¿Te atreverás a «orar» por eso? «Oración» versus «acción» en situaciones muy específicas

¿Te atreverás a «orar» por eso?
«Oración» versus «acción» en situaciones muy específicas
Un caso muy concreto

Héctor B. Olea C.

En el contexto de unas de mis clases, específicamente el pasado domingo 29 de enero, consideré oportuno hacer referencia a mi más reciente artículo publicado en Facebook el viernes 27, titulado «Promesas de oración versus acompañamiento significativo».

Al comentar algunas de las ideas que conforman dicho artículo, un hermano y una hermana de la clase trajeron a colación, a manera de ilustración, un caso muy especial el cual me ha servido de marco para la presente reflexión.

Los elementos del relato (de un hecho real e histórico por cierto) al que hicieron referencia dos de mis estudiantes, son:

1) Un culto o servicio en una iglesia pentecostal.

2) Un hermano, en verdad muy adinerado, a quien se le asigna la responsabilidad de «orar» por el mensajero y el mensaje o reflexión bíblica de la ocasión, para que Dios lo use en gran manera y su mensaje sea de edificación, y una real y efectiva bendición para el auditorio (según una tradición muy fuerte en el ámbito pentecostal por lo menos en la República Dominicana).

3) Tanto el predicador como la persona a quien se le asignó la responsabilidad de «orar» por el mensajero y el mensaje de la ocasión, no son miembros de la congregación en la que se llevó a cabo el referido culto o servicio.

4) El predicador de la ocasión es el pastor del hermano a quien se le asignó la oración por el mensajero y el mensaje de la ocasión.

5) La congregación local tiene una necesidad urgente de varios abanicos de techo.

6) El pastor de la iglesia local, pública y abiertamente, solicita que en la oración por el mensajero y el mensaje, también se «ore» por la urgente necesidad que tiene la congregación local de unos abanicos de techo (abanicos muy necesarios en el clima tropical del caribe).

Ahora bien, habiendo explicado el contexto y los elementos de nuestro relato, paso a describir ahora el momento cumbre de este muy ilustrativo caso.

Habiendo llegado, pues, el momento de que nuestro adinerado hermano proceda a «orar» tanto por el mensajero, como por el mensaje y la urgente necesidad de los abanicos de techo de la iglesia local; su pastor (el predicador de la ocasión) llama su atención, y lo cuestiona diciéndole: ¿Vas a «orar» por eso? ¿Vas a «orar» por la necesidad de los abanicos, cuado tú tienes los recursos que se necesitan para resolver y solucionar ese problema?

En otras palabras, ¿te atreverás a «orar» por algo que sencillamente tú y yo sabemos que está en tus manos el poder resolverlo sin dificultad alguna (aun si implicara alguna dificultad)? ¿Te atreverás a «orar» por algo que está en tus manos poder solucionar? ¿Le vas a sacar el cuerpo a este problema? ¿Vas a desperdiciar la oportunidad de ser el ideal instrumento de Dios para esta ocasión frente a este problema?

De todos modos, llama la atención que ante el cuestionamiento y propuesta de su pastor, el adinerado hermano haya reaccionado con una extraordinaria humildad, empatía, compasión y generosidad (¿Volvería en sí?).

En consecuencia, nuestro adinerado hermano, sin problema alguno, sin la más mínima resistencia procedió a elaborar y firmar un cheque con el cual se compraron los abanicos que tanto necesitaba la congregación local.

Ciertamente es aleccionador este relato e invita a una seria reflexión. Es sumamente interesante que con la simple elaboración y firma de un cheque, este hermano se convirtiera en un instrumento de Dios para solucionar un problema concreto y específico, en una situación específica. Este adinerado hermano, comprendiendo cómo esta situación lo desafiaba a dar un ejemplo concreto de amor, compasión y desprendimiento, ¡sin tener que «orar» por la necesidad de los abanicos, resolvió ese problema en unos minutos!

Sin duda que en el contexto en que se estaba celebrando el servicio o culto en cuestión habría personas que quizás lo único que podrían hacer sería «orar» por la necesidad de los abanicos que tenía la congregación local. Sin embargo, pienso que de otra cosa de la que también podemos estar seguros es que nuestro hermano adinerado podía hacer mucho más que «orar»; es más, no tenía ni tuvo que «orar», sólo tenía y tuvo que «actuar».

