«Y uno de ustedes en un diablo» (Juan 7.60) Cuando un estudio comparativo de versiones de la Biblia está condenando al fracaso


«Y uno de ustedes en un diablo» (Juan 7.60)

Cuando un estudio comparativo de versiones de la Biblia está condenando al fracaso, pero aparecen honrosas excepciones

Héctor B. Olea C.

Por años he venido insistiendo en que, en muchos casos, el análisis de un texto bíblico con base en un estudio comparativo de versiones de la Biblia está condenado al fracaso.

Esto así, por existir una especie de consenso (no concertado, no pactado, pero logrado), para traducir ciertas palabras de una manera casi única, como si fuera la mejor opción, como si en realidad se estuviera traduciendo y de la mejor manera posible.

En tal sentido, como caso ilustrativo, voy a considerar la presencia de la palabra «diablo» en Juan 6.70.

La traducción de la palabra diablo en Juan 6.70 en algunas versiones bíblicas representativas

Entre las versiones convencionales de la Biblia que tienen la palabra «diablo» en Juan 6.70 están:

La Biblia del Oso (original obra de Casiodoro de Reina, 1569), La Biblia del Cántaro de Cipriano de Valera (19602), Nuevo Testamento de Nuestro Señor Jesucristo, de Pablo Besson (1981, 3era edición), Nueva Versión Internacional, Reina Valera 1909, 1960, 1995, 2011 (Reina Valera Contemporánea), Reina Valera Actualizada 2015, Versión Popular Dios habla hoy, La Biblia de las Américas, La Nueva Biblia de las Américas, Nueva Traducción Viviente (NTV), Biblia de Jerusalén Quinta Edición (2018-2019), el «Nuevo Testamento Trilingüe (edición crítica)», de José María Bover y José O Callaghan (Biblioteca de Autores Cristianos, 2011), entre otras.

La palabra «diablo» (Juan 6.70) en las traducciones interlineales del Nuevo Testamento Griego

Lamentablemente, la situación constatada en las versiones convencionales de la Biblia, es la misma en las versiones o traducciones interlineales del Nuevo Testamento Griego.

Entre las versiones interlineales más conocidas en el ámbito de la traducción al español, que también han empleado la palabra «diablo» en Juan 6.70, están: El famoso y tan popular «Nuevo Testamento Interlineal Griego Español», de Francisco Lacueva (CLIE, 1984), el «Interlineal Académico del Nuevo estamento Griego Español (una actualización y ampliación de la original obra de Francisco Lacueva, por Juan Carlos Ceballos, también publicado por CLIE en 2018), y «El Nuevo Testamento Interlineal Palabra por Palabra (griego español)», por Elsa Tamez e Isela Trujillo, publicado por Sociedades Bíblicas Unidas en 2012.   

Versiones de la Biblia que no han empleado la palabra «diablo» en Juan 6.70

Entre las versiones de la Biblia que, correctamente han evitado la palabra «diablo» en Juan 6.70, como honrosas excepciones, están:

La «Nueva Biblia Española 1975» («traicionero»), la «Traducción del Nuevo Mundo de las Santas Escrituras» («calumniador»), y «Euanguelio, traducción contemporánea de la Biblia (el NT, 2022), por Yattency Bonilla («opositor»).

La palabra griega detrás de la traducción «diablo» en Juan 6.70

La palabra griega detrás de la palabra «diablo» en Juan 6.70 es «diábolos», un adjetivo griego (un adjetivo de la primera clase, de los que sólo tienen dos morfologías, una común para el género masculino y para el género femenino, y otra para el género neutro, pero ambas según la segunda declinación).

Por supuesto, como comúnmente ocurre con los adjetivos, «diábolos», «diábolon», puede ser sustantivado, y, de hecho, se ha sustantivado.

Deriva, pues, el adjetivo «diábolos» del verbo «diabálo» (verbo que aparece cinco veces en la Septuaginta, pero una sola vez en el Nuevo Testamento Griego), y que significa: arrojar de un lugar a otro, separar, desunir, y en sentido figurado: denigrar, acusar falsamente, calumniar («Diccionario del griego bíblico, Setenta y Nuevo Testamento, segunda edición revisada y ampliada», de Amador Ángel García Santos, Verbo Divino, 2018).

Luego, el adjetivo griego «diábolos», «diábolon», significa: que crea enemistad odio o envidia con acusaciones maliciosas, que desune, difamador, calumniador, acusador (Amador, obra citada).

El aporte de la Vulgata Latina

La Vulgata Latina, por su parte, tradujo aquí el adjetivo griego «diábolos» con «diabolus», un sustantivo latino de género masculino y de la segunda declinación latina, y que significa: diablo, demonio.

Consecuentemente, es innegable que las versiones de la Biblia que han empleado la palabra «diablo» en Juan 6.70, aunque digan que se están aferrando al texto griego del Nuevo Testamento (crítico o receptus), en realidad no han traducido en conformidad al texto griego, sino que han seguido a la Vulgata Latina.

