Una perspectiva crítica
Héctor B. Olea C.
A propósito del libro de los Jueces, Werner H. Schmidt, en su «Introducción
al Antiguo Testamento» (publicada por Ediciones Sígueme, año 1999, obra que
recomiendo), afirma: “El libro de los Jueces describe sin duda una situación
que se repitió varias veces. Pero la aparente orientación cíclica forma una
espiral que se dirige a una determinada meta. La serie de acontecimientos
ofrece, además del movimiento regresivo, otro movimiento prospectivo: el tiempo
de los jueces apunta desde el principio hacia el período monárquico” (página
191).
Por otro lado, una “Introducción al Antiguo Testamento” más conservadora
y menos académica, plantea:
“¿Acaso es el libro de los Jueces una justificación moderada de la
monarquía davídica? ¿Sugerirá quizá la afirmación «en aquellos días no había rey
en Israel» un tiempo en que había rey, para establecer un contraste implícito
entre los días de la monarquía y aquellos inmediatamente anteriores? (a lo que yo
respondo: por supuesto que sí) («Panorama del Antiguo Testamento», por Wiliam
Sanford Lasor, David Allan Hubbard, y Frederic William Bush, publicada por
Libros Desafíos, 1999, página 222).
En tal sentido se comprende la visión pesimista y hasta negativa que
comunica el libro de los Jueces del periodo inmediatamente anterior al establecimiento
de la monarquía en Israel, y la visión tan positiva y optimista que, en cambio,
transmite de la monarquía misma. En ese marco no resulta sorprendente que insista,
en cuatro ocasiones, en afirmar que la especie de caos y desorden que imperó en
Israel en el periodo inmediatamente anterior a la monarquía, era precisamente por
la ausencia de ésta (Jueces
17.6; 18:1; 19:1; 21.25).
Consecuentemente, es inocultable el apoyo (y defensa) del libro de los Jueces
a la monarquía, en el marco de la historia deuteronomista (Josué, Jueces, 1 y 2
Samuel, 1 y 2 Reyes, grupo literario conocido en el Tanaj o Biblia Hebrea, como
«Profetas anteriores», o sea, «nevi’ím ’ajaroním»); luego llama la atención la injustificable,
a nuestro juicio, imagen tan negativa que comunica el deuteronomista respecto
de la figura de Saúl en relación a la de David (¿tiene Dios un villano favorito?);
así como la imagen tan sublime que comunica del rey Josías en contraste con la de
Saúl (el aparente desobediente por antonomasia) y la del conflictivo, violento,
y nada perfecto rey David.
Por supuesto, a diferencia de la figura de Saúl que no tuvo ni siquiera la
defensa del «Chapulín Colorado» (sin negar, obviamente, que Samuel tuvo una
comprensión y un misericordia hacia Saúl, que jamás ha tenido una gran mayoría de
la cristiandad evangélica, considérese 1 Samuel 15.35; 16.1); la figura de
David si logró con el Cronista (1 y Crónicas, «divré hayyamín») un defensor a
ultranza.
En consecuencia, así como para el deuteronomista el monarca perfecto fue
Josías (“No hubo otro rey antes de él, que se
convirtiese a Jehová de todo su corazón, de toda su alma y de todas sus
fuerzas, conforme a toda la ley de Moisés; ni después de él nació otro igual”, 2 Reyes 23.25; esto
muy a pesar de lo que dice respecto del rey Ezequías, 2 Reyes 18.5), para el
cronista (1 y 2 Crónicas) lo fue el rey David (obra en la que todos los hechos
negativos de la vida de David de pronto no parece que tuvieron lugar).
En suma, si bien representa el libro de los Jueces una situación muy
similar a la que viven y fomentan muchas iglesias contemporáneas (salvando las
diferencias, por supuesto) dirigidas por una figura imponente y carismática,
con poca o ninguna institucionalidad; al margen de lo que piensen muchas
iglesias evangélicas y personas en la actualidad; para el complejo redaccional
de la que forma parte el libro los Jueces (la historia deuteronomista: Josué,
Jueces, Samuel, Reyes), la falta de una institucionalidad como la que representada
la monarquía, no es «teocracia», es un «caos».
En todo caso, a los fines prácticos, es preciso admitir que la «ley
divina» o «teocracia», no pudo contar jamás con una mediación perfecta, sino
siempre fallida, y en más de un sentido; en consecuencia, no podemos obviar las
fallas de la mediación patriarcal, de la mediación sacerdotal, de la mediación
profética, de la mediación de los héroes o jueces, y de la mediación de la
monarquía misma, así de sencillo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario