Una evaluación necesaria, crítica y consciente
Héctor B. Olea C.
Introducción:
Me propuse escribir y publicar este trabajo
con la finalidad de responder a varias solicitudes que me habían hecho en
relación a que expresara mi juicio, mi opinión
sobre la «Biblia Textual».
Ahora bien, debo aclarar que el objetivo de
este trabajo es proporcionar una ayuda para aquellas personas que deseen
forjarse una opinión no simplista, crítica, justa y consciente, no prejuiciada
ni a favor ni en contra de la versión de la Biblia en cuestión.
Además, debo advertir a las personas que me
leen, que si bien en abril del año pasado salió al mercado la cuarta edición de
la «Biblia Textual», para este trabajo he dependido estrictamente de la tercera
edición.
En todo caso, en virtud de que los editores
mismos afirman que la cuarta edición sigue el mismo estilo y mantiene las
mismas características de las ediciones anteriores; por un lado, me parece que
las conclusiones a que llego en este trabajo serán también válidas y ciertas
para la cuarta edición.
Luego, la persona que ya tenga en sus manos
la cuarta edición, está sencillamente invitada a verificar si los resultados del
análisis de los casos concretos que he llevado a cabo con base en la tercera edición,
son los mismos que arroja la aplicación de este mismo análisis aplicado a los
mismos caos concretos, pero con base en la cuarta edición.
Finalmente, quiero poner de relieve que para este
trabajo he considerado y analizado una serie de factores vitales que deben
tomarse en cuenta al momento de evaluar crítica y académicamente toda y
cualquier versión de la Biblia. Estos son: 1) la base textual; 2) su método de
traducción y consistencia; 3) los recursos o ayudas adicionales que le
proporciona a la persona lectora; 4) la consideración de la traducción de
algunos textos y aspectos específicos, como análisis ilustrativo de casos
concretos, entre otros.
Comencemos, pues, nuestra aventura.
La base
textual de la «Biblia Textual»
De acuerdo a la información que transmiten
sus propios editores, la «Biblia Textual» tiene como base textual para el
Antiguo Testamento (el Primer Testamento), al que identifican más bien como «Antiguo
Pacto (AP)», es la «Biblia Hebraica Stuttgartensia», o sea, la edición crítica del
«Códice de Leningrado B19a». La importancia del códice de Leningrado consiste
en que es el más antiguo manuscrito conocido de la Biblia hebrea completa,
basado en la tradición Ben Asher.
Consecuentemente, es preciso poner de relieve
que es el «Códice de Leningrado B19a» («Texto Masorético»), el texto crítico
que en el mundo académico, al menos en su gran mayoría, se tiene como el texto
base para la exégesis y reproducción (traducción) del texto hebreo, del Tanáj.
En tal sentido, resulta incuestionable la calidad de la base textual de la «Biblia
Textual» para la traducción del Tanáj o Biblia Hebrea, Antiguo o Primer
Testamento, Antiguo o Primer Pacto.
Con relación al Nuevo Testamento (Segundo
Testamento, Segundo o Nuevo Pacto), al que más bien identifica como «Nuevo
Pacto (NP)», es preciso puntualizar que la «Biblia Textual» asume como base
textual el «Novum Testamentum Graece», o sea, el texto griego crítico
representado y reproducido por la serie Nestlé-Aland que ya tiene su edición 28.
Por supuesto, es el texto griego crítico, reproducido
por la serie Nestlé- Aland, el texto asumido por la mayoría de la crítica, por
el mundo académico como el texto base para la exégesis y reproducción (traducción)
del Nuevo Testamento (Segundo Testamento o Nuevo Pacto). Consecuentemente, también resulta
incuestionable la calidad de la base textual de la «Biblia Textual» para su
traducción del Nuevo Testamento, o Nuevo Pacto.
Ahora bien y, por supuesto, una cosa es la
calidad de la base textual de toda y cualquier versión de la Biblia, y otra, la
calidad, fidelidad y consistencia de la misma como obra de traducción.
Además, la fidelidad al texto es en realidad
un camino de doble vía, por un lado, implica la sujeción a lo que dice y en
verdad quiere decir y comunicar el texto fuente, el texto traducido; y por otro
lado, que en un proceso crítico de evaluación a la traducción como tal, yendo
de la traducción al texto fuente (el texto traducido), se pueda constatar que
efectivamente el texto traducido comunica con acierto el mensaje que comunica
el texto fuente, el texto objeto de la traducción.
