casado”, y el “hombre soltero pero alguna vez casado”.

En cuarto lugar, si bien es cierto que el adjetivo «ágamos», en 1 Corintios 7.34,  pudiera apuntar a una mujer soltera, pero alguna vez casada (aunque no precisamente viuda); pienso que no es posible perder de vista el hecho de que el contraste que establece dicho pasaje en el texto griego (no según versiones como la RV 1960), no es entre la mujer soltera (tal vez alguna vez casada), y la mujer virgen (la mujer nunca casada).

En realidad el contraste que establece el texto griego de 1 Corintios 7.34, es entre «je guné je ágamos» (mujer soltera) y «je parthénos» (mujer virgen), versus «je gamésasa» (mujer casada). En otras palabras: «la mujer soltera y la virgen (la mujer soltera lo mismo que la virgen), tienen cuidado de las cosas del Señor…; pero la mujer casada tiene cuidado de las cosas del mundo…»  

En quinto lugar, respecto de la Septuaginta, podemos decir que el adjetivo «ágamos» se lo encuentra una sola vez, en el libro cuarto de los Macabeos 16.9, en caso nominativo plural masculino («joi ágamoi»): «Hijos míos, unos solteros y otros casados en balde: no veré a vuestros hijos ni tendré la dicha de ser llamada abuela». Evidentemente, no es posible afirmar que aquí «ágamos» apunta a “varones solteros, pero alguna vez casados”.

En conclusión, parece arriesgado decir sin más, que el adjetivo «ágamos» siempre apunta a personas solteras, pero que alguna vez estuvieron casadas; o sea, a personas divorciadas, incluso viudas.  

Ahora bien, con relación a la teoría de que Pablo fue casado, pero que luego se separó o enviudó, me parecen adecuadas aquí las palabras del «Comentario Bíblico San Jerónimo»: “La mayoría de los Padres sostuvieron que Pablo nunca se casó, si bien Clemente de Alejandría (Stromateis, 3.53, 1) encontraba una alusión a la esposa del Apóstol en las palabras «gnésie súzuge» de Filipenses 4.3, apoyado en que «súzugos», como nombre femenino, significa «esposa» en el griego clásico y helenístico”.

Por otro lado, el «Comentario al Nuevo Testamento de la Casa de la Biblia» plantea que aunque resulta muy sugestiva, la conclusión de que Pablo fue casado, pero que luego se separó o enviudó, no resulta convincente por dos razones básicas: en primer lugar, porque no se puede prescindir así como así de todo una tradición que siempre consideró a Pablo célibe; y en segundo lugar, porque pudieron existir otras poderosas razones que impulsaron a Pablo a permanecer célibe. El conocido rabino Ben Azay que, a pesar del precepto, tampoco contrajo matrimonio explicaba su actitud diciendo: ¿Qué puedo hacer? Mi alma está entregada a la Toráh. Que sean otros los que se preocupen de que la humanidad no se extinga.

Además, es preciso poner de relieve que no contamos con una evidencia clara y contundente que nos permita afirmar con certeza que Pablo fue miembro del Sanedrín.

Finalmente, no ha de considerarse imposible que la afirmación de Pablo “Cada uno permanezca en la condición en que fue llamado” (1 Corintios 7.20), sugiera la opción por la que él mismo había optado (no casado antes, o bien, soltero por separación, y no casado después de su llamamiento, después de su experiencia camino a Damasco). De todos modos, no es posible perder de vista el impacto que, sin duda, tuvo en la vida, pensamiento y enseñanza de Pablo, su visión escatológica respecto de la cercanía del regreso de Cristo, y de la brevedad con que él esperaba que ocurriría el fin.

En suma, no parece que podamos estar seguros de si Pablo estuvo alguna vez casado, pero que enviudó o se divorció, o si se mantuvo siempre célibe. Lo que sí podemos afirmar con seguridad es que optó y recomendó la condición de célibe como condición favorable para el servicio por la causa de Cristo (1 Corintios 7.32-35; 9.5), condición por la que había optado aparentemente antes de hacerse seguidor de Cristo.  


El hablar lenguas angélicas, una afirmación puramente hipotética

El hablar lenguas angélicas, una afirmación puramente hipotética
Si bien no hay uniformidad en la forma en que los estudiosos de la gramática griega hablan de las
proposiciones subordinadas, sin embargo, no hay duda de que concuerdan con la idea fundamental.

