La Reforma Protestante nos invita a ser inclusivos
Héctor Benjamín Olea Cordero
La Reforma Protestante ha conllevado enormes desafíos hacia lo interno del cristianismo en su pluralidad. Por un lado, el catolicismo ha sido empujado a admitir que no posee el monopolio del cristianismo. Por otro lado, el protestantismo ha tenido que reconocer que tiene un pasado (¿y futuro?) común con las demás expresiones históricas del cristianismo, pues tampoco tiene el monopolio de la fe cristiana.
No olvidemos que el cristianismo tiene tres manifestaciones o corrientes históricas principales: el cristianismo representado por la iglesia ortodoxa, el cristianismo representado por la iglesia católica y romana, y el cristianismo de corte protestante. La historia nos dice que después de muchas tensiones, en el año 1054 tuvo lugar el llamado “cisma de oriente”, cuando se dio la definitiva separación entre la iglesia ortodoxa (iglesia oriental) y la iglesia católica (iglesia occidental). Luego, a partir del 31 de octubre de 1517 se inició un proceso irreversible que a la larga provocaría la expulsión de Martín Lutero y sus seguidores de las filas del cristianismo católico romano, y que también daría origen al movimiento protestante.
No dejo de admitir el que quizás deba hablarse, a partir de 1534 de una cuarta corriente, la anglicana que, aunque es hija del movimiento reformador en Inglaterra; se considera católica, pero no romana; y evangélica, aunque no protestante.
El cristianismo protestante no es más que el fruto de un desgajamiento, pura y sencillamente, de una gran corriente del cristianismo histórico: el cristianismo católico y romano. La Reforma protestante no tuvo nada que ver con el cristianismo representado por la iglesia ortodoxa griega. Por cierto, mientras que el cristianismo católico romano tiene a Pedro como su figura cimera; el cristianismo representado por la iglesia ortodoxa griega asume a Pablo como su mentor. Los movimientos que involucra el cristianismo protestante tienen sus propios y específicos mentores que, a su vez, son muy diversos, y ninguno logra la aceptación de todo el cristianismo protestante.
La Reforma Protestante nos invita a considerar las más diversas formas en que Dios puede actuar, y de hecho actúa, en el devenir histórico de la existencia humana.
Quiero insistir, finalmente, en que las iglesias que deben su existencia precisamente a algún movimiento reformador, no deben ahora, en consecuencia, oponerse y satanizar el hecho de que la iglesia debe seguir reformándose. En ese dinámico proceso de crítica, cuestionamiento y reforma, es precisamente donde podemos hallar algunas formas concretas en que Dios desea actuar en nuestro mundo, en nuestra existencia, en nuestro tiempo, y en nuestro contexto.
¡Dios bendiga y estimule la reforma de la iglesia, hoy como en 1517, mañana y siempre!
No hay comentarios:
Publicar un comentario