Del ser de Dios y las metáforas en femenino
Héctor
B. Olea C.
El objetivo de este artículo es hacer algunos correctivos en cuanto al empleo de cierta y muy equivocada terminología, en el intento de hacerle justicia, o al intentar poner de relieve el hecho de que en la tradición bíblica, en algunas ocasiones, se hace referencia al ser de Dios o a la acción divina, pero en unos términos innegablemente femeninos.
En tal sentido, es preciso tener en cuenta
varias cosas:
La arbitrariedad de la relación que existe entre
los dos aspectos básicos del signo lingüístico: el significante o expresión, y
el significado, entre la palabra o término que se usa para señalar una realidad
y la realidad misma. Dicha arbitrariedad consiste en que no existe una relación
natural entre el significante y el significado, entre la terminología empleada
para señalar una determinada realidad, y la realidad misma.
Lo metafórico del lenguaje que usa la
teología y el lenguaje religioso para hacer referencia a realidades que se
entienden como no propias del mundo natural y material, sino del mundo
espiritual.
No es cierto que el hecho de ser de género
gramatical masculino una palabra, signifique, de por sí, que la realidad, la
persona o ser con que con ella se hace referencia, es de sexo masculino, o sea,
varón, aunque sea en sentido poético y metafórico. En consecuencia, yerran las
personas que piensan que Dios es varón, sólo porque las palabras que se usan
para nombrarlo son por lo general de género gramatical masculino; y que por lo
tanto, es indigno de su ser, el atribuirle en su accionar, algunos atributos
femeninos, y la elaboración de metáforas que hagan referencia a las acciones y
el ser de Dios en términos femeninos.
No es cierto que el hecho de ser de género gramatical femenino una palabra, signifique de por sí, que la persona, realidad o ser a la que apunta dicha palabra, es de sexo femenino, sencillamente, femenino, o sea, mujer, aunque fuere en sentido poético y metafórico.
Tampoco el hecho de que una palabra sea de
género gramatical neutro, significa de por sí que la realidad, persona o ser a
la que apunta dicha palabra, carezca de sexo, y no tenga características de
mujer o varón, aunque fuere en sentido poético o metafórico.
Las palabras se emplean, en cuanto al recurso
de la traducción se refiere, atendiendo al género gramatical que tengan en la
lengua receptora (en nuestro caso, el castellano), y no según el género
gramatical que las palabras tengan en las lenguas fuentes (en lo que a la
Biblia se refiere, el hebreo, arameo y griego).
El atender al género gramatical de las
palabras en la lengua fuente es vital, atendiendo al hecho de que sus
relaciones sintácticas se darán atendiendo a las características que estas
tienen en la lengua de las que forman parte. Pero se van a traducir de acuerdo
a las características que tengas sus equivalentes en las lenguas
receptoras.
Después de estas puntualizaciones, me es
preciso aclarar que en este artículo me voy a concentrar en analizar la falacia
y el error de confundir el género gramatical con el sexo de las personas y el
que se le atribuye a las cosas y a las realidades entendidas como no propias
del mundo natural y humano.
En suma, no es posible seguir insistiendo en
la falacia y el error de confundir el género gramatical de las palabras, con el
sexo de las personas y el que se le atribuye a las cosas. Y en este mismo
sentido, no es posible seguir insistiendo, aunque fuere de manera parcial, en
emplear algunas palabras de manera muy selectiva, demasiado selectiva quizás, según
su género gramatical en el idioma fuente (en este caso, el hebreo y el griego),
y no según el género gramatical que tienen en el idioma receptor, en nuestro
caso, el castellano.
De todos modos, antes de concentrarme en el
análisis de la cuestión que me propuse analizar en este artículo, quiero poner
de relieve un caso muy especial que, sin duda, hace referencia al ser de Dios
con una metáfora que pone de relieve el cuidado de Dios en una forma muy
femenina; el texto al cual me refiero es Deuteronomio 32.18.
Deuteronomio 32.18. En la Reina Valera 1960
dice: “De la Roca que te creó te olvidaste; Te has olvidado
de Dios tu creador”
Respecto de este pasaje llama la atención que
la Reina Valera haya traducido usando el verbo “crear” (hebreo «bará»), cuando
en verdad dicho verbo («bará») no se encuentra aquí en el texto hebreo. Lo que
en verdad dice el texto hebreo es: “Te olvidaste de la roca que te dio a luz,
te olvidaste del Dios que te parió”.
