Una perspectiva crítica
Héctor
B. Olea C.
Sorprende la radicalidad con que el conjunto
de los textos bíblicos (como fenómeno propiamente cristiano (canon hebreo + canon
cristiano) es asumido como «sagrado», y la ligereza, facilidad, vehemencia y tranquilidad
con que al mismo tiempo se los manipula (al traducirlos como al comentarlos),
con tal de supeditarlos a la teología e ideología de las distintas comunidades
de fe, a la teología e ideología de las distintas tradiciones teológicas y
eclesiales que los han hecho suyos, que los han asumido, que los traducen, reproducen,
interpretan y aplican.
Obviamente, existen algunas razones, entre ellas.
1) Porque en muchísimas ocasiones los hagiógrafos sencillamente no dicen nada,
nada dijeron y nada tienen que decir
respecto de ciertos asuntos de especial importancia, de énfasis y trascendencia
para las comunidades de fe que han hecho suyos sus textos. 2) Porque la forma
en que muchas veces se expresaron los hagiógrafos no concuerda o es más bien contradictoria
con las pretensiones de la teología de las comunidades de fe que han hecho
suyos sus textos. 3) Porque sencillamente no parece que los hagiógrafos (respecto
del conjunto de los textos bíblicos como tal, como un todo) compartieran las
premisas básicas de la teología de las distintas comunidades de fe que han hecho
suyos sus textos.
Ahora bien, y a manera de ilustración
concreta, es preciso admitir y poner de relieve que una de las mayores manipulaciones
textuales (tal vez la mayor por todas sus implicaciones), consiste en haber
pretendido darle rango de «asunto bíblico» o «canónico» al concepto y palabra «Biblia».
Dos textos que sirven de ejemplo concreto de
esta especial y descarada manipulación textual y conceptual, lo representa la
presencia de la palabra «Biblia» en la traducción de Juan 5.39 y 2 Timoteo 3.16 en la versión de la
Biblia identificada como «Traducción en lenguaje actual» (TLA), cito: «Ustedes
estudian la Biblia con mucho cuidado porque creen que así alcanzarán la vida
eterna. Sin embargo, a pesar de que la Biblia habla bien de mí» (Juan 5.39); «Todo
lo que está escrito en la Biblia es el mensaje de Dios, y es útil para enseñar
a la gente, para ayudarla y corregirla, y para mostrarle cómo debe vivir»
(2 Timoteo 3.16). Por supuesto, está
demás decir, sin duda, que tanto el autor del cuarto evangelio como el autor de
2 Timoteo no habrían de estar de acuerdo con esta sutil pero innegable
manipulación de sus textos, de sus palabras, de sus propias ideas.
Finalmente, creo que la reflexión teológica
actual debería tomar en serio las elocuentes palabras de Sallie McFague: “Si
queremos plantearnos seriamente la Escritura y considerarla como normativa,
debemos entenderla en sus propios términos, como modelo de la forma en que debe
hacerse teología, más que como autoridad que dicta los términos concretos de
cómo hacerla” («Modelos de Dios, teología para una era ecológica y nuclear»,
Sal Terrae, 1994, página 87).
¡Hasta la próxima!
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