Héctor B. Olea C.
Una reflexión bíblica y teológica sobre el
medio ambiente, invita a que consideremos la tierra, nuestro mundo; no tanto
como un simple lugar donde estamos de paso (¿peregrinos, forasteros?), sino y
más bien, como el lugar donde Dios nos puso, como nuestro ámbito natural y
referencial básico, en el que nos movemos, somos y estamos llamados a ser lo
que debemos ser (considérese Génesis 1.26-28); de esta consideración se deduce
su radical importancia y la necesidad de que lo valoremos, conservemos y
preservemos con denuedo y con pasión.
Después de todo, y al margen de las distintas
especulaciones y elucubraciones escatológicas; si hay algo que con claridad
meridiana nos enseña la historia universal, es que quien pasa y deja de existir
es el ser humano, y que es la tierra la
que permanece (considérese Salmo 103.15-16; Isaías 40.6-7).
En este sentido, las palabras “el cielo y la
tierra pasarán, pero mis palabras no” (Mateo 24.35; Marcos 13.31; Lucas 21.33),
en realidad no deben entenderse como una predicción de la destrucción del cielo
y la tierra; sino más bien como apuntando a su indiscutible firmeza. En
consecuencia, es precisamente la firmeza y persistencia del cielo y la tierra,
la que se toma como punto de comparación para señalar la firmeza de lo dicho
por Jesús en el contexto de los pasajes bíblicos citados.
Además, a pesar de los eventuales,
recurrentes y funestos cataclismos que promueven muchas producciones cinematográficas,
amenazando el presente y el futuro del planeta y la subsistencia misma del ser humano
en él; así como a pesar de los habituales desastres que promueve principalmente
la escatología dispensacionalista como inminentes y presagios del fin del mundo
y de la historia; es preciso tener en cuenta las siguiente observaciones:
1) El hecho de que en
el contexto mismo del llamado «Apocalipsis sinóptico» (Marcos 13.3-32; Mateo 24.3-51; Lucas 21.5-37) Jesús afirme que “no pasará esta generación hasta que todo esto
acontezca”, y que él mismo admita que sólo el Padre sabe el día y la hora de la
venida del Hijo del hombre; pienso que nos invita a repensar seriamente el
papel de las «señales» que Jesús esperaba que precedieran a la parusía (en su
propio tiempo y generación), en las expectativas escatológicas de nuestro
tiempo.
2) También la primera
generación de cristianos (incluyendo a los apóstoles), en consonancia con el
mensaje de Jesús; esperaban que Jesús volvería por ellos en su propia época, en
el mismo primer siglo de nuestra era.
3) En la medida en que
fueron pasando los años y las expectativas de Jesús y los apóstoles no se
cumplían, se fue desarrollando la idea de que, a pesar de las señales que
involucraba el “Apocalipsis sinóptico”, la venida de Jesús sería totalmente
algo repentino y de sorpresa, “como un ladrón en la noche” (1 Tesalonicenses
5.2; 2 Pedro 3.10).
4) Ante el hecho de
que en realidad las expectativas de las escatologías judías, las de Jesús y las
de los apóstoles no se cumplieron en el primer siglo; pienso que nosotros hoy
debemos ser muy prudentes a la hora de entender como «señales» de la segunda
venida de Cristo cualquier cataclismo que ocurra en nuestro tiempo.
5) En esta misma línea
tenemos que entender que en realidad sólo Dios sabe cómo ha de terminar esta
historia, y en verdad, no parece que la Biblia nos lo diga.
En suma, al conmemorarse hoy el «Día mundial
del medio ambiente», tomemos en serio el hecho de nuestra estancia aquí, en
nuestro amado planeta tierra, y pensemos, reflexionemos, y propongámonos vivir
nosotros, y dejarle a las generaciones futuras el mejor mundo que nos sea
posible, así de sencillo.
¡Amén!