A propósito de los textos que sirven
de base para la reflexión bíblico-teológica
Un enfoque y análisis crítico
Curso avanzado de griego bíblico: la idea de agencia y de medios en el griego koiné aquí
Héctor B. Olea C.
Héctor B. Olea C.
Una idea muy popular
en la tradicional teología cristiana y evangélica (marcada por lo general por
algunos tintes fundamentalistas), es que la autoridad de la Biblia depende
básicamente de la existencia (todavía no probada, pero sí necesitada y dada
como un hecho) de unos manuscritos originales “infalibles”.
La sospecha que mueve
este tipo de afirmación es que si los manuscritos originales no fueron
“infalibles”, la Biblia perdería todo su valor y trascendencia, comenzando por
el hecho de que la anhelada “inerrancia de la Biblia” (en el sentido más amplio
de la palabra), perdería su garantía y los fundamentos sobre las que se ha
levantado tal hipótesis.
Pero cabe preguntar,
si en realidad el que los manuscritos originales de la Biblia no hayan sido
“infalibles” haría sucumbir la capacidad de impacto y de inspiradora que ha
tenido la Biblia en los aproximados 17 siglos que tiene de su existencia (en la
forma en que nos ha llegado compuesta por un Antiguo o Primer Testamento y un Nuevo o Segundo Testamento
como fenómeno propiamente cristiano); esto así, sin dejar de lado la historia
particular de varios siglos de existencia que tuvo y ha tenido por separado el
canon hebreo o Tanaj (mucho antes y después de la existencia de la Biblia como
tal, y como realidad propiamente cristiana).
Por otro lado, otra
forma de encarar el mismo asunto es preguntándonos: Si el valor de la Biblia
depende de la existencia de unos manuscritos originales “infalibles”,
manuscritos que en realidad no existen y que ni quiera tenemos la seguridad de
que efectivamente hayan existido (pues la afirmación de su existencia no ha
sido más que una presunción), ¿Dónde, pues, estamos? ¿Con qué nos quedamos?
¿Cómo podría sustentarse hoy el valor de la Biblia si insistimos en hacer
depender su valor y trascendencia precisamente de la existencia de unos
manuscritos que, al margen de cualquier presunción, sencillamente no los tenemos, sencillamente no existen?
Además, si el valor
de nuestra reflexión teológica ha de depender en lo absoluto de que la misma
parta o se sustente en la consulta de unos manuscritos “infalibles”, ¿qué valor
tendrá la reflexión teológica cristiana que, por cierto, tiene siglos de
existencia, pero que no se ha hecho sobre la base de unos manuscritos
originales (sino en copias de copias, de copias), que no se ha sustentado ni
podrá sustentarse en el presente y en el futuro en la consulta de unos
manuscritos originales “infalibles”?
Si se pone como
condición sine qua non que el valor de la Biblia y de la reflexión teológica
que parte de ella y se sustenta en la misma, dependa de la existencia de unos
manuscritos originales “infalibles”, es de esperarse que la reflexión teológica
can base en la Biblia sólo tendría un genuino fundamento precisamente si hace
con base en tales manuscritos.
Pero las cosas se
complican cuando tenemos que admitir, por un lado, que nunca se ha podido
probar la existencia (y en realidad no podemos estar seguros de que alguna vez
hayan existido) de tales manuscritos “infalibles”. Por otro lado, el que si
alguna vez asistieron tales manuscritos, lo cierto es que no los tenemos.
Además, cuando
analizamos el uso y dependencia del canon hebreo (el Tanaj, el Antiguo
Testamento) por parte de los autores del Nuevo o Segundo Testamento,
descubrimos algunos detalles interesantes.
En primer lugar, la
apelación que hace el Nuevo (Segundo) Testamento al Antiguo (Primer) Testamento,
no la hace mediante el empleo de algunos manuscritos originales “infalibles”,
sino más bien mediante el empleo de copias de copias.
En segundo lugar, la
apelación que hicieron los autores del Nuevo Testamento del canon hebreo, por
lo general la hicieron mediante la Septuaginta (traducción griega del Antiguo
Testamento).
Estas dos
observaciones nos permiten afirmar con toda seguridad que la apelación al Primer
Testamento por parte del Segundo Testamento, jamás se hizo sobre la base de
unos manuscritos “originales”, y mucho menos sobre unos “originales
infalibles”; sino más bien con base en una traducción hecha de copias de copias
y, por supuesto, no “infalibles”.
Ahora bien, ante los
hechos aquí presentados, una particular y típica reacción fundamentalista es la
siguiente: “Si alguien insiste en que nadie ha visto los originales infalibles,
¡Es tan correcto como decir que nadie ha visto los originales falibles!”. Esta
afirmación la hace el teólogo protestante Clark Pinnok, en su obra «Revelación bíblica, el fundamento de la
teología cristiana» (publicada por CLIE, año 2004, página 83). Ahora, un
detalle que ignora Clark Pinnok, es que el proceso de copiado y reproducción
textual que nos ha dado la Biblia no parece partir de unos supuestos
“originales infalibles”.