Por ejemplo, J. Greshan Machen («Griego del Nuevo Testamento para principiantes», página 129)  , afirma que una oración condicional en la que la prótasis ( la cláusula o proposición que expresa la
condición ) es la introducida con la conjunción «eán»

acompañada de una forma verbal en modo subjuntivo (por lo general con el modo subjuntivo), indica una condición futura.

Por su parte, Roberto Hanna («Sintaxis exegética del Nuevo Testamento», páginas 92 y 93), sugiere que las oraciones condicionales en las que la construcción señala simplemente una condición o una relación condicional, sin indicar grados de duda, se expresan con la conjunción «ei»   con el modo indicativo y con la conjunción «eán»; con el modo subjuntivo, en la prótasis; la apódosis se refiere, de una manera u otra al futuro.

Pero  en palabras de Max Zerwick, («El Griego el Nuevo Testamento» página 138), ben la condición probable de futuro el cumplimiento de la condición  se expresa por medio de «eán» con el modo subjuntivo, en la prótasis; la apódosis se refiere, de una manera u otra al futuro.

Por su parte Ángel Amador García Santos («Introducción al Griego bíblico», página 86), afirma: El subjuntivo puede expresar una eventualidad donde se presenta una acción o condición, o sea que no se afirma que un hecho ocurrirá de un modo cierto objetivo y constatable en el futuro. Además, indica García Santos, que cuando el modo subjuntivo griego tiene este valor eventual irá siempre en una proposición subordinada, acompañada casi siempre con la conjunción «eán».

Luego, cuando observamos el texto griego de 1 Corintios 13.1, podemos constatar que Pablo empleó aquí la construcción sintáctica de una proposición subordinada, de una oración condicional, cuya prótasis no afirma que el hablar lenguas angélicas (el griego, “las lenguas de ángeles”) sea un hecho cuya realización sea objetivamente en el futuro.

En realidad 1 Corintios 13.1 («Si hablase las lenguas de los hombres y las de los ángeles») sólo da por sentado que en caso de que alguien pudiese hablar incluso las lenguas de los ángeles o seres celestiales; y al mismo tiempo no tuviese amor para sus semejantes, sencillamente es un privilegio carente de valor, un contra sentido, sin trascendencia alguna, que no le añadiría nada, absolutamente nada a la calidad y dignidad de la persona.





La problemática respecto del modo en la segunda persona del plural en el griego del NT



Cuestiones de gramática, lingüística, exégesis y traducción bíblica
Análisis gramatical de Juan 5.39 y Juan 14.1 como casos ilustrativos

Héctor B. Olea C.

Insisto, en Juan 5.39, la forma verbal «eraunáte» (forma verbal en tiempo presente, voz activa, segunda persona del plural, con una morfología que corresponde tanto al modo indicativo como al modo imperativo, del verbo «eraunáo» o «ereunáo»: yo estudio, escudriño, examino, investigo); debe ser traducida, por el contexto (considérese especialmente el versículo 40), en modo indicativo (ustedes estudian) y no en modo imperativo (estudien).

Esto así porque en el griego del Nuevo Testamento la forma verbal de la segunda persona del plural es ambigua, pues tiene precisa y exactamente la misma morfología tanto para el modo indicativo como para el modo imperativo, tanto en la voz activa como en la voz media y en la voz pasiva.  

Luego, una cosa es admitir la ambigüedad que respecto a los modos en la gramática griega tiene la forma verbal «eraunáte», y otra el decir que sencillamente corresponde estrictamente al modo indicativo.

Por otro lado, dada la ambigüedad explicada de toda forma verbal de la segunda persona del plural tanto en la voz activa como en la voz media y pasiva, se hace necesario hacerle una crítica a la traducción de Juan 14.1 en la clásica y demasiado popular versión Reina Valera 1960, específicamente en relación a la frase «pistéuete eis ton theón kái eis emé pistéuete».   

Pues bien, resulta que la traducción «creéis (ustedes creen) en Dios» (en modo indicativo) corresponde a la frase griega «pistéuete eis ton theón»; y la traducción «creed (crean) también en mí», corresponde a la frase griega «kái eis emé pistéuete». Ahora bien, es demasiado evidente la doble presencia de la forma verbal «pistéuete», pero traducida en modo indicativo en la primera frase, pero en modo imperativo en la segunda, aunque son ninguna razón gramatical ni contextual.