Lamentablemente, en muchísimos casos, la
fidelidad de la traducción se ha entendido, erróneamente por cierto, como la
simple literalidad o traducción por equivalencia formal, aun cuando dicha
traducción se quede corta en comunicar con acierto en la lengua meta, en la
lengua receptora, el mensaje del texto fuente.
En tal sentido, es preciso admitir que muy a
pesar de la incuestionable calidad de los textos fuentes que le sirven de base
a la «Biblia Textual», esta no resulta acertada en la traducción de muchísimos
pasajes. Para muestra un botón.
Por ejemplo, es cuestionable la traducción
tanto de la «Biblia Textual» (como de la Reina Valera 1960 a la que aspiraba superar,
siendo, sin embargo, igual a ella en muchísimos casos), cuando en Levítico
18.20 tradujo con la expresión «no tendrás acto carnal con la mujer de tu
prójimo». En realidad la expresión hebrea que la «Biblia Textual» tradujo «no
tendrás acto carnal con la mujer de tu prójimo»; es la expresión idiomática
hebrea: «ve-’el ’eshéth ‘amitejá lo’ titen shekabetejá le-zara‘», que
literalmente dice: «a la mujer de tu prójimo (vecino) no le darás el semen de
tu descendencia (el semen que es para tu descendencia)».
Sin embargo, no podemos dejar de lado que el
sentido de dicha expresión idiomática hebrea, es sencillamente: «no tendrás relaciones
sexuales con la mujer de tu prójimo».
Respecto de la Septuaginta, es preciso decir
que también tradujo con una expresión igualmente complicada: «kái pros ten
gunáika tu plesíon su u dóseis kóiten spérmatos su», que literalmente dice: «y
a la mujer de tu prójimo (vecino) no le darás (más bien, no tendrás) relación
sexual de descendencia»; en otras palabras, y como la expresión hebrea en
cuestión, «no tendrás relaciones sexuales con la mujer de tu prójimo».
Ahora bien, la problemática que envuelve la traducción
«no tendrás acto carnal con la mujer de tu prójimo» es que, además de no comunicar
con precisión el sentido del texto fuente, en los ámbitos del cristianismo se
puede prestar una idea equivocada de las relaciones sexuales. Me explico. Las relaciones
sexuales son “actos carnales”, en el sentido de que implican la unión e
intimidad de dos cuerpos (dos carnes), pero no porque sean “carnales” en el
sentido de “hechos pecaminosos de por sí”.
El
método de traducción empleado por la «Biblia Textual»
Según sus propios editores, el método de
traducción empleado por la «Biblia Textual» es la «traducción contextual»
Consiste, pues, este método, en una especie de combinación del método conocido
como «equivalencia formal», y el método conocido como «equivalencia dinámica».
En consecuencia, al menos en teoría, los
editores de la «Biblia Textual» se propusieron traducir tomando en serio las
características de las lenguas bíblicas, las características de las lenguas
originales en que fueron escritos los textos bíblicos; y por otro lado,
respetando y considerando las características propias y peculiares de la lengua
meta o receptora, el castellano en este caso.
En forma resumida, con base a la definición
un tanto complicada (tal vez un tanto o demasiado idealista) que ofrecen los propios
editores de la «Biblia Textual», de la llamada «traducción contextual»; podemos
decir, que por «traducción contextual» se entiende una disciplina o práctica
que, en primer lugar, se enmarca en las normas habituales de la gramática de la
lengua; en segundo lugar, que procura transmitir en la lengua receptora o
lengua meta, toda la intención, energía y lucidez del texto fuente, pero sin
perjuicio de las características esenciales del texto fuente.
En todo caso, será caso por caso en que se ha
de verificar si la «Biblia Textual», en realidad alcanza este ideal, o si en
realidad tiende a ser más por equivalencia formal que por equivalencia dinámica,
o viceversa. Sin embargo, la simple observación de algunos textos, pone en evidencia
cierta tendencia a la equivalencia formal más que a la equivalencia dinámica.