La Septuaginta por su parte, tradujo: “Abandonaste
al Dios que te engendró, te olvidaste del Dios que te amamantó”
Otro pasaje donde se usó una imagen femenina para
hablar de la acción de Dios es Isaías 66.13, cito: “Como aquel a quien consuela su madre, así os consolaré yo a vosotros,
y en Jerusalén tomaréis consuelo”
Un texto más donde se emplea una imagen femenina
(por no decirlo de otra forma), esta vez tomada del reino animal (como la
gallina) es Mateo 23.37, cito: “¡Jerusalén,
Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados!
¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos
debajo de las alas, y no quisiste!”
Y Lucas 13.34 “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que
te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina a sus
polluelos debajo de sus alas, y no quisiste!”
Por supuesto, por el carácter patriarcal de
los contextos socioculturales en que surgieron los textos bíblicos, se explica
que no sean tan abundantes las metáforas de carácter femenino que apunten al
ser y las acciones de Dios. Sin embargo, la pregunta es: ¿Tiene que seguir
siendo así?
Al respecto, me parecen plausibles aquí las
palabras de Sallie McFague en su obra «Modelos de Dios, teología para una era
ecológica y nuclear» (publicada por Sal Terrae, año 1994), cito: “Si nos
planteamos seriamente la forma de la Escritura, con la pluralidad de
perspectivas de interpretación que supone, tendremos que adoptar la misma
actitud arriesgada y audaz que la propia Escritura adopta: interpretando el
amor salvífico de Dios de forma que pueda «hablarle» a nuestras crisis de
manera más persuasiva y enérgica. Y eso no significa, no puede significar
utilizar la terminología de hace dos mil años” (página 88).
También plantea Sallie McFague la pregunta:
“¿Implica la teología cristiana el uso, por medio de la traducción o la
interpretación, de las metáforas y los conceptos de la Escritura (y la
tradición), o de lo que se trata es de tomar los textos escriturísticos como
modelos de cómo hacerlo, pero adaptándose al lenguaje particular de cada época?
Creo que la segunda opción es la necesaria y apropiada, y esto supondrá,
obviamente, divergencias significativas” (obra citada, página 65).
Retomemos ahora, la cuestión principal de
este artículo.
Insisto, Dios no es varón porque el género de
las palabras que se usan para referirse a Dios en el AT sean de género
gramatical masculino, así también en el griego (Septuaginta y el NT). Por
supuesto, el Espíritu de Dios no es de naturaleza femenina, no es mujer ni
tiene rasgos de mujer o femeninos, sólo porque la palabra hebrea «ruáj» es de
género gramatical femenino.
Obviamente, no ha de suponerse que el
Espíritu de Dios sea asexuado, que carezca de características masculinas y
femeninas, sólo con base en el hecho de que la palabra griega («pnéuma») que se
usa para “Espíritu” (Septuaginta y el NT), es de género gramatical neutro.
Paso ahora a demostrar lo falaz y erróneo de
entender, interpretar, y asumir
selectivamente algunas palabras, como la hebrea «ruáj», según al género
gramatical que tienen en las lenguas fuentes y no según el género gramatical de
su equivalente en castellano.
¿Por qué insistir en castellano, en la falacia
de usar la expresión «la ruáj» (la espíritu) de Dios, como si el hecho de que
dicha palabra sea de género gramatical femenino en hebreo, implicara que el
Espíritu de Dios se asumiera como una entidad femenina, como que apuntara a
unas atribuciones femeninas en el ser de Dios?
¿Es que no son conscientes las personas que
emplean dicha frase de que cometen el mismo error que quieren combatir, el de
suponer que Dios es varón porque las palabras que se emplean para hacer
referencia a Dios, son de género gramatical masculino?
Ahora bien, ¿por qué curiosamente insistir,
erróneamente por cierto, en el uso de la palabra hebrea «ruáj», en el marco de
una expresión que quiere destacar el género gramatical femenino de dicha
palabra en hebreo, y a la vez no ser consistentes y hacer lo mismo respecto del
género neutro de la palabra «Espíritu» en el idioma griego (Septuaginta y el
NT)?
¿Por qué no emplear la palabra griega «pnéuma»
(espíritu), a la manera de la hebrea «ruáj», en el marco de una expresión que
tenga el propósito de destacar precisamente el hecho de que es de género
gramatical neutro en el griego, como por ejemplo, «lo pnéuma» (lo espíritu) de
Dios?