En realidad la forma verbal «pistéuete» (correspondiente a la segunda persona del plural, en voz activa, y con una morfología ambigua, o sea, común para el modo indicativo como para el modo imperativo, del verbo «pistéuo»: yo creo, tengo fe), debe ser traducida en ambos casos en modo imperativo.

En consecuencia, con base en la gramática, y con base en la teología del cuarto Evangelio (que establece una inevitable correlación entre la actitud asumida en relación a Dios Padre, y en relación a Jesús, el Hijo; «pistéuete» debe ser traducida en modo imperativo.

A manera de ilustración, observemos la manera en que la teología del Evangelio de Juan establece una inevitable correlación entre la actitud asumida frente al Padre, y la actitud asumida frente al Hijo:

 “El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió” (Juan 5.23).

“Jesús clamó y dijo: El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me envió; 45y el que me ve, ve al que me envió” (Juan 12.44-45).

“El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él” (Juan 3.36).

“De cierto, de cierto os digo: El que recibe al que yo enviare, me recibe a mí; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió” (Juan 13.20).

“Yo soy el camino, la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por medio de mí” (Juan 14.6).

Considérese además: “El que cree en el Hijo de Dios, tiene el testimonio en sí mismo; el que no cree a Dios, le ha hecho mentiroso, porque no ha creído en el testimonio que Dios ha dado acerca de su Hijo” (1 Juan 5.10).

Consecuentemente, dada la relación que Jesús entendía que existía entre su persona y la del Padre, entre su accionar y el del Padre, entre la actitud hacia él, y la actitud hacia el Padre (según el Evangelio de Juan); es natural que en Juan 14.1 Jesús mostrara la convicción de que sólo si se aceptaba, se creía, se tenía fe en el Padre, sólo así se podía aceptar, creer, tener fe en el Hijo (en él).

En tal sentido, se espera que la traducción de Juan 14.1 se muestre acorde con esta idea, y se traduzca en modo imperativo la forma verbal «pistéuete» las dos veces en que se la encuentra en el texto bíblico en cuestión: «crean (tengan fe) en Dios», «crean (tengan fe) en mí»; en suma: muéstrense coherentes, pues no es posible decir que creen en mi Padre, pero sin querer creer en mí, sin creer en mí. Es más, todavía es posible ir un poco más lejos y eliminar la segunda mención de la forma verbal «pistéuete», y sencillamente traducir, por supuesto, sin alterar en forma alguna el mensaje y sentido del texto: «Crean (tengan fe) en Dios y en mí».  

Finalmente, si bien es morfológicamente posible, contextualmente resulta inaceptable, por un lado, traducir la forma verbal «pistéuete» las dos veces en modo indicativo: (creen en Dios, creen también en mí); por otro lado, en modo imperativo y luego en modo indicativo (crean en Dios, creen también en mí); así de sencillo.    
  


De «objetividad» y «subjetividades»



Pensando, filosofando y teorizando en voz alta

Héctor B. Olea C.

En los tantos años que llevo compartiendo mis ideas, pensamientos y particulares puntos de vista (en las aulas, en conversaciones, charlas, conferencias, periódicos, mi blog, revistas, por radio, televisión, Facebook, etc.), hay un hecho que siempre me llamado la atención, aunque en verdad no me sorprende.

Al hecho al que hago referencia consiste en que por mucho tiempo, frente a un cierto grupo de personas, he logrado la imagen de “muy objetivo” y ser muy serio en mis trabajos y enfoques; pero así las cosas, hasta un día, hasta que emito mis criterios personales (no por ello sin base) con relación a un determinado tema o asunto.

Ahora bien, ante tales situaciones me he preguntado: si abordé el tema o asunto que originó la tensión (el cambio de actitud, la discordia, etc.), con el mismo temple y carácter de siempre, ¿por qué el cambio de actitud? ¿Por qué aparentemente ya no soy (o no fui) “objetivo”? ¿Por qué no parecen tan acertadas mis propuestas? ¿Por qué ahora resulto ser tendencioso? ¿Será que quizás no logré mantener la sobriedad en mi análisis? ¿Será que esta vez, frente a este tema en particular, mostré un interés particular e inusitado, a ultranza, en conducir las aguas a mi propio territorio? ¿Será que esta vez exhibí la inusitada intención de manipular los datos y los hechos con la única intención de imponer un punto de vista a todas luces inverosímil? Por fin, ¿qué fue lo que posiblemente pasó?