De todos modos, muy a pesar de las
pretensiones expresadas con su amplia y complicada definición de la llamada «traducción
contextual»; la consideración de algunos casos concretos pone de manifiesto que
la «Biblia Textual» es, en muchísimos casos, una simple traducción más por
equivalencia formal.
En tal sentido, voy a considerar la
traducción de cuatro textos, dos por cada Testamento o Pacto, para demostrar lo
que estoy diciendo.
En primer lugar, Génesis 1.1. La traducción
de Génesis 1.1 en la «Biblia Textual» es: «En un principio creó ’Elohim los
cielos y la tierra».
Luego, es evidente que, al margen de la
presencia de la palabra «Elohim» (detalle que analizaremos más adelante); lo
cierto es que la traducción de Génesis 1.1 que hizo la «Biblia Textual», es
sencillamente una traducción más por equivalencia formal, semejante y
equivalente a la traducción que de dicho texto se lee en la serie Reina Valera.
Además, es evidente que la «Biblia Textual» comete
el mismo error que la serie Reina Valera, cuando traduce «cielos» (en plural).
En realidad la traducción «cielos», es una desacertada traducción de la palabra
hebrea «shamáyim» (cielo).
La palabra hebrea «shamáyim» (cielo) no está
en plural en el texto hebreo, sino en el número dual. El número dual, que
formalmente no existe en castellano, hace referencia a las partes del cuerpo
que existen en pares, tales como ojos (los ojos), pies (los pies), manos (las
manos), orejas (las orejas), brazos (los brazos).
De todos modos y, como siempre hay
excepciones, tenemos que admitir que ciertamente hay sustantivos en la lengua
hebrea que sólo existen con la forma del número dual, aunque sin ninguna
indicación de número, sin ninguna indicación de paridad. Luego y, precisamente,
entre estas excepciones se encuentra la palabra «máyim» (agua), y «shamáyim»
(cielo).
Consecuentemente, una traducción acertada de
la palabra «shamáyim» (cielo), debe ir en singular, o sea, «cielo», y no en
plural, «cielos». Además, que ésta es la traducción acertada lo confirma la traducción
que hizo la Septuaginta, cuando tradujo a «shamáyim» (cielo), con el singular
«ton uranón», acusativo singular de «jo uranós» (el cielo).
También hizo una traducción acertada de
«shamáyim» (cielo), la «Biblia Hebreo Español» (dos tomos) de Moisés Katznelson,
cuando tradujo en singular, «el cielo».
Luego, es tan desacertada aquí la «Biblia
Textual» como la «Reina Valera 1960», por un lado, cuando tradujo a Génesis 1.1
en una forma que privilegia la sintaxis de la lengua fuente en perjuicio de la
lengua meta o receptora (como cualquier otra versión más hecha por equivalencia
formal, como la serie Reina Valera); esto, por supuesto, pone bajo serias
sospechas su supuesta y aspirada «traducción contextual».
Por otro lado, es aquí tan desacertada la «Biblia
Textual» como la Reina Valera 1960, cuando tradujo en plural (cielos) la
palabra hebrea «shamáyim» (cielo).
Finalmente, supera y corrige (y es
preferible) la «Biblia Textual» a la «Reina Valera 1960», cuando en Génesis 1.1
tradujo «en un principio» (y no «en el principio»). Se fundamenta la traducción
de la «Biblia Textual» en el hecho de que la expresión hebrea «bere’shith» en
realidad no tiene el artículo definido.
Ahora bien, que la expresión «bere’shith» no
está acompañada por el artículo definido, lo pone en evidencia la traducción
que hizo la Septuaginta, cuando tradujo a «bere’shith» con la expresión griega
«en arjé», igualmente sin el artículo definido, o sea, «en un principio».
Lamentable y curiosamente, yerra aquí la traducción de la «Biblia Hebreo
Español» (dos tomos) de Moisés Katznelson, cuando tradujo como la «Reina Valera
1960», «en el principio»).
El segundo caso que me propuse analizar es la
traducción de la palabra «baním» (hijos varones, la descendencia masculina en
sentido estricto), en el Salmo 127.3.
La traducción del Salmo 127.3 en la «Biblia
Textual» es: «He aquí, herencia de YHVH son los hijos. Y una recompensa el
fruto del vientre».