Otro detalle que
tampoco toma en cuenta el señor Clark Pinnok (detalle que en muchísimas
ocasiones se les echa en cara a los exégetas muy preocupados por la arqueología
de los textos), es que los textos normativos y que sirven de base para la
actual reflexión teológica no son los textos de los manuscritos originales (y
mucho menos los supuestos “originales infalibles”), sino la forma final en que
los textos fueron canonizados y recibidos por las distintas comunidades
cristianas en su momento.
Esto es muy bien claro, en primer lugar,
respecto de la recepción y apropiación del canon hebreo por parte de las
comunidades cristianas. La decisión a la que se llegó en la asamblea de Yabné
(Jamnia) en los años 90 de la era cristiana, no tuvo que ver, ni se expresó
respecto de algunos supuestos manuscritos “originales infalibles”; más bien se
expresó, en términos muy específicos, sobre la forma textual que habían
alcanzado los textos del Tanaj (el Antiguo Testamento hebreo) para ese entonces
(forma que, por cierto, era de tipo consonántico, pues el texto masorético del
cual depende nuestra exégesis actual del Tanaj, entraría en escena no antes de
cinco o seis siglos después o un poco después).
En todo caso,
respecto de la asamblea de Yabné (Jamnia) hay que decir que en dicha asamblea
no fueron resueltos todos los problemas relativos al canon hebreo, que no se
fijó propiamente allí un canon hebreo definitivo; sino más bien que las
discusiones en torno al canon hebreo continuaron hasta finales del siglo II
d.C. cuando por fin se estableció el consenso y la lista definitiva de los
libros asumidos como canónicos.
En iguales términos
tenemos que expresarnos respecto de varios concilios del siglo IV, hasta
concluir en el tercer concilio de Cartago del año 397 de la era cristiana (el
primero fue el primer Concilio de Cartago en el año 393, parece que hubo un
segundo Concilio de Cartago, pues en para el año 397 se habla del “Tercer
Concilio de Cartago”, finalmente, también se habla del Sexto Concilio de
Cartago del año 419 de la misma era cristiana), cuando se expresaron respecto
de los libros que se consideraban normativos para la fe cristiana.
Tales concilios, por
supuesto, no se expresaron, no canonizaron, unos textos en manuscritos
“originales infalibles”, sino más bien, canonizaron y se expresaron respecto de
manuscritos copias de copias, los cuales no eran infalibles, y que habían
pasado todo un largo proceso de desarrollo, relecturas, exégesis,
interpretación y transformación; proceso que no los hacía, ni los hizo, ni los
hace equiparables con los originales, infalibles o no.
Ahora bien, si la
historia es testigo del impacto y de lo inspiradora que ha sido y sigue siendo
la Biblia prácticamente en todo el mundo (no ignoramos el hecho de la poca o
ninguna presencia de la fe cristiana con su Biblia en gran parte del globo
terráqueo) en todo el mundo; parece, pues, que las premisas de la hipótesis de
la necesidad de unos manuscritos “originales infalibles” están en crisis, y
merecen reformularse si no es que abandonarse.
Finalmente, 1) Si las
relecturas dentro del Antiguo o Primer Testamento mismo (el Tanaj) han tenido
su innegable valor a pesar de sustentarse en copias de copias; 2) Si la
lectura, interpretación y apelación que hace el Nuevo o Segundo Testamento (su
teología) del Antiguo Testamento (el Tanaj), se hizo con base en copias de
copias; 3) Si nuestra lectura, interpretación y apelación a la Biblia como tal
(en su forma actual), se hace con base en unos textos canónicos ni originales,
ni infalibles, sino en la traducción de unos manuscritos no originales, ni
infalibles y copiados cientos de veces; nos parece verosímil concluir en que no
necesitamos la hipótesis de la existencia de unos manuscritos “originales
infalibles”, pues su sustentación origina más crisis que los supuestos
fundamentos que provee.
En conclusión, la actual reflexión teológica cristiana
en sentido general, así como la loable pero interesada labor de traducción de
la Biblia, no se sustenta ni se lleva a cabo sobre la base de la consulta y
apelación de unos manuscritos “originales infalibles”, sino más bien en unas
copias de copias, tampoco “infalibles”.
La actual reflexión
teológica cristiana se sustenta más bien en la consulta y apelación de unos
textos asumidos como canónicos y normativos, no originales, y mucho menos
infalibles, por supuesto, bajo la premisa equivocada de que sólo se es «coherente»
y «consistente» bíblica y
teológicamente, cuando se lee la Biblia desde la perspectiva de una corriente
determinada y se concluye en ese análisis bíblico validando las suposiciones,
premisas y conclusiones teológicas de dicha corriente.
.
Pienso que ayudará
mucho a la interpretación cristiana de la Biblia, si los intérpretes cristianos
no ignoran esta realidad en su labor de apropiación, lectura, relectura,
apelación y aplicación de los textos bíblicos; así de sencillo.