¿«hamartia» o «jamartía»?
Héctor B. Olea C.
Además de la traducción propia, un recurso
habitual al que acudimos las personas que trabajamos con los textos bíblicos en
sus idiomas originales (y las que no), es la transliteración. Es también la
transliteración un recurso indispensable en diccionarios, léxicos, enciclopedias,
comentarios bíblicos, y otros recursos auxiliares en los estudios bíblicos y
teológicos. Pensemos, por ejemplo, en el libro «Palabras griegas del NT» de
William Barclay, y en la famosa «Concordancia Strong», entre muchas otras
fuentes de consulta.
Es, pues, la transliteración, la
representación en caracteres de un idioma, de una palabra, frase, expresión o
texto, que se consideran elementos propios de otro idioma. Se acude a la
transliteración por necesidad, con la intención de poner en contacto a un
determinado auditorio con una determinada palabra, frase, expresión o texto,
que se supone no conocidas por dicho auditorio en su idioma original. En tal
sentido, viene a ser la transliteración ese recurso indispensable por medio del
cual podemos lograr que dicho auditorio conozca, se apropie, emplee y aplique
una determinada palabra, frase, expresión o texto en su propio idioma, cuando
en realidad éstos son extraños al mismo.
Ahora bien, como en la traducción, para la
transliteración hay tres factores que conviene tener bien en cuenta: 1) lengua
fuente, 2) lengua receptora y 3) lengua original.
Por «lengua fuente», entendemos la lengua o
idioma de la que de manera directa se hace la traducción o la transliteración.
Por «lengua receptora», entendemos la lengua
o idioma a la que de manera directa se hace la traducción o la transliteración.
Por «lengua original», entendemos la lengua o
idioma en la que se supone que originalmente se escribió la palabra, frase,
expresión o texto que es objeto de traducción o transliteración.
Ahora paso a ilustrar un poco mejor la
situación planteada.
Si hacemos una traducción o transliteración
al castellano de una palabra, pasaje o frase del Tanaj mismo (el AT hebreo),
que se supone se escribió originalmente en hebreo (y con algunas pequeñas
secciones en arameo); en tal caso, el hebreo es la lengua original, también la
lengua fuente, y el castellano, la lengua receptora.
Pero si hacemos una traducción o transliteración al castellano de una palabra,
pasaje o frase del mismo Tanaj (AT hebreo), pero la traducción y
transliteración las hacemos desde la versión griega del Tanaj, la Septuaginta;
en este caso, el griego es la lengua fuente, el hebreo la lengua original, y el
castellano la lengua receptora.
Un ejemplo fuera del contexto bíblico viene a
ser, cuando se hace una traducción o transliteración al castellano directamente
de la versión (traducción) inglesa de una obra que fue escrita originalmente en
alemán. En este caso, el inglés es la lengua fuente, el alemán la lengua
original, y el castellano la lengua receptora.
En consecuencia, tanto al traducir como al
transliterar es preciso tener presente las características, peculiaridades y
los recursos propios de las lenguas envueltas en el proceso de traducción o transliteración,
a fin de que en ambas labores seamos lo más acertados y eficaces posible.
Ahora bien, después de presentar los
elementos introductorios, me concentro a partir de ahora en el recurso de la
transliteración.
Si el objetivo es hacer que por medio de la transliteración
nuestro auditorio que no conoce los idiomas originales de la Biblia, se apropie
de una determinada palabra, frase, expresión o texto, y los reproduzca con una
fonética (más que gráficamente) lo más cerca posible de la que tienen estos en
la lengua o idioma original o fuente; lo ideal y recomendable es que nos atrevamos
a usar en la transliteración (transliteración fonética por cierto) los recursos
necesarios para asegurar que se logre ese objetivo fundamental.
En tal sentido cobra una importancia capital
el saber desde cuál lengua y hacia cuál lengua, haremos la transliteración.
Por ejemplo, es sabido que la letra hebrea
conocida como «he» o «hey», que por cierto gráficamente es muy similar y prácticamente
equivalente a la «h» del castellano; pero a diferencia de la «h» del castellano,
no es muda, y siempre suena, con un sonido equivalente a la «j» del castellano,
exactamente igual que la «h» del idioma inglés. En verdad la «he» o «hey» hebrea
sólo es muda y no suena en algunos casos, como por ejemplo y por lo general, cuando
va al final de una palabra.