Ahora bien, puedo decir que por lo general me he impuesto el compromiso de ser lo más objetivo posible en mis análisis y enfoque, sin importar el tema o asunto que aborde. Me he propuesto el evitar a todo costo y hasta donde me sea posible cualquier tipo o intento de manipulación de los datos y los hechos con tal de justificar lo injustificable. De todos modos, es posible y, debo admitir, que probablemente no siempre lo logre, que no siempre lo haya logrado, aunque me  parezca o piense que sí.

Pero, por otro lado, es muy posible también, que no sea yo, sino la persona que me lee (obviamente no todas) la que haya mostrado un interés particular frente al tema que originó la tensión (aunque ella quizás no esté plenamente consciente de ello), y por eso, el cambio de actitud hacia mi trabajo.         

En verdad las razones pueden ser muchas. Me atreveré a teorizar sobre algunas.

Primera posibilidad: Nadie tiene la verdad absoluta, tampoco yo, por supuesto. El asunto se complica cuando reconocemos que hay quienes se preguntan si en verdad hay “verdades absolutas”.

Segunda posibilidad: Nadie, absolutamente nadie, puede aspirar a lograr frente a todo el mundo una opinión favorable, y para esto hay cientos de legítimas razones. 

Tercera posibilidad: Yo no escribo, ni pienso en el vacío, sino siempre de manera comprometida aunque sea con algún determinado marco teórico o de referencia. Por supuesto, toda persona que me lee o escucha, también me lee y escucha desde una situación de compromiso igual o semejante a la mía, pero nunca en una situación de neutralidad.

Cuarta posibilidad: Nadie piensa ni emite un juicio (por más objetivo que sea) al margen de sus más profundas convicciones, sin poner algo de sí (¿subjetividad intrínseca?), en dicho proceso, se esté plenamente consciente de ello o no.

Quedándonos pues, con esta última posibilidad (que es la que ahora me interesa y la que le ha dado origen al título de este artículo), parece que lo más conveniente o acertado no es hablar de “objetividad”, sino de “coincidencia o concurrencia de subjetividades”. Me explico.

Cuando yo emito un juicio sobre un determinado asunto, y una persona (o conjunto de personas) me considera “objetivo”, en realidad es probable que estemos frente a dos posibles situaciones.

La primera: Que en efecto yo haya sido “objetivo”, y la persona que me cataloga como tal, también lo haya sido.

Segunda: Probablemente yo no fui “objetivo”, sino “subjetivo” (quizás demasiado “subjetivo”), como tampoco lo fue la persona que me cataloga como tal; pero, como mi enfoque y visión del asunto coincidió con su visión del mismo fenómeno, entonces dicha persona juzga mi planteamiento como “objetivo”.

Concentrándome, pues, en la segunda de las dos hipotéticas situaciones planteadas, diría que cuando dos partes de manera recíproca se consideran “objetivas”, no es porque en efecto lo sean, sino porque “sus subjetividades” han coincidido o concurrido.

Por otro lado, cuando dos partes de manera recíproca se consideran “subjetivas” (“no objetivas”), no es porque en efecto lo sean, sino porque “sus subjetividades” no han coincidido o concurrido.

Conclusiones:

1) Cuando la actitud y propuesta de una persona es catalogada como “subjetiva”, probablemente no se deba a que en efecto no haya sido “objetiva”, sino a que en realidad la evaluación que se emitió de ella no fue la “objetiva”.

2) Cuando de manera recíproca dos partes se acusan de “objetivas”, en realidad lo hacen no porque en realidad lo sean, sino porque “sus subjetividades” han coincidido o concurrido.

3) Cuando de manera recíproca dos partes se acusan de “subjetivas”, en realidad lo hacen no porque en realidad lo sean, sino porque “sus subjetividades” no han coincidido o concurrido.

Consecuentemente, la falta de “objetividad” (o “subjetividad” manifiesta), se puede entender como “la no coincidencia o concurrencia de subjetividades”; y la “objetividad” supuesta, se puede entender muy bien no como la “ausencia de subjetividad”, sino más bien como “la coincidencia o concurrencia de subjetividades”.