Por otro lado, desde el punto de vista de la crítica textual, es preciso decir que no hay diferencia aquí entre el texto crítico y el texto mayoritario.

En todo caso, a pesar de la Vulgata Latina, a pesar del número elevado de versiones de la Biblia (convencionales e interlineales) que la han seguido; lo cierto es que una verdadera y acertada traducción de la palabra griega «diábolos» que le haga justicia al significado de dicha palabra en griego, en el contexto de Juan 6.70; debe ir en la siguiente línea: es un calumniador, es un difamador, es uno que acusa falsamente, es uno que crea división, es una persona que actúa o acusa con malicia, etc.

Moraleja: El estudio de un texto bíblico, o análisis de la traducción de una determinada palabra en un determinado texto bíblico, sustentado en un simple estudio comparativo de versiones de la Biblia (convencionales e interlineales); en primer lugar, jamás será el sustituto del estudio serio de los textos bíblicos en sus lenguas originales, por supuesto, con base en un estudio mucho más que elemental de las lenguas bíblicas; y en segundo lugar, no siempre ha de producir los resultados esperados: el tener acceso al real sentido o significado de la palabra que está detrás de la palabra presente o empleada en la versión o traducción de la Biblia (convencional o interlineal).  

Luego, es obvio que no es posible hacer una exégesis bíblica propiamente dicha, con base en un simple estudio comparativo de versiones de la Biblia (convencionales e interlineales), con base en un conocimiento o estudio elemental de las lenguas bíblicas.

Muy a propósito de nuestro «Curso de Griego Koiné (Bíblico)», desde cero, el primer año», que inicia el martes 4 de marzo, y del segundo año de nuestro «Curso de Griego Koiné (Bíblico)», un curso de continuación y profundización, que inicia el sábado 5 de abril. 

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El «discípulo innominado» y el «discípulo amado», Una vez más sobre los verbos «agapáo» y «filéo»


El «discípulo innominado» y el «discípulo amado»

Una vez más sobre los verbos «agapáo» y «filéo»

Héctor B. Olea C.

Si bien es un asunto bien debatido la identificación del «discípulo amado» (¿Juan, el hijo de Zebedeo? ¿Lázaro? ¿Juan Marcos? ¿Tomás?); sin embargo, no es objeto de discusión la identificación que establece el Evangelio de Juan del «discípulo amado» con el «discípulo innominado» (mencionado, pero sin un nombre propio).

En tal sentido, es preciso decir que, en el Evangelio de Juan, en cinco ocasiones o textos se asocia a la figura de Pedro un «discípulo» que no es identificado con un nombre propio o con un nombre apelativo.  

Estos son: Juan 13.23-24 («y uno de sus discípulos»); Juan 18.15 («otro discípulo»); Juan 20.2 («y al otro discípulo»); Juan 21.7 («aquel discípulo») y Juan 21.20 («el mismo que en la cena se había recostado al lado de Jesús»).  

Luego, en cuatro de estas ocasiones se lo señala como «amado por Jesús», o sea, a excepción de Juan 18.5.

Además, en cinco de las ocasiones en que el «discípulo innominado» es señalado como el «discípulo amado» (Juan 13.23; 19.26; 20.2; 21.7; 21.20), sólo en una ocasión no se lo asocia a la figura de Pedro (Juan 19.26, 27).

Forma de emplear el verbo «agapáo» y el verbo «filéo» en relación a Lázaro y al «discípulo amado»  

Con relación a los verbos empleados para hacer referencia a Lázaro y al «discípulo innominado» y «amado», podemos decir lo siguiente.

En primer lugar, de las tres ocasiones en que el Evangelio de Juan hace referencia al afecto que Jesús sentía hacia Lázaro, en dos ocasiones se empleó el verbo «filéo» (Juan 11.3 y 36), y en una ocasión el verbo «agapáo» (Juan 11.5).

En segundo lugar, de las cinco ocasiones en que se hace referencia al «discípulo amado», en cuatro ocasiones se emplea el verbo «agapáo» (Juan 13.23; 19.26; 21.7; 21.20), concordando con la referencia al afecto de Jesús hacia Lázaro en Juan 11.5.

En tercer lugar, de las cinco ocasiones en que se hace referencia al «discípulo amado», en una ocasión se emplea el verbo «filéo» (Juan 20.2), concordando con la referencia al afecto de Jesús hacia Lázaro en Juan 11.3 y 36.

En cuarto lugar, que en relación a Lázaro como con referencia al «discípulo amado», se empleen indistintamente el verbo «agapáo» y el verbo «filéo», por un lado, pone bajo cuestionamiento cualquier intento de identificar como antónimos los verbos en cuestión.

Por otro lado, pone en evidencia que asociar o identificar a Lázaro con el «discípulo amado», se sustenta no en la antonimia del verbo «filéo» respecto del verbo «agapáo», sino más bien y, precisamente, en el uso indistinto de «agapáo» y «filéo» en relación a Lázaro como en relación al «discípulo amado».    

