Jesús como el «Mesías», la teoría del aplazamiento del
reino y la teoría del reemplazo del Israel étnico por la iglesia
Héctor B. Olea C.
Como es bien sabido, en el calor de los
debates, de las ideas enfrentadas y en el afán de cada corriente de pensamiento
por demostrar los errores del contrario y poner de relieve sus pretendidas
verdades; no es menos cierto que posiblemente
ninguna de las partes enfrentadas se atrevan a reconocer (y esto es más
crítico en relación a la Biblia y en los debates teológicos) que ninguna de
ellas posee la verdad absoluta, y que muy probablemente (es más, con toda
seguridad), ambos sistemas no logran superar el hecho de contar con algunos
eslabones perdidos, o mal fabricados, mal construidos.
Ahora bien, pienso que si nos situamos un
poco afuera del debate (en un punto equidistante de ambos extremos) y asumimos
una postura crítica (más bíblica e histórica, por supuesto) tanto frente al «Dispensacionalismo»
(en cualquiera de sus formas) y frente a la «Teología del Pacto» (en cualquiera
de sus formas); estaremos en una posición muy ventajosa, en una situación que
nos capacitará para ver los posibles aciertos y desaciertos de cada uno de
estos dos enfrentados sistemas de pensamiento teológico y modelos para la
lectura de la Biblia y la historia universal.
Quizás en este como en otros debates, el
ideal de valorar las posturas o sistemas en tensión, nos debería hacer recordar
lo positivo de la tríada dialéctica (tesis, antítesis y síntesis) del filósofo
alemán Georg Wilhelm Friedrich. Siguiendo, pues, el método dialéctico de Hegel,
podemos hablar de una tesis («Dispensacionalismo» o «Teología del Pacto»), una
antítesis («Teología del Pacto» o «Dispensacionalismo») y una síntesis (con
base en una postura crítica frente a los dos sistemas enfrentados, procurar
lograr una síntesis (un punto de avenencia que incluya lo positivo, hasta donde
sea posible, de ambos sistemas), o por lo menos, aspirar a una posición
moderada y consciente que reconozca y ponga de manifiesto las debilidades de
ambos sistemas.
Sin embargo, no es mi objetivo, el presentar
o lograr necesariamente una síntesis, como sí el poner de relieve ciertas
debilidades o escollos que, sin duda, resultan insalvables tanto para el «Dispensacionalismo»
como para la «Teología del Pacto». De todos modos, con toda seguridad puedo
decir que difícilmente cualquiera de los dos sistemas de teología aquí confrontados
se atreverá a admitir estos escollos, o por lo menos no tan fácilmente, ni tan abiertamente.
El detalle que quiero analizar en este breve
artículo, pedagógico e ilustrativo, es la insistencia del «Dispensacionalismo» en
su distinción entre Israel (como el pueblo físico de Dios) y la iglesia (como
el pueblo espiritual de Dios); todo esto en relación a las implicaciones del asumido
mesianismo de Jesús de Nazaret, característico de la fe cristiana, y
posteriormente hecho suyo también por los llamados «movimientos judíos mesiánicos».
Del otro lado tenemos la resistencia de la «Teología
del Pacto» a esta distinción fundamental para el «Dispensacionalismo», así como
la insistencia de ésta (la «Teología del Pacto») en el reemplazo del Israel
étnico por la iglesia, igualmente a la luz de las implicaciones de asumir a
Jesús como el Mesías esperado por la religión y fe judía.
Antes de seguir profundizando, pero avanzando
al mismo tiempo, pienso que un aspecto o detalle que no debería ser ignorado
por el «Dispensacionalismo» ni por , la «Teología del Pacto», es que si bien
tenemos y pensamos en la Biblia como un solo libro; lo cierto es que la Biblia
es más bien un conjunto de libros que envuelve toda una serie de teologías (no
una sola, monolítica y unificada teología) y perspectivas en torno a la
historia y a las más amplias y diversa expectativas del pueblo hebreo.