Ahora bien, si se ha de insistir,
erróneamente por cierto, en emplear la palabra hebrea «ruáj», ateniendo a su
género gramatical en hebreo; si se ha de insistir y ser consistente en emplear
las palabras radicalmente según el género gramatical que estas tienen en los
idiomas fuentes de la Biblia (hebreo, arameo y griego), ¿por qué no hacer lo
mismo, entonces, en los siguientes casos muy ilustrativos?
Primer caso. La palabra hebrea para padre, es
«ab»; ahora bien, resulta que el plural de dicha palabra es «abót», o sea, en
forma femenina. En consecuencia, atendiendo a la falacia del empleo de la
palabra «ruáj» según su género gramatical en hebreo, ¿habría que traducir el
plural en femenino de «ab», en forma femenina, a la manera de “padres gays”, “padre
afeminados”, “los madres”, “las padres”?
Segundo caso. Dado que la palabra griega «bíblos»
(libro), en realidad es de género femenino; atendiendo, pues, a la falacia del
empleo de la palabra «ruáj» según su género gramatical en hebreo, ¿habría que
traducir “la libro”, “el libra”, de la genealogía de Jesucristo, en Mateo 1.1?
Tercer caso. Dado que la palabra griega «jodós»
(camino) es de género gramatical femenino; atendiendo, pues, a la falacia del
empleo de la palabra «ruáj» según su género gramatical en hebreo, ¿habría que
traducir en Juan 14.6 que Jesús dijo: “Yo soy el camina”, “la camino”?
Cuarto caso. Dado que las palabras «mathetés»
(discípulo) y «profétes» (profeta), tienen forma de género femenino, si bien
son de género gramatical masculino (cosa que sólo se sabe por el artículo y por
la forma del caso genitivo singular); ¿se van a traducir, entonces, como “la
profeta”, “el profeta afeminado”, “el profeta gay; y como “el discípula”, “el
discípulo gay”, “el discípulo afeminado”?
Quinto caso. Hay en el idioma griego dos
palabras para el castellano “casa”. Una es de género gramatical masculino: «óikos»;
y la otra es de genero gramatical femenino: «oikía». Entonces, atendiendo, a la
falacia del empleo de la palabra «ruáj» según su género gramatical en hebreo,
¿habría que traducir el masculino «óikos» como “el casa”, “la caso”; y el
femenino «oikía», como “casa”, “la casa”?
Sexto caso. Una de las palabras griegas para
“palabra” es «lógos», la cual es de género masculino; entonces, atendiendo,
pues, a la falacia del empleo de la palabra «ruáj» según su género gramatical
en hebreo, ¿habría que traducir “el palabra”, “la palabro”, en Juan 1.1?
Séptimo caso. En el griego hay una palabra
que se usa para señalar lo que se ha parido, a lo que ha nacido, sin importar
si es varón o hembra, varón o mujer. Dicha palabra es «téknon», y es de género
gramatical neutro. También hay en el griego una palabra para señalar a un ser
humano de corta edad, sea macho o hembra, varón o hembra, y dicha palabra es «paidíon»,
y también es de género gramatical
neutro; por supuesto, es obvio que las implicaciones y el uso de estas
dos palabras, a la luz de su género gramatical neutro, deja ver lo falaz del
empleo de la palabra «ruáj» según su género gramatical en hebreo, y del
pretender sacar matices especiales y adicionales del género gramatical de las palabras.
En resumen: Yerran las personas que piensan
que el uso del género gramatical masculino de las palabras que en la tradición
bíblica se usan para hacer referencia a Dios, implique que éste es varón. En
consecuencia, es errónea la idea de que es contrario al carácter de Dios, el
empleo de metáforas en femenino para hablar de las acciones de Dios y el
cuidado divino.
Yerran las personas que entienden que el
género gramatical femenino de la palabra hebrea «ruáj», implique que éste
posea matices femeninos propios de la mujer, o represente el lado femenino del
ser de Dios. Por otro lado, lo cuestionable de la expresión «la ruáj» (la espíritu),
se pone de manifiesto cuando a la vez se evita el empleo de la expresión «lo
pnéuma» (lo espíritu), en virtud del género gramatical neutro de la palabra «pnéuma»
en el idioma griego (Septuaginta y el NT).
Finalmente, en Deuteronomio 32.18 (en el
texto hebreo, no en la Reina Valera 1860), se habla del cuidado de Dios en unos
términos demasiado e innegablemente femeninos, a pesar de que tanto en el hebreo
como en la Septuaginta, las palabras empleadas para hacer referencia a Dios,
son de género gramatical masculino.
¡Hasta
la próxima!
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