Al margen de la presencia del tetragrama
(YHVH), que analizaré más tarde, ahora sólo quiero poner de relieve lo
desacertada de la traducción que hizo la «Biblia Textual» de la palabra hebrea
«baním» en el Salmo 127.3.
Lo problemático de la traducción hecha por la
«Biblia Textual» de la palabra «baním» en el Salmo 127.3 es la siguiente.
Ocurre que la palabra hebrea «baním» fue traducida por la «Biblia Textual» sencillamente
como “hijos”, con una inclusividad en el castellano que en realidad no posee
dicha palabra en la lengua hebrea.
Ciertos es que en castellano la expresión «los
hijos» (si bien es una expresión sexista) todavía se comprende como inclusiva,
pudiendo incluir la descendencia masculina (los varones) y la femenina (las
hijas, las niñas, las mujeres); sin embargo, el hebreo «baním» es el plural de
la palabra «ben»: hijo varón,, no es inclusiva.
En honor a la verdad es preciso admitir que
la palabra hebrea «ben» (en singular y en plural) apunta estrictamente a la
descendencia masculina, a los hijos varones.
Ahora bien, que este es sentido de la palabra
hebrea «ben» (singular) y el plural «baním», lo confirma la traducción que hizo
la Septuaginta, cuando tradujo la hebrea «baním», con «juiói (hijos varones, la
descendencia masculina), plural de «juiós»: hijo varón.
En consecuencia, es tan desacertada la
traducción que hace la «Biblia Textual» como la que hizo la «Reina Valera
1960», de la palabra hebrea «baním» en el Salmo 127.3.
El tercer caso que quiero analizar es la
traducción que hizo la «Biblia Textual» de Juan 1.1.
Pues bien, la traducción que hizo la «Biblia
Textual» de Juan 1.1, es: «En un principio era el Logos, y el Lógos estaba ante
Dios, y Dios era el Lógos».
Una traducción acertada de Juan 1.1 debe ir
en la siguiente línea: «La palabra existía para un [el] principio, la palabra
estaba con Dios, y Dios era (estaba en) la palabra.”
Luego, al margen de la presencia aquí de la
palabra Lógos (transliteración, no traducción), detalle que analizaré más
adelante; se observa que la traducción que hizo la «Biblia Textual» de Juan 1.1,
es una traducción más por equivalencia formal, en la misma línea de la traducción
que hizo la Reina Valera 1960; por supuesto, hay que poner aquí bajo serio
cuestionamiento, una vez más, el carácter y pretensiones de la llamada «traducción
contextual» de la «Biblia Textual».
De todos modos, supera y corrige aquí (y es
preferible) la «Biblia Textual» a la «Reina Valera 1960», cuando tradujo con la
expresión «en un principio», y no «en el principio»; esto así, puesto que la
expresión griega «en arjé» (la misma que observamos en la traducción de Génesis
1.1 en la Septuaginta), no tiene el artículo definido.
El cuarto caso que quiero analizar es la
traducción que hizo la «Biblia Textual» de Mateo 1.25.
La traducción que hizo la «Biblia Textual» de
Mateo 1.25 es: «Pero no la conocía hasta que dio a luz un hijo, y llamó su
nombre Jesús».
Por un lado, es acertada la traducción de la «Biblia
Textual» cuando tradujo «no la conocía» (en tiempo imperfecto), y no en pretérito
indefinido (pretérito perfecto simple) «no la conoció»; esto así ya que el
texto griego en realidad empleó la forma verbal «eguínosken», pretérito
imperfecto simple, tercera persona singular, voz activa, modo indicativo, del
verbo «guinósko»: yo conozco, yo sé, y
no una forma verbal en tiempo aoristo.
Por otro lado, no es acertada la traducción
de la «Biblia Textual», y una vez más pone bajo serio cuestionamiento su
anhelada y pretendida “traducción contextual”, cuando tradujo «no la conocía»,
en lugar de «no tenía (no tuvo) relaciones sexuales».
En todo caso, la cuestión es que si bien
somos conscientes de que en la lengua hebrea y en la griega se empleaba el
verbo «conocer» (hebreo «yadá‘»; griego «guinósko») para señalar un
conocimiento íntimo, las relaciones sexuales en forma eufemística (compárese
Génesis 4.1 en el texto hebreo como en la Septuaginta); lo cierto es que tal
empleo es extraño en la lengua castellana.