Tampoco deberían olvidar la «Teología del
Pacto» y «Dispensacionalismo», que si bien hablamos de un «canon bíblico» (como
un todo monolítico y armónico, tal vez con sólo algunos matices distintos, pero
como apuntando siempre hacia un mismo fin, sin discontinuidad alguna), en
verdad y siendo más precisos; hay que hablar más bien de un «canon hebreo o
judío», y un «canon cristiano». El canon hebreo, representado por el Tanaj
(solamente compuesto por 39 libros) llamado por los cristianos como Antiguo
Testamento, o como Primer Testamento, ambas designaciones en realidad
problemáticas, surgidas en el ambiente cristiano, y comprensibles o explicables
sólo desde la óptica cristiana. Luego tenemos el canon cristiano, por supuesto,
representado por el Nuevo Testamento, compuesto de sólo 27 libros.
Estas dos realidades tienen una importancia
capital en cualquier evaluación que nos propongamos llevar acabo tanto del «Dispensacionalismo»
como de la «Teología del Pacto», ya sea por separado, ya sea en un estudio
comparativo. Además, es preciso admitir que el hecho de que la teología
cristiana se considere por necesidad dependiente de la fe judía, y al mismo
tiempo, en la necesidad de tomar distancia de la misma, reinterpretando de una
manera muy peculiar el depósito religioso judío (textos, ritos, y otros
elementos); le presenta algunas serias dificultades al pensamiento teológico
cristiano, a los fines de presentarse monolítico, unificado y sin obstáculos
insalvables en su manera de apropiarse e interpretar la historia, textos y expectativas
judías.
En tal sentido, cabe, pues, preguntarse, ¿Es
la iglesia una entidad reconocida o visualizada en el canon hebreo o judío, o
sea en el Tanaj, el llamado Antiguo o Primer Testamento?
Desde mi punto de vista, creo que una postura
que tome en serio el contexto histórico del canon hebreo desde su comienzo
hasta su conclusión, le dará una respuesta negativa a la pregunta planteada.
Otra pregunta vital en esta cuestión es: ¿Estableció
la figura histórica de Jesús de Nazaret (el llamado «Jesús histórico») el reino
mesiánico esperado por la religión judía, por las expectativas mesiánicas judías
vigentes incluso en los tiempos mismos de la figura histórica de Jesús?
Pienso que un simple análisis de la historia
del pueblo hebreo en los tiempos de Jesús y posteriores a éste, pone en
evidencia que no.
¿Cómo, pues, procuran explicar las
principales escatologías cristianas las dificultades que implica el sumir a
Jesús como el Mesías esperado por el pueblo hebreo, pero al mismo tiempo no ver
por él cumplidas las más amplias expectativas terrenas, nacionalistas, sociopolíticas
y económicas ligadas al reino mesiánico y davídico esperado por el judaísmo
ortodoxo y otros?
En lo que resta de este trabajo, esperamos
dar una respuesta adecuada a esta tercera pregunta, y hacer más comprensibles
las respuestas dadas a las dos primeras.
Implicaciones
del asumir a Jesús como el Mesías
En consonancia con las expectativas
mesiánicas judías, es obvio que las más amplias implicaciones religiosas, nacionalistas,
políticas y sociales que se conectan con la esperanza mesiánica, no son una
realidad a pesar de la aparición de Jesús de Nazaret en el escenario de la
historia.
Esto ha originado como consecuencia, algunas
posturas un tanto contradictorias e irreductibles:
La primera, Jesús no fue el Mesías esperado
por la nación hebrea, aunque quizás pudo serlo. Esta es la postura del llamado «judaísmo
clásico» (el judaísmo ortodoxo, el judaísmo rabínico), y del judaísmo caraíta.