4) Cuando una persona cataloga los planteamientos de otra como “subjetivo” (“no objetivos”), lo que en realidad ocurre es que “sus subjetividades” no han coincidido.

5) Cuando una persona cataloga los planteamientos de otra como “objetivo” (“no subjetivos”), lo que en realidad ocurre es que “sus subjetividades” han coincidido.

En conclusión, cuando una persona considera que mi planteamiento es “objetivo”,  probablemente no es porque en realidad lo sea, sino simplemente porque “su subjetividad” ha coincidido con la mía (o porque “mi subjetividad” ha coincidido con la suya).

Desde esta misma perspectiva, cuando una persona considera que mi planteamiento no es “objetivo” (sino “subjetivo”), probablemente no es porque en realidad lo sea; sino más bien porque en este caso “mi subjetividad” no ha coincidido con la suya.  


¡Hasta la próxima!


Análisis y ejemplos bíblicos del adjetivo como predicado nominal



El verbo «ser» («eimí») sobreentendido en el texto griego, pero no en la traducción

Héctor B. Olea C.

Desde el punto de vista de la traducción literal (más exactamente, traducción por equivalencia formal), es habitual el señalamiento: “el verbo ser no se encuentra en el texto griego”, cuando se lo ve presente en la traducción, y con la sospecha de que dicha presencia es injustificada.

Por supuesto, también se da el caso contrario, que la traducción no incluya el verbo «ser» (alguna forma verbal del mismo), porque en un mal entendido de la sintaxis griega, no se comprenda que éste en realidad se encuentra sobreentendido en el texto griego, de modo que sí se justifica y se espera que el mismo esté presente en la traducción.

Ahora bien, dado que los casos a los que hago referencia por lo general tienen que ver con la relación de un nombre con uno o más adjetivo; me he propuesto arrojar un poco de luz al respecto, poniendo como ejemplos concretos algunos textos del Nuevo Testamento mismo, y por lo menos dos de la versión griega del AT, el Tanaj, la Septuaginta.    

Consecuentemente, es preciso tener en cuenta que en la lengua griega, el griego koiné, la lengua original del Nuevo Testamento, el adjetivo puede aparecer en una de dos estructuras sintácticas: el adjetivo como epíteto (el adjetivo en posición atributiva), y el adjetivo como atributo (el adjetivo como predicado nominal, el adjetivo en posición predicativa).

En la estructura sintáctica del adjetivo como epíteto especificativo (adjetivo en posición atributiva), el adjetivo aparece unido al nombre en la siguiente estructura sintáctica: artículo + adjetivo + nombre (ejemplo: «jo agathós ánthropos»: “el hombre bueno”).

Otra estructura sintáctica del adjetivo como epíteto o en posición atributiva es: artículo + nombre + artículo + adjetivo (ejemplo: «jo ánthropos jo agathós»: “el hombre bueno”).

Pero como muy bien lo explica Amador Ángel García Santos («Introducción al griego bíblico», Verbo Divino), además de concordar con el nombre en caso, género y número, el adjetivo como epíteto especificativo también concuerda con el nombre en su determinación, o sea, que sólo llevará artículo el adjetivo, si el nombre lo lleva, y no lo llevará, si el nombre no lo lleva.

En tal sentido, la expresión «agathós ánthropos» o «ántropos agathós», también ha de entenderse como un adjetivo o epíteto especificativo (un adjetivo en posición atributiva): «hombre bueno», «un hombre bueno»; y no un como adjetivo en posición predicativa, un adjetivo como predicado nominal: «el hombre es bueno».

Por otro lado, quiero poner de relieve aquí, que este último caso es precisamente el que tenemos en 2 Timoteo 3.16. Ciertamente la situación que refleja el texto griego de 2 Timoteo 3.16 es que los adjetivos: «pasa» (toda), «theópneustos» (inspirada por Dios), y «ofélimos» (útil), están relacionados sintácticamente con un nombre o sustantivo que no está determinado, o sea, sin artículo («grafé»).

Esto significa que estamos frente a epítetos (adjetivos en posición atributiva, epítetos especificativos: «toda escritura inspirada y útil», y no frente a adjetivos que constituyen un predicado nominal (adjetivos en posición predicativa: «toda la escritura es inspirada por Dios y útil»). Por supuesto, otra sería la historia si el texto griego dijera «je grafé», y no sencillamente «grafé», como en efecto es lo que dice.   