En todo caso, llama la atención la forma que, con base en que el Evangelio de Juan haya empleado el verbo «agapáo» y el verbo «filéo» para hacer referencia al «discípulo amado», en la misma forma en que lo empleó en relación a Lázaro (aunque partiendo de cierta antonimia entre ambos verbos); el «Vocabulario teológico del Evangelio de Juan», propone:

“El hecho de que los mismos términos se utilicen para designar la relación de Jesús con Lázaro («agapáo» y «filéo»), indica que este discípulo (el «discípulo amado»), en su relación con Jesús, es figura de todo discípulo y de la comunidad, «El amigo de Jesús» es así el personaje masculino que corresponde al femenino María Magdalena, quien, como personificación de la comunicada, representa el papel de «esposa» (Juan Mateos y Juan Barreto, Ediciones Cristiandad, 1980, páginas 72 y 73).

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La palabra griega para «ágape» y su fonética griega


La palabra griega para «ágape» y su fonética griega

A propósito del día del amor y la amistad y de nuestra oferta académica para marzo y abril

Héctor B. Olea C.

En nuestras clases de griego hemos constatado la dificultad que tiene un buen número de estudiantes para pronunciar correctamente (en griego) la palabra griega detrás de la española «ágape».

La cuestión radica en que, en español, la palabra «ágape» es una palabra esdrújula (palabra que su sílaba tónica es la antepenúltima sílaba) y las palabras esdrújulas siempre llevan tilde.

Pero en griego, «ágape» no es «ágape», sino «agápe», incluso «agápi» (palabra que su sílaba tónica es la penúltima sílaba) y, en este caso, con su última sílaba larga (clasificación silábica ausente en español o castellano).

En tal sentido, es preciso poner de relieve que en griego (clásico y koiné, pero no en el griego moderno) hay dos acentos gráficos que marcan la sílaba tónica (el «acento agudo» y el «acento circunflejo»), y un acento gráfico (el «acento grave», sólo empleado en la última sílaba) que en realidad indica que la última sílaba (originalmente oxítona, o sea, con acento agudo en la última sílaba) ha perdido su acento (el acento agudo).

Luego, la presencia del «acento grave» en una palabra griega pone en evidencia que la última sílaba deja de ser la sílaba tónica, por lo cual deja de ser una palabra «oxítona»; o sea, deja de tener la última sílaba como la sílaba tónica o acentuada, y pasa a ser la penúltima su sílaba acentuada.

Nota: Por razones prácticas me ahorraré las reglas que explican este fenómeno.  

Finalmente, con base al acento que marca la sílaba tónica en griego, según el acento agudo, las palabras se clasifican en: 1) «oxítonas» (palabras con acento agudo en la última sílaba, corta o larga); 2) «paroxítonas» (palabras con acento agudo en la penúltima sílaba, y una última sílaba corta o larga); y 3) «proparoxítonas» (palabras con acento agudo en la antepenúltima sílaba, y con una última sílaba necesariamente corta).

Observación: Por razones prácticas dejaré para otra ocasión las reglas que rigen para la acentuación de las palabras con acento circunflejo, y sus implicaciones; después de todo, no quiero complicar demasiado las cosas, no quiero dificultar la amistad, precisamente en el día del amor y la amistad JEJEJEJEJEJE.

En conclusión, la palabra griega detrás de la española «ágape», no es «ágape», sino «agápe», incluso «agápi» (palabra que su sílaba tónica es la penúltima sílaba) y con una última sílaba larga (clasificación silábica ausente en español o castellano).

En todo caso, como en la flexión nominal (declinación casual flexiva) el acento tiende a permanecer en la sílaba acentuada de la forma léxica (el nominativo singular), la palabra griega «agápe» se mantiene como palabra «paroxítona» incluso cuando en su declinación llega a tener una última sílaba corta, como ocurre en el caso nominativo plural («agápai: amores).

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Una vez más sobre los verbos griegos «agapáo» y «filéo» , Un caso concreto: Juan 3.16 y 19


Una vez más sobre los verbos griegos «agapáo» y «filéo»

Algunas precisiones

Un caso concreto: Juan 3.16 y 19

Héctor B. Olea C.

El famoso diccionario «Vine» («Diccionario expositivo de palabras del Antiguo y del Nuevo Testamento, Exhaustivo», de W. E. Vine, Editorial Caribe Inc., 1999) plantea: “«Filéo» nunca se usa en ningún mandato a que los hombres amen a Dios; se lo usa, sin embargo, como advertencia en 1 Corintios 16.22; en lugar de ello se usa «agapáo» (p.ej., Mateo 22.37; Lucas 10.27; Romanos 8.28; 1 Corintios 8.3; 1 Pedro 1.8; 1 Juan 4.21)”.