La segunda, Jesús fue efectiva y realmente,
el Mesías esperado por la nación hebrea; la razón de que las expectativas
religiosas, nacionalistas, políticas, sociales y económicas ligadas a la era
mesiánica, tienen en un primer momento, un cumplimiento parcial, de corte
espiritualista. Esta postura entiende que la naturaleza espiritual del reino de
Dios fue una idea que no captaron bien los judíos. De todos modos, se espera
que sea en un segundo momento cuando las más amplias expectativas del reino de
Dios se harán plenas y concretas después de la segunda venida de Cristo, y
después del Juicio final (postura de la llamada «Teología del Pacto»).
Esta conclusión por lo general supone tres
cosas: 1) El reemplazo o sustitución del pueblo de Israel por la iglesia («Teología
del Pacto»). 2) La espiritualización de la mayoría de las expectativas nacionalistas,
políticas y sociales ligadas al mesianismo hebreo («Teología del Pacto»). 3)
Las más amplias expectativas ligadas al mesianismo hebreo tendrán una
manifestación plena y concreta en una segunda etapa; pero considerando a la iglesia
y a Israel como un solo pueblo, sin hacer la distinción de «un Israel
espiritual» (la iglesia) y «un pueblo físico de Dios» (la nación hebrea), («Teología
del Pacto»).
Ahora bien, la llamada «Teología del Pacto»
debería considerar seriamente la siguiente observación de Raymond E. Brown:
“Hay muy pocas razones para apoyar la opinión
según la cual, aunque Jesús afirmó claramente que él era el Mesías, los oyentes
no lo entendieron porque eran torpes y duros de corazón. Más bien se necesitó
tiempo después de su muerte para que las ideas judías sobre el Mesías se
modificaran o adaptaran para ajustarse a la historia de Jesús, de suerte que
los creyentes pudieran reconocerle sin reservas como el Mesías en todas las
fases de su vida («Introducción a la cristología del Nuevo Testamento»,
Sígueme, página 94, nota al pie de página # 16).
La tercera postura, también afirma que Jesús
fue real y efectivamente el Mesías, pero su mesianismo se relaciona de manera
distinta con la iglesia y con el pueblo de Israel. Esta corriente
interpretativa toma en serio y, de manera muy literal, entiende que se deben
cumplir en el pueblo hebreo las más amplias expectativas religiosas, nacionalistas,
políticas, sociales y económicas ligadas a la llamada “era mesiánica” («Dispensacionalismo»).
No obstante, considerando también la realidad histórica de la iglesia (y sus
propias expectativas), procura el «Dispensacionalismo» darle la debida
ponderación a las expresiones espirituales de la manifestación del reino de
Dios en la iglesia (en la etapa de la iglesia, en el marco de la llamada «dispensación
de la gracia»), como consecuencias de la primera venida de Cristo.
Por tal razón, esta postura, que es la
histórica y tradicionalmente asumida por el «Dispensacionalismo», establece una
sutil distinción entre «la iglesia» como el pueblo espiritual de Dios (el
Israel espiritual); y el «Israel físico e histórico» (la nación de Israel, el
pueblo hebreo) como el pueblo físico de Dios. Por lo tanto, desde la óptica del
«Dispensacionalismo», si bien la iglesia ha entrado ya en la manifestación
parcial del reino de Dios, será con la segunda venida de Cristo y el
establecimiento del «reino milenial» aquí en la tierra, cuando el pueblo de
Israel (el físico e histórico), por fin podrá disfrutar de las más amplias
expectativas e implicaciones religiosas, nacionalistas, políticas, económicas y
sociales del Reino de Dios y de la era mesiánica, con la mediación de Jesús de
Nazaret como el verdadero y real Mesías enviado por «YHVH» («Adonay», «Ha-Hashém»),
el Dios del Tanaj.
De todos modos, a pesar de los malabares de
los distintos sistemas escatológicos que han surgido dentro del cristianismo;
lo cierto es que, por un lado, el judaísmo, por lo general, no ve a Jesús como
el Mesías, ni acepta las implicaciones que emanan del confesar a Jesús de
Nazaret como el Mesías, con excepción de los modernos movimientos llamados «judíos
mesiánicos» que, por cierto, no constituyen un todo monolítico.