Consecuentemente, es tan desacertada la «Biblia
Textual» como la «Reina Valera 1960», cuando empleó el verbo «conocer» en la
traducción de Mateo 1.25 (en una equivalencia formal innecesaria), en lugar de
la necesaria, más efectiva y verdaderamente contextual equivalencia dinámica:
«y no tenía (no tuvo) relaciones sexuales…»
Inconsistencia
de la «Biblia Textual» en la traducción de los nombres aplicados a la deidad
En primer lugar, llama la atención que en
Génesis 1 la «Biblia Textual» no haya traducido la palabra hebrea «’elohim»
(Dios), sino que la haya transliterado. Luego, si bien transliteró «’Elohim»
(con la vocal «e» en mayúscula «E»), lo cierto es que no existe en la lengua
hebrea la distinción que sí se establece en el castellano entre letras
minúsculas y letras mayúsculas.
De todos modos, no vemos la idoneidad aquí de
apelar al recurso de la transliteración, en lugar de traducir a «’elohim»
(Dios), como por lo general se ha hecho, incluso en la «Biblia Hebreo Español»
de Moisés Katznelson.
En segundo lugar, es cuestionable e
inadmisible que el «quere perpetuo» (observación masorética que indica lo que
debe ser leído, a pesar de lo que se ve escrito), o sea, la presencia del
tetragrama con la vocalización «YeHVaH», para que se lea «Adonay», y se
traduzca «Señor»; tradición confirmada incluso por la Septuaginta; de pronto
sea ignorada por la «Biblia Textual», para optar, en cambio, por transliterar
el tetragrama sin vocalización alguna, o sea, «YHVH».
En esta misma línea y, en tercer lugar, es
cuestionable la presencia de la expresión «YHVH ’Elohim», como reflejo de la
expresión hebrea «YeHVaH ’elohim» (Señor Dios), cuando la tradición masorética
(confirmada por la Septuaginta con «kúrios jo theós» (Señor Dios), demanda no
la transliteración, sino la traducción de la expresión hebrea en cuestión.
En cuarto lugar, es cuestionable la forma en
que la «Biblia Textual» tradujo a Juan 1.1.
Pues bien, la «Biblia Textual» tradujo a Juan 1.1 en la siguiente
manera: «En un principio era el Logos, y el Lógos estaba ante Dios, y Dios era
el Lógos».
Ahora bien, esta traducción llama la
atención, por un lado, porque translitera la palabra griega «lógos» (palabra),
en mayúscula («Logos»), tal y como procedió con «’Elohim»; pero, por otro lado,
traduce la palabra griega «theós», Dios. ¿Por qué este procedimiento?
Mi hipótesis es que, aparentemente, con la
transliteración los editores de la «Biblia Textual» quisieron hacer destacar la
figura de Jesús identificado por Juan, el cuarto Evangelio, como el «logos».
Sin embargo, lo cierto es que en Juan1.1 la trascendencia del «logos» se pone
de relieve precisamente en conexión y sólo en conexión y dependencia con «theós»
(Dios), y no viceversa.
Además, resulta inconsistente con la postura
adoptada en relación a Génesis 1.1, cuando en lugar de traducir la palabra hebrea
«’elohim» (traducida por la Septuaginta con «theós» (Dios); en Juan 1.1 optó la
«Biblia Textual» por traducir a «theós» (Dios), en lugar de transliterarlo, como
hizo con «’elohim».
En todo caso, en virtud de la crítica que hicimos
al recurso de la transliteración n de «’elohim» en Génesis 1.1 (y en verdad no
sólo allí); a nuestro juicio, lo recomendable sería; en primer lugar, traducir y no transliterar a «’elohim» en
Génesis 1.1 (y en el resto de los casos); en segundo lugar, traducir y no
transliterar a «logos» (palabra), en Juan 1.1; en tercer lugar, traducir y no
transliterar a «theós» (Dios) en Juan 1.1.