En tal sentido y, sin embargo, parece eludir el «Diccionario Vine», el hecho de que, en un mismo libro (el Evangelio de Juan), en un mismo contexto y capítulo (Juan capítulo 3), se pone de relieve, por un lado, la forma en que Dios «amó» al mundo (Juan 3.16, empleando el verbo «agapáo»; en sentido estricto, en tiempo aoristo primero, voz activa, modo indicativo, tercera persona del singular: «egápesen»); y, por otro lado, la forma en que los hombres (los seres humanos) «amaron» más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas (empleando el mismo verbo «agapáo»; en sentido estricto, en tiempo aoristo primero, voz activa, modo indicativo, tercera persona del plural: «egápesan»).

Luego, el empleo de «agapaó» en Juan 3.16 y 19 ha de ser una pista ineludible en cualquier análisis del vocabulario del Nuevo Testamento Griego que procure establecer con seriedad y sentido crítico el uso y significado del verbo «agapáo» en el Nuevo Testamento.

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«Agapáo» y «filéo» en el Evangelio de Juan, ¿sinónimos o antónimos? Un análisis crítico


«Agapáo» y «filéo» en el Evangelio de Juan, ¿sinónimos o antónimos?

Un análisis crítico

Héctor B. Olea C.

Con base en Juan 21.15-17 se ha concluido en que los verbos griegos «agapáo» (amar, querer, etc.) y «filéo» (amar, querer, etc.) son antónimos, verbos que en realidad no coinciden del todo en su carga semántica, pero no sólo aquí, sino también en el resto del cuarto Evangelio; sin embargo, ¿es realmente así?

El problema de la integridad del Evangelio de Juan

Una tesis aceptada en el mundo académico de los estudios del Nuevo Testamento es que el Evangelio de Juan es una obra que, en su forma actual, en la forma en que nos ha llegado, es una obra de al menos dos manos, la de un autor que compuso el cuerpo o parte central del cuarto Evangelio (el evangelista) y la de un redactor que le dio la forma final, haciéndole unas añadiduras posteriores.

En tal sentido, Raymond E. Brown admite: “Un autor principal compuso el cuerpo del Evangelio y un redactor posterior hizo diversas adiciones, el capítulo 21, y quizá 1.1-18 («Introducción al Nuevo Testamento», Editorial Trotta, 2002, Tomo I, página 444).

En todo caso, es preciso poner de relieve que las añadiduras posteriores del redactor final se hicieron antes de que circulara en cualquier forma el cuarto Evangelio, pues nunca se ha podido conocer una redacción del mismo sin tales añadiduras. 

Además, otra pista que sugiere la intervención de una segunda mano en la redacción final del Evangelio de Juan consiste en el material repetido o duplicado que exhibe.

En tal sentido, en su obra citada, Raymond E. Brown, plantea: “En la forma final del Evangelio de Juan parece haber colecciones, con pequeñas diferencias, de sustancialmente las mismas palabras de Jesús. Por ejemplo, 3.31-36 (en donde, torpemente, no hay una clara identificación de quien habla) parece un duplicado de cosas dichas en 3.7, 11-13, 15-18. Igualmente, partes de 16-4b-33 (pronunciadas  en la Última Cena, considerablemente después de la indicación de 14.31 de que Jesús se marchaba) duplican estrechamente partes ya anunciadas en el capítulo 14, y 6.51b-58 duplica dichos de 6.35-51” (página 484).

Luego, la respuesta de si los verbos «agapáo» y «filéo» son sinónimos o antónimos en el Evangelio de Juan, debe procurar demostrar cómo se emplean los verbos en cuestión en las secciones no consideradas añadiduras o duplicaciones en el mismo.  

Consecuentemente, exceptuando el capítulo 21 (donde parecen contrastarse «agapáo» y «filéo») y 16.27 (donde se emplea el verbo «filéo») y que es un duplicado del capítulo 14.21, 23 (donde se emplea el verbo «agapáo»); entendemos que en el resto del Evangelio de Juan donde se emplean los verbos en cuestión nos permiten articular una respuesta con cierta certeza de si en verdad son sinónimos o antónimos los verbos «agapáo» y «filéo» al menos para el autor principal del cuarto Evangelio.

Estadística respecto del uso de los verbos «agapáo» y «filéo»  en el Evangelio de Juan

Analizando el uso que el autor del cuarto evangelio hace de los dos verbos en cuestión, los resultados son los siguientes.

Por un lado, el verbo «agapáo» está presente 143 veces en el Nuevo Testamento, pero el verbo «filéo» 25 veces («Diccionario del griego bíblico, Setenta y Nuevo Testamento», segunda edición revisada y aumentada, Amador Ángel García Santos Verbo Divino, 2018).

Por otro lado, en lo que respecta estrictamente al Evangelio de Juan, con base en la «Concordance to the Novum Testamentum Graece», tercera edición, 1987, de la Edición 26 del Nuevo Testamento Griego Nestle-Aland; podemos decir que hay 50 formas del verbo «agapáo» presentes en el cuarto Evangelio; por supuesto, incluyendo formas verbales finitas en el modo indicativo, subjuntivo e imperativo, así como algunos participios (forma nominal y no personal del verbo).