A la luz de estos datos, supongamos que nos
vemos en la necesidad de transliterar el sustantivo que en hebreo se pronuncia «abrajám»,
será necesario tener en cuenta lo siguiente. Por un lado, ciertamente hay en el
sustantivo hebreo en cuestión, una «he» o «hey» en la sílaba «jam»; por otro
lado, si bien es la «h» del castellano la letra o grafía más parecida y hasta
equivalente a la «he» o «hey» hebrea; lo cierto es que fonéticamente la «j» del
castellano es la que se equipara con la «he» o «hey» del hebreo cuando ésta no
es muda.
No olvidemos que la «h» del castellano por lo
general es muda y pasa desapercibida, al menos en el plano fonético y en el
plano de la prosodia. Por ejemplo, pensemos en las palabras: hielo, hueso,
huevo, habichuela, herbívoro, helio, hermana, hierba, etc.
En consecuencia, la transliteración castellana
acertada del nombre del patriarca no es «Abraham», sino «Abrajám».
Sin embargo, si la transliteración se lleva a
cabo desde el hebreo al inglés, dado que la «h» del inglés es fonéticamente
equivalente a la «he» o «hey» (que no son mudas como la «h» del castellano); una
transliteración acertada sería: «Abraham», pues el inglés, como el hebreo, leerá
«Abrajám». En este mismo sentido y por la misma razón, se ha de entender que es
correcta y recomendable del hebreo al inglés, la transliteración «Elohim», pero
«Elojím», del hebreo al castellano.
Otro ejemplo ilustrativo lo tenemos cuando se
translitera desde el griego al castellano, el artículo definido del caso nominativo
masculino singular, y el artículo definido del caso nominativo femenino
singular. Pues bien y, por un lado, el artículo definido del caso nominativo
masculino singular, está constituido por una omicrón (que equivale
fonéticamente a la «o» del castellano), y una especie de apóstrofo (‘) llamado
espíritu áspero o rudo, que le da el sonido de la «j» del castellano.
Por otro lado, el artículo definido del caso
nominativo femenino singular, está constituido por una «éta» (que al igual que
la «épsilon» fonéticamente equivale a la «e» del castellano), también con una
especie de apóstrofo (‘) llamado espíritu áspero o rudo, que le da el sonido de
la «j» del castellano.
En consecuencia, si transliteramos los dos artículos
mencionados, del griego al inglés, una transliteración acertada sería: «ho» (el
artículo masculino) y «he» (el artículo femenino). Pero si la transliteración
de los mismos dos artículos se hace del griego al castellano, una transliteración
acertada sería: «jo» (el artículo masculino) y «je» (el artículo femenino).
Finalmente, quiero cerrar este artículo,
ofreciendo la transliteración de la palabra que en el griego bíblico se usó
para «pecado», a saber, «jamartía», transliteración correcta y recomendable,
del griego al castellano; pero «hamartia», como la transliteración correcta y
recomendable del griego al inglés.
Ahora, ¿por qué «jamartía» (griego-castellano)
y «hamartia» (griego-inglés), y no sencillamente «amartía»?
La razón es que el verbo griego «pecar, yo
peco», y el sustantivo «pecado» derivado de dicho verbo, inician con la vocal «alfa»
(fonéticamente equivalente a la «a» del castellano), pero con la misma especie
de apóstrofo ya mencionada (‘), que le da la pronunciación de la «j» del
castellano a dicha «alfa». En consecuencia, transliterando del griego al castellano,
el verbo griego «pecar, yo peco», es «jamartáno», y el sustantivo «pecado» es «jamartía».
Luego
y, consecuentemente, transliterando del griego al inglés, la transliteración del
verbo griego «pecar, yo peco», es «hamartano», y el sustantivo «pecado», es «hamartia».
Finalmente, para hacer referencia a ese
apartado o sección de la teología sistemática que trata de la doctrina del
pecado; transliterando del griego al castellano, la opción correcta es «jamartiología»;
sin embargo, es «hamartiologia», una transliteración castellana, pero
influenciada por la inglesa «hamartiology».
¡Hasta la próxima!
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