Pensando, filosofando y
teorizando en voz alta
Héctor B. Olea C.
En los
tantos años que llevo compartiendo mis ideas, pensamientos y particulares
puntos de vista (en las aulas, en conversaciones, charlas, conferencias,
periódicos, mi blog, revistas, por radio, televisión, Facebook, etc.), hay un
hecho que siempre me llamado la atención, aunque en verdad no me sorprende.
Al hecho
al que hago referencia consiste en que por mucho tiempo, frente a un cierto
grupo de personas, he logrado la imagen de “muy objetivo” y ser muy serio en
mis trabajos y enfoques; pero así las cosas, hasta un día, hasta que emito mis
criterios personales (no por ello sin base) con relación a un determinado tema
o asunto.
Ahora
bien, ante tales situaciones me he preguntado: si abordé el tema o asunto que
originó la tensión (el cambio de actitud, la discordia, etc.), con el mismo
temple y carácter de siempre, ¿por qué el cambio de actitud? ¿Por qué
aparentemente ya no soy (o no fui) “objetivo”? ¿Por qué no parecen tan
acertadas mis propuestas? ¿Por qué ahora resulto ser tendencioso? ¿Será que
quizás no logré mantener la sobriedad en mi análisis? ¿Será que esta vez,
frente a este tema en particular, mostré un interés particular e inusitado, a
ultranza, en conducir las aguas a mi propio territorio? ¿Será que esta vez
exhibí la inusitada intención de manipular los datos y los hechos con la única
intención de imponer un punto de vista a todas luces inverosímil? Por fin, ¿qué
fue lo que posiblemente pasó?
Ahora bien,
puedo decir que por lo general me he impuesto el compromiso de ser lo más objetivo
posible en mis análisis y enfoque, sin importar el tema o asunto que aborde. Me
he propuesto el evitar a todo costo y hasta donde me sea posible cualquier tipo
o intento de manipulación de los datos y los hechos con tal de justificar lo
injustificable. De todos modos, es posible y, debo admitir, que probablemente
no siempre lo logre, que no siempre lo haya logrado, aunque me parezca o
piense que sí.
Pero, por
otro lado, es muy posible también, que no sea yo, sino la persona que me lee
(obviamente no todas) la que haya mostrado un interés particular frente al tema
que originó la tensión (aunque ella quizás no esté plenamente consciente de
ello), y por eso, el cambio de actitud hacia mi trabajo.
En verdad
las razones pueden ser muchas. Me atreveré a teorizar sobre algunas.
Primera
posibilidad: Nadie tiene la verdad absoluta, tampoco yo, por supuesto. El
asunto se complica cuando reconocemos que hay quienes se preguntan si en verdad
hay “verdades absolutas”.
Segunda
posibilidad: Nadie, absolutamente nadie, puede aspirar a lograr frente a todo
el mundo una opinión favorable, y para esto hay cientos de legítimas
razones.
Tercera
posibilidad: Yo no escribo, ni pienso en el vacío, sino siempre de manera
comprometida aunque sea con algún determinado marco teórico o de referencia.
Por supuesto, toda persona que me lee o escucha, también me lee y escucha desde
una situación de compromiso igual o semejante a la mía, pero nunca en una
situación de neutralidad.
Cuarta
posibilidad: Nadie piensa ni emite un juicio (por más objetivo que sea) al
margen de sus más profundas convicciones, sin poner algo de sí (¿subjetividad
intrínseca?), en dicho proceso, se esté plenamente consciente de ello o no.
Quedándonos
pues, con esta última posibilidad (que es la que ahora me interesa y la que le
ha dado origen al título de este artículo), parece que lo más conveniente o
acertado no es hablar de “objetividad”, sino de “coincidencia o concurrencia de
subjetividades”. Me explico.
Cuando yo
emito un juicio sobre un determinado asunto, y una persona (o conjunto de
personas) me considera “objetivo”, en realidad es probable que estemos frente a
dos posibles situaciones.
La
primera: Que en efecto yo haya sido “objetivo”, y la persona que me cataloga
como tal, también lo haya sido.
Segunda:
Probablemente yo no fui “objetivo”, sino “subjetivo” (quizás demasiado
“subjetivo”), como tampoco lo fue la persona que me cataloga como tal; pero,
como mi enfoque y visión del asunto coincidió con su visión del mismo fenómeno,
entonces dicha persona juzga mi planteamiento como “objetivo”.
Concentrándome,
pues, en la segunda de las dos hipotéticas situaciones planteadas, diría que
cuando dos partes de manera recíproca se consideran “objetivas”, no es porque
en efecto lo sean, sino porque “sus subjetividades” han coincidido o
concurrido.
Por otro
lado, cuando dos partes de manera recíproca se consideran “subjetivas” (“no
objetivas”), no es porque en efecto lo sean, sino porque “sus subjetividades”
no han coincidido o concurrido.
Conclusiones:
1) Cuando
la actitud y propuesta de una persona es catalogada como “subjetiva”,
probablemente no se deba a que en efecto no haya sido “objetiva”, sino a que en
realidad la evaluación que se emitió de ella no fue la “objetiva”.
2) Cuando
de manera recíproca dos partes se acusan de “objetivas”, en realidad lo hacen
no porque en realidad lo sean, sino porque “sus subjetividades” han coincidido
o concurrido.
3) Cuando
de manera recíproca dos partes se acusan de “subjetivas”, en realidad lo hacen
no porque en realidad lo sean, sino porque “sus subjetividades” no han
coincidido o concurrido.
Consecuentemente,
la falta de “objetividad” (o “subjetividad” manifiesta), se puede entender como
“la no coincidencia o concurrencia de subjetividades”; y la “objetividad”
supuesta, se puede entender muy bien no como la “ausencia de subjetividad”,
sino más bien como “la coincidencia o concurrencia de subjetividades”.
4) Cuando
una persona cataloga los planteamientos de otra como “subjetivo” (“no
objetivos”), lo que en realidad ocurre es que “sus subjetividades” no han
coincidido.
5) Cuando
una persona cataloga los planteamientos de otra como “objetivo” (“no
subjetivos”), lo que en realidad ocurre es que “sus subjetividades” han
coincidido.
En
conclusión, cuando una persona considera que mi planteamiento es
“objetivo”, probablemente no es porque en realidad lo sea, sino
simplemente porque “su subjetividad” ha coincidido con la mía (o porque “mi
subjetividad” ha coincidido con la suya).
Desde esta
misma perspectiva, cuando una persona considera que mi planteamiento no es
“objetivo” (sino “subjetivo”), probablemente no es porque en realidad lo sea;
sino más bien porque en este caso “mi subjetividad” no ha coincidido con la
suya.
¡Hasta la
próxima!
cierto, sea o no, lo uno o lo otro, siempre podrá existir un sutil sesgo interpretativo de sus escritos.
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