Por ejemplo, a pesar de las concesiones del «Dispensacionalismo»,
que a ultranza evita confundir o fundir la iglesia (el llamado «Israel
espiritual») con la nación física e histórica de Israel (el pueblo físico de
Dios); el judaísmo, por lo general y con
razón, no comparte la idea de un «Israel espiritual» y un «Israel físico».
Tampoco asume o hace suya la idea de que la era mesiánica debe entenderse única
y necesariamente como «el reino de los mil años», como se describe en
Apocalipsis 20.
Por otro lado, el judaísmo tampoco comparte,
y con razón, la idea de la escatología de la llamada «Teología del Pacto», que por
lo general entiende que el mesianismo de Jesús comporta la idea del reemplazo
de la nación de Israel física e histórica como el pueblo de Dios, por la
iglesia. Hay que tener bien claro que la escatología de la «Teología del Pacto»
no establece la sutil distinción que efectivamente hace y con razón, el «Dispensacionalismo»,
entre la iglesia (el pueblo espiritual de Dios) e Israel (el pueblo físico de
Dios).
Tampoco asume el judaísmo la idea (ligada al
aceptar y concebir a Jesús como el Mesías) que lo que realmente ocurrió fue que
se pospuso (por no decirlo de otra manera), la manifestación plena del reino de
Dios. Es claro que con estas hipótesis el cristianismo ha pretendido salir al
paso, quizás a algunas de las principales objeciones, que se levantan contra el
mesianismo de Jesús. Esto así, dado el hecho de que las expectativas mesiánicas
judías entienden que con la venida del Mesías, se establecerá de manera
irremediable y definitiva, el reino de Dios en la tierra (su etapa mesiánica),
y es demasiado evidente que tales expectativas no han sido cumplidas con el
mesianismo de Jesús.
A lo más que se podría llegar a admitir con
relación a Jesús, desde la perspectiva judía, es que Jesús real y efectivamente
puede ser asumido y confesado como «Mesías»; pero no es, ni ha sido, ni será,
«el Mesías» esperado todavía por la religión de Israel, por la religión judía;
en otras palabras, Jesús podrá ser asumido como «Mesías», pero no porque haya
cumplido las más amplias expectativas de la esperanza mesiánica judía.
Lo interesante es que realmente no es posible
que al mismo tiempo y en el mismo sentido, las expectativas mesiánicas judías y
cristianas (con su característico mesianismo de Jesús) puedan ser válidas,
aceptables y equiparables a la vez. Es más, ni siquiera resulta fácil el
considerarlas como complementarias. En realidad, el asumir el mesianismo
cristiano hace prácticamente imposible el comulgar con el mesianismo judío; pero
el mesianismo judío hace prácticamente inaceptable el mesianismo cristiano, y
le presenta demasiados escollos. En conclusión, ambos mesianismos no son, ni se
deben considerar reductibles o equivalentes.
En conclusión, tanto la teoría del «reemplazo
del pueblo de Israel» (compuesto sólo por judíos de sangre) por la iglesia (compuesta
por judíos de sangre y gentiles convertidos al cristianismo), postura
tradicional y característica de la «Teología del Pacto»; así como la teoría del
«aplazamiento del reino» (postura tradicional del «Dispensacionalismo clásico»),
y la teoría de la espiritualización del reino mesiánico y davídico («Teología del
Pacto») esperado por la nación hebrea (o más bien por el judaísmo ortodoxo y
otros); enfrentan serios escollos a la luz de la historia y de la vitalidad,
persistencia y subsistencia de la religión judía.
En resumen, la adopción de Jesús como el «Mesías»
esperado por la religión judía, tiene serias implicaciones tanto para el «Dispensacionalismo»
como para la «Teología del Pacto», por ejemplo:
Ante el ineludible hecho de que ciertamente
con la figura histórica de Jesús no se estableció, no se instauró el reino
mesiánico esperado por la religión judía, las opciones son las siguientes:
1) Jesús no fue el Mesías esperado la
religión judía (opción adoptada por las distintas expresiones del judaísmo, a
excepción de los modernos «judíos mesiánicos», pero que para el judaísmo ortodoxo,
por ejemplo, no son más y sencillamente que una variante más de la fe cristiana).