Por su parte, respecto del verbo «filéo», hay trece (13) formas del mismo en el Evangelio de Juan, pero sólo en el modo indicativo y en participio (forma nominal y no personal del verbo).

Sin embargo, a pesar de la diferencia notable desde el punto de vista de la estadística, que exhibe la presencia del verbo «agapáo» y del verbo «filéo» en Juan; resulta llamativo y muy revelador la forma en que el autor del cuarto evangelio tiende a emplear a uno en lugar del otro (y viceversa), como sinónimos, en ciertos contextos, después de haber señalado la misma idea, pero con el otro.

Por supuesto, a menos que estas duplicaciones también se consideren evidencias de una segunda mano en la redacción final del Evangelio de Juan, estableciendo, el redactor final, los contrastes necesarios según su punto de vista.  

Consideremos tales casos.

En primer lugar, la idea expresada en Juan 5.20, con «filéo» (que el Padre ama al Hijo), es expresada por igual con «agapáo» en Juan 3.35; 10.17; 15.9; 17.23, 24.

En segundo lugar, la idea expresada en Juan 11.3 y 36, con «filéo» (que Jesús amaba a Lázaro), es expresada por igual con «agapáo» en Juan 11.5.

Sin embargo, es preciso decir que en Juan 11.5 el Códice D (Beza, siglo V, griego latín, con gran parte de los Evangelios y Hechos), emplea la forma verbal «efílei» (pretérito imperfecto de «filéo»), en lugar de «egápa» (pretérito imperfecto de «agapáo»).

En tercer lugar, la idea expresada en Juan 16.27, con «filéo» (que el Padre ama a los que aman a su Hijo); es expresada por igual con «agapáo» en Juan 14.21, 23, aunque empleando el tiempo futuro.

No obstante, no podemos perder de vista que en Juan 14.21 la forma verbal «agapezésetai» (futuro pasivo de «agapáo»: será amado), es reemplazada por la forma verbal «terezésetai» (futuro pasivo del verbo «teréo»: será guardado) por el papiro 75 (del siglo III, que contiene parte de Lucas y Juan).

En cuarto lugar, la idea expresada por Juan 20.2, con «filéo» (señalando que había un discípulo al que Jesús amaba), es expresada por igual con «agapáo» en Juan 13.23; 19.26 (lo mismo que en 21.7, 20).

En quinto lugar, el análisis de las trece (13) veces que se emplea el verbo «filéo» en el Evangelio de Juan, nos da los siguientes resultados: 1) ocho veces se emplea fuera del capítulo 21: 5.20; 11.3, 36; 12.25; 15.19; 16.27 (dos veces); 20.2; 2) cinco veces se emplea en el capítulo 21.15-17.

Luego, de las ocho (8) ocasiones en que se emplea el verbo «filéo» en Juan fuera del capítulo 21, en seis ocasiones (5.20; 11.3, 36; 16.27 dos veces; 20.2) se lo emplea para comunicar una idea que también se expresó con el verbo «agapáo».  

Y en lo que respecta a las dos restantes ocasiones en que se empleó el verbo «filéo» (12.25; 15.19); en honor a la verdad debemos concluir que se usó para comunicar ideas que podemos decir que están dentro de los matices del verbo «agapáo», de modo que muy bien pudo el autor emplear aquí el verbo «agapáo» (compárese el uso de «agapáo»: «egápesan», en Juan 3.19).

En consecuencia, a la luz de este análisis, no creo que podamos estar tan seguros de que en el Evangelio de Juan el verbo «filéo» es un antónimo del verbo «agapáo».

De todos modos, de insistir en mantener a ultranza una distinción radical entre «agapáo» (amar) y «filéo» (querer, tener cariño) en el resto del libro, exceptuando Juan 21.15-17 (para el cual aparentemente se usan como antónimos); las consecuencias serían las siguientes (siguiendo la traducción que de ambos verbos en Juan 21, proponen, por ejemplo, La Versión Popular Dios Habla Hoy y la Quinta Edición de la Biblia de Jerusalén: «agapáo» es «amar», pero «filéo» es querer):

En primer lugar: En Juan 5.20 habría que traducir (y decir) que el Padre sólo quiere al Hijo, que sólo le tiene cariño, pero que no lo ama en verdad; pero en Juan 3.35; 10.17; 15.9; 17.23, 24, sí habría que traducir (y decir) que el Padre efectivamente sí ama al Hijo, y que no sólo le tiene cariño.

En segundo lugar, en Juan 11.3 y 36 habría que traducir (y decir) que Jesús no amaba profundamente a Lázaro, sino que simplemente le tenía cariño; pero en Juan 11.5 sí habría que traducir (y decir) que Jesús efectivamente amaba a Lázaro, y que no sólo le tenía cariño.

