La «Reforma protestante» nos invita a ser inclusivos
A propósito del 494 aniversario de la «Reforma protestante»
Héctor B. Olea C.
La «Reforma protestante» ha conllevado enormes desafíos hacia lo interno del cristianismo en su pluralidad. Por un lado, el cristianismo católico romano ha sido empujado a admitir que no posee el monopolio del cristianismo. Por otro lado, el protestantismo ha tenido que reconocer que tiene un pasado (¿y futuro?) común con las demás expresiones históricas del cristianismo, pues tampoco tiene el monopolio de la fe cristiana.
Precisamente respecto del monopolio de la fe cristiana que ha pretendido tener el cristianismo católico romano (pero que en realidad no tiene; por supuesto, tampoco el cristianismo protestante y evangélico); son importantes aquí las palabras del teólogo católico Gumersindo Lorenzo Salas, quien, desde una postura no simplista, crítica y no inocente frente a su propia tradición teológico-eclesial, afirma:
“La Iglesia (la católica) se ha hecho demasiado pequeña como para que pueda representar a toda la realidad del cristianismo. Así es, pues el cristianismo es de suyo «uno», pero pluriforme y multidimensional (iglesias cristianas en plural). Las iglesias (cristianas) son varias, distintas y «separadas», lo cual indica que ninguna iglesia contiene todo el cristianismo. Es verdad que el desarrollo «histórico» de la vida cristiana está, como decimos, supeditado o relacionado con la Iglesia (la católica), pero ésta, en realidad, no deja de ser sólo una «parte» del cristianismo” («Evangelio, Iglesia y Cristianismo, historia y dialéctica», página 82, publicada por Ediciones El Almendro, año 1991).
Además, “No hay cristianismo sin Iglesia, pero la Iglesia tiene que someterse una y otra vez a la medida de Jesús mismo y tiene que consentir que Él la llame al orden. En efecto, la Iglesia reclama prolongar y continuar la causa de Jesús. Por tanto, tiene que permitir que por Él se la mida y se la critique. Jesús no es sólo origen, sino norma de la Iglesia. Por consiguiente, es legítimo y también necesario preguntar hasta qué punto está de cuerdo la imagen de una Iglesia concreta con lo que Jesús quiso y sigue queriendo. La Iglesia tiene que estar dispuesta a dejarse cuestionar una y otra vez a partir de su origen, y desde ahí a reformarse constantemente” (obra citada, páginas 144-145).
Ahora bien, como ejemplo de una expresión y opinión oficial e institucional del cristianismo católico romano, traigo a colación dos declaraciones dogmáticas del Concilio Vaticano II (1962-1965), que ponen de manifiesto la perspectiva desde la cual la Iglesia católica ha tenido que ver y expresarse respecto de las Iglesias y comunidades cristianas protestantes y evangélicas (y otras), cito:
“La Iglesia se siente unida por varios vínculos con todos los que se honran con el nombre de cristianos, por estar bautizados, aunque no profesan íntegramente la fe, o no conservan la unidad de comunión bajo el Sucesor de Pedro. Muchos, pues, conservan la Sagrada Escritura como norma de fe y vida, y manifiestan celo religiosos, creen en el amor de Dios Padre todopoderoso, y en Cristo Hijo de Dio y Salvador, están marcados con el bautismo, por el que se unen a Cristo, y hasta reconocer y aceptan, en sus propias Iglesias o comunidades eclesiales, otros sacramentos” («Constitución Dogmática Lumen Gentium Sobre la Iglesia, sección: Vínculos de la Iglesia con los cristianos no católicos»).
Además, “…Por ello, las Iglesias y Comunidades separadas, aunque creemos que padecen deficiencias, de ninguna manera están desprovistas de sentido y valor en el misterio de la salvación. Porque el Espíritu de Cristo no rehúsa servirse de ellas como medios de salvación, cuya virtud deriva de la misma plenitud de gracia y de verdad que fue confiada a la Iglesia católica” («Decreto Unitatis Redintegratio Sobre el Ecumenismo, sección: Relación de los hermanos separados con la Iglesia católica»).
¿Se notan, pues, las concesiones que, hasta cierto punto, se siente obligada la Iglesia católica a hacerle (¿reconocerle?) a las comunidades cristianas protestantes y evangélicas (y otras)?
Por otra parte, no podemos perder de vista el hecho de que en realidad el cristianismo tiene tres manifestaciones o corrientes históricas principales: el cristianismo representado por la iglesia ortodoxa, el cristianismo representado por la iglesia católica y romana, y el cristianismo de corte protestante. La historia nos dice que después de muchas tensiones, en el año 1054 tuvo lugar el llamado “cisma de oriente”, cuando se dio la definitiva separación entre la iglesia ortodoxa (iglesia oriental) y la iglesia católica (iglesia occidental). Luego, a partir del 31 de octubre de 1517 se inició un proceso irreversible que a la larga provocaría la expulsión de Martín Lutero y sus seguidores de las filas del cristianismo católico romano, y que también daría origen al movimiento protestante (cristianismo protestante, y de éste el cristianismo protestante y evangélico).
No obstante, no me rehúso a admitir el que quizás deba hablarse, a partir de 1534 de una cuarta corriente: la anglicana que, aunque es hija del movimiento reformador en Inglaterra; se considera católica, pero no romana; y evangélica, aunque no protestante.
El «cristianismo protestante» no es más que el fruto de un desgajamiento, pura y sencillamente, de una gran corriente del cristianismo histórico: el cristianismo católico y romano. La «Reforma protestante» no tuvo nada que ver con el cristianismo representado por la Iglesia ortodoxa griega. Por cierto, mientras que el cristianismo católico romano tiene a Pedro como su figura cimera; el cristianismo representado por la iglesia ortodoxa griega asume a Pablo como su mentor. Los movimientos que involucra el cristianismo protestante tienen sus propios y específicos mentores que, a su vez, son muy diversos, y ninguno logra se colocado en el mismo pedestal por todas las comunidades de todo el cristianismo protestante.
La «Reforma protestante» nos invita a considerar las más diversas formas en que Dios puede actuar, y de hecho actúa, en el devenir histórico de la existencia humana. Ahora bien, en verdad esta invitación debiera ser seriamente ponderada con humildad por todas las expresiones históricas de la fe cristiana, no sólo por las iglesias o comunidades cristianas protestantes y evangélicas.
Quiero insistir, finalmente, en que las iglesias que deben su existencia precisamente a algún movimiento reformador, no deben ahora, en consecuencia, oponerse y satanizar el hecho de que la iglesia debe seguir reformándose. En ese dinámico proceso de crítica, cuestionamiento y reforma, es precisamente donde podemos hallar algunas formas concretas en que Dios desea actuar en nuestro mundo, en nuestra existencia, en nuestro tiempo, y en nuestro contexto.
¡Dios bendiga y estimule la reforma de la iglesia, hoy como en 1517, mañana y siempre!
¡Hasta la próxima!
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