2) Jesús ciertamente fue el Mesías esperado
por la religión judía, pero como la nación hebrea lo no aceptó como tal, el
reino davídico y mesiánico fue aplazado hasta una realización futura con la
segunda venida de Cristo (opción característica del «Dispensacionalismo clásico
o normativo»), pues las profecías del Antiguo Testamento relativas al reino
mesiánico, apuntan al Israel físico y étnico, no a la iglesia, al menos en un sentido
primario.
3) Jesús ciertamente fue el Mesías esperado
por la religión judía, el reino ciertamente fue establecido por él, sólo que
como las profecías del Antiguo Testamento apuntaban más bien hacia la Iglesia
(como el Israel espiritual, no al Israel físico y étnico); en consecuencia, lo
que ha ocurrido es un real y efectivo reemplazo del Israel físico y étnico por
la iglesia (postura tradicional de la «Teología del Pacto»).
Ahora bien, dadas las implicaciones del
adoptar a Jesús como el Mesías esperado por la religión judía a pesar de no
verse concretado con él, el reino mesiánico y davídico esperado por la religión
judía; se explican los malabares del «Dispensacionalismo» en establecer una
distinción (¿obligada?) entre el Israel étnico y la iglesia, por un lado; y los
malabares de la «Teología del Pacto», por otro, con su teoría del reemplazo del
Israel étnico por la iglesia.
De todos modos, pienso que la vitalidad,
persistencia y subsistencia de la religión judía hoy, favorece en parte la
distinción dispensacionalista entre el Israel físico (étnico) y la iglesia;
aunque ciertamente no tanto o en nada a la teoría del aplazamiento del reino.
De todos modos, desde la perspectiva de la
religión y esperanzas judías, la respuesta a la teoría del aplazamiento del
reino (característica del «Dispensacionalismo»), es sencillamente que Jesús no
fue el Mesías que ellos aún esperan y por lo tanto no hubo con Jesús de Nazaret
un aplazamiento del reino, más bien fue que con él nunca se estableció, ni
podría, tal vez, haberse establecido.
Por otro lado, la vitalidad, persistencia y
subsistencia de la religión judía hoy, al mismo tiempo pone bajo
cuestionamiento la teoría del reemplazo del Israel físico y étnico por la
iglesia, postura tradicional de la «Teología del Pacto».
Además, desde la perspectiva de la religión y
esperanzas judías, la respuesta a la teoría del reemplazo del Israel físico
(étnico) por la iglesia (característica de la «Teología del pacto»), es que
sencillamente Jesús no fue el Mesías que ellos aún esperan y por lo tanto no
hubo con Jesús de Nazaret un reemplazo del Israel étnico por la iglesia; más
bien se originó con Jesús (o más bien a partir de él), por un lado, una nueva
religión muy distinta a la religión judía; y por el otro, una nueva comunidad
de fe muy distinta del pueblo hebreo, llamada «la iglesia».
Me parece pertinente aquí la opinión de
Rudolf Bultmann, citado por Juan José Tamayo Acosta («Para comprender la
escatología cristiana»), cito: “La tradición sinóptica no deja ningún lugar a
dudas de que la vida y obra de Jesús, de acuerdo con las ideas tradicionales,
no fueron mesiánicas” (página 153).
Finalmente, respetamos la adhesión total y
completa de cualquier persona a uno de estos dos sistemas teológicos («Dispensacionalismo»
y «Teología del pacto»); pero una postura más bíblica y coherente con la
historia tanto de la Biblia misma como
de la religión judía y la religión cristiana, nos ha de poner en guardia frente
a las más amplias pretensiones de los dos sistemas en cuestión, así como frente
a las posturas reduccionistas de los mismos.
¡Hasta
la próxima!