En tercer lugar, en Juan 16.27 habría que traducir (y decir) que el Padre en verdad no ama a los que aman a su Hijo, sino que sólo les tiene cariño; pero en Juan 14.21 y 23 sí habría que traducir (y decir) que efectivamente el Padre ama a los que aman a su Hijo, y que no sólo les tiene un poco de cariño.

En cuarto lugar, en Juan 20.2 habría que traducir (y decir) que Jesús no amaba profundamente al discípulo del que se habla, sino que simplemente le tenía cariño; pero en Juan 13.23; 19.26; 21.7, 20 sí habría que traducir (y decir) que Jesús efectivamente sí amaba al discípulo en cuestión, y que no sólo le tenía un poco de cariño.

En quinto lugar, se sustenta en una sospecha legítima la idea de que el  redactor del capítulo 21 de Juan empleó como antónimos los verbos «agapáo» y «filéo».

Sin embargo, como advertía Raymond E. Brown en su comentario al Evangelio de Juan, si bien la distinción entre la alternancia de «agapáo» y «filéo» en Juan 21.15-17 se remonta a los tiempos de Orígenes; no obstante, puntualiza que entre quienes insisten en asumir una distinción aquí entre «agapáo» y «filéo», no existe consenso, en cambio, en cuanto a los matices peculiares de cada uno de ellos.

Por otro lado, en lo personal, con Raymond E. Brown y otros que él menciona (los traductores de la Vulgata Latina, Agustín, Lagrange, Bernard, Moffatt, Sctrachan, Bonsirven, Bultmann, Barret, etc.), con base al análisis que personalmente he realizado, estoy entre quienes no advierten una clara diferencia de significado en la alternancia de «agapáo» y «filéo» en Juan 21.15-17.   

Finalmente, a la luz de todos los aspectos considerados, en lo que a la traducción se refiere, pienso que habría que considerar al menos tres líneas de traducción:

En primer lugar, asumiendo a «agapáo» y «filéo» al menos como ligeramente antónimos en Juan 21.15-17, se puede optar por traducirlos aquí de manera distinta.

En segundo lugar, traducir a «filéo» como sinónimo de «agapáo» en las seis ocasiones en que se empleó en el resto del cuarto Evangelio para expresar las mismas ideas que también se expresaron con el verbo «agapáo» en otros textos.

En tercer lugar, traducir a «filéo» como ligeramente antónimo de «agapáo» en Juan 12.25 y 15.19, las dos ocasiones en que no se empleó para comunicar una idea que en otros textos también se comunicó con «agapáo»; sin bien las ideas expresadas en estos dos textos con «filéo» pueden muy bien asumirse dentro de la semántica del verbo «agapáo», y éste como sinónimo de «filéo».

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Mi pastor», o «me pastorea» Salmo 23.1, función de los sufijos pronominales en el hebreo bíblico


«Mi pastor», o «me pastorea»

Salmo 23.1 en el centro de esta cuestión

Función de los sufijos pronominales en el hebreo bíblico

Héctor B. Olea C.

El hebreo como el español, por un lado, tiene pronombres personales que funcionan como «sujetos» (caso nominativo o recto) o «agentes» (yo amo, tú enseñas, ustedes estudian, ellos adoran, etc.).

Por otro lado, también tiene el hebreo, como el español, unas formas pronominales para hacer referencia a las personas gramaticales cuando actúan o funcionan como objetos o complementos (casos oblicuos: genitivo, dativo, acusativo), ejemplos: me vio, te enseñó, nos vieron, los estudiaron, etc.

Pero en hebreo, las personas o pronombres personales objetos o complementos, siempre se usan como «gramemas» (morfemas gramaticales) dependientes o trabados; o sea, adheridos como sufijos a un lexema nominal (nombre o sustantivo) o verbal (verbos conjugados, formas verbales finitas); o a otro gramema o morfema gramatical: preposiciones y partículas.

Son, pues, las palabras (o categorías gramaticales formales) que pueden recibir «sufijos pronominales»: el nombre o sustantivo común, el verbo conjugado en modo indicativo (perfecto e imperfecto), como el verbo en el modo imperativo, el infinitivo constructo, los participios, las preposiciones y la partícula que marca el objeto directo.

En tal sentido, en primer lugar, en las partículas y preposiciones el «sufijo pronominal» indica que la persona gramatical a la que pertenezca el sufijo pronominal es el complemento de dicha preposición o partícula.   

En segundo lugar, en el infinitivo constructo el «sufijo pronominal» puede indicar que la persona gramatical a la que pertenezca el sufijo pronominal, es sujeto o complemento directo del infinitivo constructo.

En tercer lugar, en el nombre o sustantivo común, el «sufijo pronominal» indica el posesivo (de la persona gramatical a la que pertenezca el sufijo pronominal).

En cuarto lugar, en los verbos conjugados (formas verbales finitas) el «sufijo pronominal» señala a un objeto directo pronominal.