Ahora bien, la estructura sintáctica del adjetivo como atributo, como predicado nominal, puede presentarse en la siguiente forma:

En primer lugar, el nombre se une a su atributo mediante una forma verbal del verbo «ser» (griego: «eimí»). Por ejemplo: «jo lógos agathós estin» (“la palabra es buena”), o bien, «agathós estin jo lógos» (“la palabra es buena”). Observación: en estos dos ejemplos, la palabra «estin» es una forma verbal del verbo «eimí», en tiempo presente, modo indicativo, tercera persona del singular (es).

Sin embargo, es muy común que en este tipo de oraciones, donde el adjetivo aparece como un predicado nominal, se omita o prescinda del verbo «ser» (griego: «eimí»), con la siguiente estructura sintáctica: adjetivo + artículo + nombre (ejemplo: «agathós jo lógos»: “la palabra es buena”); o bien, con la siguiente otra estructura sintáctica: artículo + nombre + adjetivo (ejemplo: «jo lógos agathós»: “la palabra es buena”).

Ahora, y como había prometido, paso a considerar seis ejemplos bíblicos, a manera de casos ilustrativos, donde el texto griego tiene una estructura sintáctica de un adjetivo en posición predicativa, o sea, un adjetivo atributivo en forma de un predicado nominal. En estos casos el verbo «ser» (alguna forma verbal del verbo «eimí»), no está visualmente presente, no se encuentra en forma explícita, pero sí se considera sobreentendido, y por ende, con una presencia justificada en la traducción.  

Insisto, los casos que voy a presentar a continuación constituyen ejemplos concretos de la estructura sintáctica de un adjetivo en posición predicativa (el adjetivo como un predicado nominal) que sugiere y demanda que en la lectura en griego se dé por sentada la presencia del verbo «ser» (griego: «eimí», alguna forma verbal del mismo), y como justificada y legítima su presencia en la traducción.     

Primer ejemplo: Salmo 7.11 (en la Septuaginta).

La traducción «Dios “es” juez justo» (RV 1960), corresponde en el texto griego a la frase: «jo theós krités díkaios»: “Dios «es» un juez justo”. 

Segundo ejemplo: Salmo 99.9 (en la Septuaginta).

La traducción «Jehová nuestro Dios “es” santo» (RV 1960), corresponde en el texto griego a la frase: «jáguios kúrios jo théos jemón»: “El señor, nuestro Dios, «es» santo”.  

Tercer ejemplo: Mateo 9.37

La traducción: «A la verdad la mies “es” mucha, mas los obreros pocos» (RV 1960), es la traducción del griego: «jo men therismós polús, joi de ergátai olígoi»: “Ciertamente la cosecha «es» mucha, pero los obreros (trabajadores) son pocos”.  

Cuarto ejemplo: Juan 4.24

La traducción: «Dios “es” espíritu» (RV 1960), es la traducción de la frase griega: «pnéuma jo theós»: “Dios «es» espíritu”.

Quinto ejemplo: Mateo 7.13-14

La traducción: «porque ancha “es” la puerta, y espacioso el camino» (versículo 13, RV 1960), y la traducción «estrecha “es” la puerta, y angosto el camino» (versículo 14, RV 1960); son el reflejo del griego: «platéia je púle kái eurújoros je jodós»: “la puerta «es» ancha (amplia), y el camino «es» espacioso (amplio)…” (Que lleva a la destrucción), versículo 13; y en el versículo 14, la frase griega es: «stené je púle kái tethlimméne je jodós»: “Estrecha «es» la puerta, y limitado (estrecho) «es» el camino…” (Que conduce a la vida).

Sexto ejemplo: Lucas 14.34

La traducción «Buena “es” la sal» (RV 1960), es la traducción de la frase griega: «kalón oun to jálas»: “La sal «es» buena”.  

Finalmente, como lo muestran los seis casos analizados en este artículo, la presencia de una forma del verbo «ser» (griego: «eimí», alguna forma verbal del mismo), está plenamente justificada en la traducción, siempre que en el texto griego estemos frente a una estructura sintáctica del adjetivo en posición predicativa (el adjetivo como atributo, en la estructura sintáctica de un adjetivo como predicado nominal).  


¡Hasta la próxima!