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Las personas que se sienten muy preocupadas por las propuestas y demandas del lenguaje inclusivo, deberían tener en cuenta las siguientes observaciones:
La lengua tiene tres aspectos bien definidos:
Un aspecto fónico: los sonidos, el significante, la expresión.
Un aspecto sémico (semántico): conceptual o inmaterial, el significado.
Un aspecto formal: gramatical que, combina los dos aspectos anteriores. Contiene las unidades constituidas por los fonemas: son los morfemas y sus relaciones que dan lugar a otras unidades mayores (Carlisle González Tapia, en «Introducción a la lingüística general», páginas 38-39).
Luego, no se debe perder de vista el hecho de que la relación entre el significado de una palabra y su expresión o significante, es arbitraria. Esto significa que en realidad la carga semántica de una palabra no está natural e intrínsecamente relacionada y supeditada a una forma única y estricta de hacer referencia a la misma (significante).
En otras palabras, la forma de nombrar a una cosa (significante) no es la que determina su carga semántica (significado). No es la forma de nombrar una cosa lo que determina que ella sea entendida como se la entiende. Consecuentemente, es posible y hasta necesario que adoptemos nuevas formas de nombrar las cosas, a pesar de la incomodidad que esto genera al principio, pues dichos cambios son precisamente intrínsecos a la naturaleza social de las lenguas.
En consecuencia, no podemos perder de vista que, a pesar del esfuerzo de ciertos lingüistas naturalistas (que vanamente afirman que todas las palabras son apropiadas naturalmente a su significado); en honor a la verdad y, como plantea el connotado lingüista dominicano, Carlisle González Tapia, todo en la sociedad es convencional, incluso la lengua, como producto social (página 61).
Pero a diferencia de los lingüistas naturalistas, los lingüistas convencionalistas (línea que considero acertada y con la que me identifico), afirman que el vocabulario de una lengua cualquiera (en sus dos aspectos, significante y significado) puede modificarse de acuerdo con la voluntad (y agrego yo, “y necesidad”) de los usuarios (los asociados, los miembros de una comunidad lingüística determinada) y que la lengua puede ser igualmente eficaz una vez que el cambio ha sido aceptado (Carlisle Gonzáles Tapia, página 62).
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