El
rechazo del nombre «Santiago», un punto a favor de la «Biblia Textual»
Sin duda, es un punto a favor de la «Biblia
Textual» que, a diferencia de la serie Reina Valera, y de casi todas las
versiones castellanas de la Biblia, acertadamente ha desechado el empleo del
nombre «Santiago», para hacer referencia a la carta o epístola generalmente
identificada con dicho nombre. Ahora bien, favorece a la «Biblia Textual» en
hecho de que, en realidad, el texto griego tiene el sustantivo «Iákobos» (jamás
a «Santiago»). Es más, incluso la Vulgata Latina evita el empleo el nombre «Santiago»,
y favorece a «Jacobo», al traducir «Iacobus».
Las
ayudas o recursos adicionales en la «Biblia Textual»
Ciertamente incluye la «Biblia Textual», como
casi todas las versiones de la Biblia, una serie de recurso adicionales o
ayudas para la persona lectora; entre estas, una serie de observaciones sobre
la traducción de ciertos pasajes como notas al pie de página, observaciones
sobre pasajes adicionales, las enmiendas de los soferim, tablas de pesos,
tablas y medidas, mapas, entre otros.
Ahora bien, por razones de tiempo y espacio,
quiero hacer referencia estrictamente a las abundantes notas al pie de página
que ofrece la «Biblia Textual».
En honor a la verdad, si bien son importantes
y a veces necesarias e ineludibles algunas observaciones al pie de página, o en
los márgenes, sobre algunas opciones tomadas en la traducción; no es menos
cierto que lo ideal es que la traducción sea lo suficientemente clara y precisa
para que, al menos, haga hasta innecesaria la inclusión de ciertas notas
explicativas al pie de página.
Lo que quiero decir es que hay que evitar el
error en que muchas veces cayó la «Biblia Textual» en hacer una traducción un
tanto desacertada, para luego hacer necesaria y de importancia una nota aclaratoria
y suplementaria al pie página.
Por supuesto las cosas se tornan complicadas
cuando la nota aclaratoria pone en evidencia que la explicación ofrecida debió
servir de base para una mejor y más precisa traducción, para incluso hacer
innecesaria la nota al pie de página. Por ejemplo, llama la atención que,
respecto de Levítico 18.20, la «Biblia Textual» no tradujo de una manera acertada,
pero incluye una nota al pie de página sobre dicho versículo que deja ver que
pudo traducir de una manera más acertada.
En consecuencia, ¿por qué no tomó en cuenta
la «Biblia Textual» el contenido de la nota al pie de página sobre Levítico 18.20
(como respecto de otros textos), para traducir en consecuencia, para traducir
de una manera que hiciera innecesaria la nota al pie de página?
Conclusión: Si bien es imposible
que este pequeño trabajo fuera exhaustivo, pienso que ilustra muy bien las
virtudes y desaciertos de la «Biblia Textual».
Consecuentemente, es preciso actuar frente a
la «Biblia Textual» como he insistido en recomendar que actuemos frente a toda
versión de la Biblia, sin prejuicio ni a favor ni en contra, considerándola inocente
al principio, hasta que un trabajo de evaluación como el que aquí hemos
presentado, sin prejuicio alguno (al menos con un mínimo tolerable de
prejuicio), ponga de relieve sus virtudes y desaciertos.
Sin duda, tiene la «Biblia Textual» muchas virtudes
y muchos desaciertos. No obstante, como siempre digo, es y será siempre caso
por caso como podremos verificar las virtudes y desaciertos de la «Biblia
Textual», y de toda, absolutamente toda versión de la Biblia.
Ciertamente no es la «Biblia Textual» la
mejor (afirmación muy simplista y relativa por cierto), ni la peor; pero sí es una
buena versión de la Biblia, que amerita ser valorada en su justa proporción, si
bien, asumida con una mirada crítica y para nada servil, como hemos de actuar
frente a toda y cualquier otra versión de la Biblia.
Finalmente, no quiero concluir este trabajo
sin poner de relieve el que los editores de la «Biblia Textual» se identifican
con el dogma de que el concepto de inspiración verbal y plenaria y la
consecuente y supuesta infalibilidad, sólo es aplicable a los autógrafos, o
sea, a los manuscritos originales de la Biblia.
Por supuesto y, a pesar de todo, es de
elogiar el que los editores de la «Biblia Textual» admitan que no hay versión o
traducción de la Biblia que sea perfecta, que toda versión de la Biblia es
perfectible, incluyendo, evidentemente, la «Biblia Textual» misma; así de sencillo.