En quinto lugar, si bien el participio participa de la naturaleza del nombre (es una forma nominal del verbo, un adjetivo verbal), de todos modos, en realidad y, ante todo, se sustenta en una raíz verbal, naturaleza verbal que nunca pierde, y que siempre lo caracteriza.

Consecuentemente, el «sufijo pronominal» adherido a un participio activo, el «sufijo pronominal» no funciona como en los sustantivos (indicando el posesivo), sino más bien como en los verbos (señalando a un objeto o complemento directo pronominal).

En tal sentido, observan Paul Joüon y Takamitsu Muraoka: “Un participio, cuando toma un sufijo (pronominal), puede funcionar realmente como un verbo más que como un verbo sustantivado (forma nominal del verbo), o sea, «uno que hace tal cosa»” («Gramática de hebreo bíblico», Verbo Divino, 2005, página 187).

En consecuencia, un participio que recibe sufijo pronominal tiene de sujeto al sustantivo o palabra sustantivada que sintácticamente funciona como tal, pero el sufijo pronominal (de la persona gramatical a la que corresponda), señala como objeto o complemento directo a la persona gramatical a la que pertenezca dicho sufijo pronominal.

La palabra «roí» en el Salmo 23.1

Es cierto que hay algunos participios que prácticamente adquirido el estatus de «sustantivos», como el participio «roé» (pastor); sin embargo, nadie puede negar que, ante todo, «roé» es un participio activo.

Luego, «roí» consiste en el participio activo «roé» (masculino singular) con el sufijo pronominal de la primera persona común singular (yo masculino, yo femenino), pero funcionando (la primera persona común singular) como objeto o complemento directo (me).  

Consecuentemente, en virtud de que «roé» es un participio, el sufijo pronominal de la primera persona común singular, no señala el posesivo de la primera personal común singular («mi pastor»); sino más bien que la primera persona común singular es el objeto o complemento directo del dicho participio («me pastorea»).

El testimonio de la Septuaginta (los LXX)

Llama la atención la forma en que la clásica versión griega de la Biblia Hebrea tradujo la palabra a «roí».

En tal sentido, es preciso decir que la Septuaginta tradujo a «roí» con la expresión «poimáinei me» o «piméni me» («me pastorea»), que concuerda de manera exacta y precisa con la idea de que el participio con sufijo pronominal funciona como verbo más que como un adjetivo sustantivado (forma nominal del verbo).

Y que el sufijo pronominal adherido a un participio funciona como cuando se adhiere a una forma verbal finita (un verbo conjugado), o sea, indicando un objeto o complemento directo pronominal.

En resumen, en conclusión, una traducción que le haga justicia al hecho de que «roí» es un participio con sufijo pronominal, con todas sus implicaciones; debe ir en la siguiente línea, debe seguir la línea de la traducción propuesta por la clásica versión griega (Septuaginta, Los LXX): «el Señor (Hashem, el Eterno, etc.) me pastorea».

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Los «tiempos perifrásticos» en el Nuevo Testamento Griego, Marcos 2.18 en el centro de esta cuestión


Los «tiempos perifrásticos» en el Nuevo Testamento Griego

Nociones de morfosintaxis griega

Marcos 2.18 en el centro de esta cuestión

Héctor B. Olea C.

En griego como en español existen las llamadas «perífrasis verbales».

En español las «perífrasis verbales» consisten en una expresión o forma verbal compuesta que emplea dos raíces verbales, pero que funcionan como un sólo, como una unidad.

Las «perífrasis verbales» del español están conformadas por una forma verbal finita (un verbo conjugado) que funciona como «auxiliar» (que ha perdido su significación principal y aporta matices temporales, modales y aspectuales) más una forma no personal del verbo o verboide (infinitivo, participio, gerundio).

Luego, los llamados «tiempos compuestos» (pretérito perfecto, pretérito pluscuamperfecto, futuro perfecto, pretérito anterior, condicional o potencial compuesto) también constituyen «perífrasis verbales» o «tiempos perifrásticos» (empleando el verbo «haber» como verbo auxiliar y conjugado, más el participio del verbo que se está conjugando: he amado, había estudiado, habría ido, etc.).

Luego, en relación al griego (clásico y koiné), los «tiempos perifrásticos» se forman con el empleo de una forma verbal finita (verbo conjugado) del verbo «eimí» (ser, estar), funcionando como verbo «auxiliar», más un participio presente o perfecto, activo o pasivo, según se quieran formar tiempos perifrásticos activos o pasivos.

Sin embargo, hay otros que, en lugar de «tiempos perifrásticos», prefieren hablar de «el participio perifrástico», por el papel que desempeña el participo griego en la conformación de los «tiempos perifrásticos» griegos.

Hay al menos seis tiempos perifrásticos constatados en el Nuevo Testamento: 1) presente perifrástico; 2) imperfecto perifrástico; 3) futuro perifrástico activo; 4) perfecto perifrástico; 5) pluscuamperfecto perifrástico; y 6) futuro perifrástico pasivo.