Así también es muy probable que en el mismo contexto en que actuó nuestro adinerado hermano, también hubiera otras personas que, por lo menos en parte, podían hacer mucho más que «orar», que igualmente sólo tenían que «actuar» (aunque no poseyeran tantos recursos económicos como aquél).

Ahora bien, cabe preguntarnos: ¿En cuántas ocasiones similares a la que nos ocupa hemos visto a personas «orar» por dificultades y problemas, teniendo ellos los recursos, los dones y capacidades para resolverlos?

¿Cuántas veces hemos sido testigos de situaciones en las que sabemos que la persona que plantea que se «ore» por alguna dificultad, precisamente tiene ella misma los medios para revertir y solucionar esa dificultad?

¿Cuántas veces hemos sido testigos de cómo hermanos y hermanas le sacan el cuerpo a la posibilidad de ser reales instrumentos de Dios para situaciones específicas, «actuando» y no precisamente «orando»?

¿Cuántas veces hemos sido testigos de que en muchas ocasiones en las que se ha planteado la necesidad de «orar» por alguna problemática, lo que en realidad se necesita precisa y definitivamente no es «orar», sino «actuar» de manera decisiva, responsable, comprometida, misericordiosa y compasiva?

¿Hasta cuándo insistiremos en «orar con fe» por cosas y situaciones que más bien demandan que «actuemos por fe», de manera compasiva y con misericordia?

¿Cómo creemos que nos desafían, cómo hemos de reaccionar ante pasajes y textos bíblicos como Isaías 58.5-7 y Santiago 2.14-17?

Considérese a Isaías 58.5-7: ¿Es tal el ayuno que yo escogí, que de día aflija el hombre su alma, que incline su cabeza como junco, y haga cama de cilicio y de ceniza? ¿Llamaréis esto ayuno, y día agradable a Jehová? 6¿No es más bien el ayuno que yo escogí, desatar las ligaduras de impiedad, soltar las cargas de opresión, y dejar ir libres a los quebrantados, y que rompáis todo yugo? 7¿No es que partas tu pan con el hambriento, y a los pobres errantes albergues en casa; que cuando veas al desnudo, lo cubras, y no te escondas de tu hermano?

Considérese a Santiago 2.14-17 “Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle? 15Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, 16y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha? 17Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma”

En lo personal, pienso que estos dos pasajes nos invitan a evitar la recurrente postura de la espiritualidad tradicional que resulta muy litúrgica, muy espiritualista, pero muy poco comprometida. Una postura que promueve «orar» por ciertos problemas, pero sin el compromiso serio de «actuar» (invertir energía y algo más) para la solución de los mismos (quizás en la mayoría de los casos).

Finalmente, no quiero que se piense que la persona protagonista de nuestro relato lo ha sido por ser una persona “adinerada”; más bien lo ha sido porque fue una persona que por poco cae en la trampa de «orar» por un problema y necesidad, cuando él mismo sabía que lo podía solucionar «actuando» (aunque aparentemente por un momento no estuvo consciente de ello).

En honor a la verdad, tenemos que admitir que en muchas ocasiones más hace la compasión, el desprendimiento, la empatía y la vocación de servicio, que una extraordinaria cantidad de recursos y bienes.

En este mismo tenor, creo que merece destacarse la valentía y hasta atrevimiento del pastor que decidió intervenir para hacer consciente a nuestro hermano adinerado, de la oportunidad que Dios y la historia le brindaban, para que actuara como finalmente lo hizo. Es más, es muy probable que sin la intervención oportuna de su pastor, nuestro hermano hubiera optado por «orar», con mucha fe, sí con demasiada fe; pero sin comprometerse con «actuar» para que tal problema tuviera la solución esperada.

Quiera Dios que así como actuó el hermano protagonista de nuestro relato (al entender la oportunidad que la historia y una necesidad concreta le brindaban para ser y actuar como un real e ideal instrumento de Dios); así también comprendamos, aceptemos y estemos dispuestos nosotros (as) a actuar con ese mismo espíritu de sacrificio, humildad, desprendimiento y vocación de servicio, ante las concretas situaciones que se nos presentan como reales y verdaderas oportunidades de ser instrumentos, al servicio de los mejores proyectos de Dios que, sin duda, involucran a nuestro prójimo en las situaciones concretas y críticas en que éste subsiste.


¡Hasta la próxima!

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