En tal sentido, debo decir que, por un lado, Amador Ángel García Santos especifica tres («Introducción al griego bíblico», Verbo Divino, 2003, páginas 119 y 120); por otro lado, Daniel Wallace especifica cinco («Gramática griega, sintaxis del Nuevo Testamento», Editorial Vida, 2011, páginas 501 y 502).

Pero Amador Ángel García Santos ni Daniel Wallace hacen mención del «futuro perifrástico pasivo», presente, por ejemplo, en Mateo 16.19; 18.18.

En todo caso, hay quienes han sugerido que los llamados «tiempos perifrásticos» (sobre todo el imperfecto perifrástico y el futuro perifrástico) enfatizan que la acción es continua, persistente.

Sin embargo, en virtud de que el «imperfecto perifrástico» (imperfecto de «eimí» + un participio de tiempo presente) es el más frecuente en el Nuevo Testamento, observa muy bien Amador Ángel García Santos, que no se percibe que esto sea aplicable de modo regular.

En consecuencia, domina la idea de que en realidad los «tiempos perifrásticos» tienen la misma carga semántica que sus equivalentes formas verbales simples o no perifrásticas.       

Después de todo, puntualiza Amador Ángel García Santos que hay ocasiones en que se usan las formas perifrásticas sencillamente porque se carece de formas simples, que es lo que ocurre con algunas formas del perfecto, por ejemplo, con el «subjuntivo del perfecto» y con el «optativo del perfecto» medio pasivo (obra citada, página 120). 

Un caso concreto a modo de ilustración: Marcos 2.18

En primer lugar, el texto griego de Marcos 2.18 observamos la presencia de un «tiempo perifrástico», el «imperfecto perifrástico», conformado por la forma verbal «ésan» (imperfecto de «eimí» en la tercera persona del plural), y el participio «nestéuontes» (de tiempo presente, voz activa, en caso nominativo masculino plural, del verbo «nestéuo»: “yo ayuno”, “no como”). 

En segundo lugar, constatamos la presencia de la forma verbal simple, no perifrástica, «nestéuusin» (tiempo presente, voz activa, modo indicativo, tercera persona del plural del mismo verbo «nestéuo» (“yo ayuno”, “no como”) precedida del adverbio de negación «no»: «no están ayunando».

Por supuesto, una forma perifrástica de tiempo presente equivalente a la forma verbal «nestéuusin» (pero que no empleó Marcos aquí) sería: «eisi nestéuontes».

Luego, con base a lo explicado, no resulta plausible interpretar que el «imperfecto perifrástico» «ésan nestéuontes» indica necesariamente que, en este contexto, los discípulos de Juan y los discípulos ayunaban solían ayunar (ayunaban, ayunaban siempre).

En realidad, es muy posible que el texto de Marcos 2.18 sencillamente quiera sugerir que los discípulos de Juan y los discípulos de los Fariseos «estaban ayunando» en aquel momento, haciendo referencia a una situación específica.

Además, no es posible perder de vista que, si bien Marcos en la introducción a este relato emplea el «imperfecto perifrástico» (estaban ayunando), luego, para hacer referencia a la misma ocasión (en retrospectiva), emplea el presente simple, no perifrástico: ¿Por qué los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos están ayunando, pero tus discípulos no?  

En consecuencia, si se asume que en realidad lo que sugiere el texto es que en ese momento los discípulos de Juan y los discípulos de los Fariseos «estaban ayunando», pero los discípulos de Jesús no; la traducción acertada del «imperfecto perifrástico» «ésan nestéuontes» sería: «estaban ayunando» (los discípulos de Juan y los discípulos de los Fariseos estaban ayunando).

Luego, con relación a los textos paralelos: Mateo 9.14-17 y Lucas 5.33-39, es preciso tomar en cuenta lo siguiente:

En primer lugar, en Mateo 9.14 desde el punto de vista de la crítica textual, es cuestionable la presencia de la palabra «polá» (neutro plural), un adjetivo incluso con valor adverbial: mucho, muchas veces.

Consecuentemente, siguiendo a Bruce M. Metzger («Un comentario textual al Nuevo Testamento», versión castellana, 2006), es prácticamente imposible saber si «polá», que no se encuentra en Marcos, fue añadida originalmente por el autor de Mateo, o si fue añadida por un copista posterior.

En segundo lugar, Lucas (5.33) emplea, sin cuestionamiento alguno desde la crítica textual, la palabra «píkna» (neutro plural), también un adjetivo incluso con un valor adverbial (usada como adverbio) significando: que sucede sin interrupción, incesante, a menudo, frecuentemente, con frecuencia (adjetivo o adverbio que tampoco empleó Marcos).

En conclusión, en virtud de que Marcos no emplea un adverbio (o un adjetivo con valor adverbial) que sugiera que los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos “ayunaban con frecuencia” (frecuentemente); no es posible, llegar a tal conclusión, en este contexto, con base en el «imperfecto perifrástico» empleado por Marcos.     

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