¿Por qué, Juan?
Las perspectiva de Juan
versus la de los Sinópticos
Cuatro casos concretos
Héctor
B. Olea C.
Como en cualquier
otro campo, ámbito o área, también en los estudios bíblicos, teológicos y de la
vida eclesial, hay cosas que resultan inexplicables o difíciles de entender y
conciliar.
En este artículo
quiero abordar precisamente una de esas cosas o situaciones difíciles de
explicar en el ambiente bíblico-teológico-eclesial. Me refiero a la
preeminencia que tiene el evangelio de Juan respecto de los sinópticos en
cuanto a algunos aspectos de la terminología, jerga o lenguaje cristiano. Esto
a pesar de que no fue Juan el primer evangelio en ser escrito, sino el último,
siempre que nos quedemos dentro de los límites del canon.
Es obvio que en este
breve artículo no puedo ser exhaustivo, pero sí voy a considerar cuatro casos a
manera de ejemplos muy representativos.
Primer
caso: No ha importado lo
que siempre hayan dicho Marcos, Mateo y Lucas, respecto al cuál fue el primer
milagro de Jesús; siempre se piensa, según Juan, que el primer milagro de
Jesús, insisto sólo según Juan, fue el convertir agua en vino en la boda de
Caná de Galilea. Observemos:
Marcos y Lucas
coinciden en afirmar que el primer milagro de Jesús consistió en liberar a un
hombre de un espíritu inmundo (Marcos 1.21-28; Lucas 4.31-37)
Según Mateo, el
primer milagro fue el sanar a un leproso (Mateo 8.1-4).
Pero según Juan, el
primer milagro fue convertir agua en vino, en una boda de Caná de Galilea (Juan
2.1-12)
Antes de cerrar este
caso, quiero citar dos obras que le conceden la prioridad al evangelio de Juan
en lo relativo al establecer el primer milagro de Jesús, a pesar de que en
realidad cada evangelio tuvo un origen independiente y nos nuestra un milagro
propio al inicio del ministerio de Jesús según su propio relato y particular
teología. Esto así al margen de lo que diga Juan.
La primera obra es “4, 000 preguntas y respuestas sobre la Biblia”. El autor de este libro es A. Dana Adams, y fue publicada por Editorial Mundo Hispano. Yo poseo la tercera edición, correspondiente al año 2004. Pues bien, en la página 119 de esta obra leemos la pregunta numerada con el numeral 11: ¿Cuál fue el primer milagro efectuado por Jesús? Respuesta: La transformación del agua en vino en la fiesta de bodas en Caná de Galilea (Juan 2.1-11).
La segunda obra es “Dinámicas y ocurrencias
bíblicas”. El autor de este libro es Joel Santana G. Esta obra
se imprimió en la República Dominicana, por lo menos su primera edición,
correspondiente al año 2006. Pues bien, en la página 89 de este libro,
encontramos la pregunta: ¿Dónde Jesús obró su primer milagro? Respuesta: En
Caná (Juan 2.1-11).
Ahora bien, por lo
general es común que escuchar que en el evangelio de Juan, Jesús realiza siete
(7) señales o milagros, a saber:
Primera señal: convertir
el agua en vino (Juan 2.1-11)
Segunda señal: sanar
al hijo de un oficial del rey (Juan 4.43-54)
Tercera señal: sanar
al paralítico de Betesda (Juan 5.1-18)
Cuarta señal: la
multiplicación de los panes (Juan 6.1-15)
Quinta señal: caminar
sobre las aguas (Juan 6.19-20)
Sexta señal: sanar a
un ciego de nacimiento (Juan 9.1-12)
Séptima señal: la
resurrección de Lázaro (Juan 11.38-44; 12.17-18)
No obstante, a la luz
del mismo evangelio, parece arriesgado el hablar de sólo siete señales.
Consideremos lo que nos dice el evangelista mismo:
Juan 6.2 “Y le seguía
gran multitud, porque veían las señales que hacía en los enfermos.
Juan 11.47 “Entonces
los principales sacerdotes y los fariseos reunieron el concilio, y dijeron:
¿Qué haremos? Porque este hombre hace muchas señales.”
Juan 12.37 “Pero a
pesar de que había hecho tantas señales delante de ellos, no creían en él.”
Juan 20:30 “Hizo
además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no
están escritas en este libro.”
Finalmente, pienso
que una evidencia que nos debe alertar respecto de la teología del cuarto
evangelio, el arreglo y la relación entre las dos primeras señales (a las que
Juan Mateos y Juan Barreto llaman “señales programáticas”; «Vocabulario
teológico del evangelio de Juan»); es que antes de la segunda señal, en dos
ocasiones Juan sugiere que Jesús realizó varias señales (no se nos dice
cuántas, pero no parece que no fueron pocas). Observemos lo que nos dice Juan
antes de hablar de “esta segunda señal”:
Juan 2.23 “Estando en
Jerusalén en la fiesta de la pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo las
señales que hacía.”
Juan 3.2 “Este vino a
Jesús de noche, y le dijo: Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro;
porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él.”
Una observación
final: Muy probablemente las dos obras citadas y por igual muchas personas, han
mal interpretado la expresión que usa Juan “este principio de señales” (Juan
2.11). En honor a la verdad, esta frase no tiene relevancia alguna al intentar
averiguar cuál fue el primer milagro de Jesús con relación al resto de los
evangelios, sino a lo interno del propio evangelio de Juan. ¿Por qué digo esto?
Porque dicha expresión ha de entenderse dentro del conjunto de señales o
milagros que menciona el propio evangelio de Juan. Por eso, para Juan, en el
contexto propio de su obra, el segundo milagro o señal de Jesús, consistió en
sanar al hijo de un oficial del rey (Juan 4.43-54), a pesar de lo afirmado en
Juan 2.23 y 3.2. En este sentido, creo que debemos considerar seriamente la
referencia al milagro de la boda de Caná que hace el autor del cuarto
evangelio, al narrar las circunstancias del segundo milagro (Juan 4.46 y 54).
Esta referencia es iluminadora para el papel que juegan Capernaum y las
llamadas dos primeras señales en la teología del cuarto evangelio.
Segundo
caso: Mientras que en los
sinópticos se habla de la necesidad del arrepentimiento, para Juan hay que
“nacer de nuevo”.
El Jesús de Marcos,
Mateo y Lucas exige el “arrepentimiento” (Marcos 6.7-13; Mateo 9.11-13; Lucas
5.30-32). En cambio, el Jesús de Juan demanda un “nuevo nacimiento” (Juan
3.1-7).
Por otro lado, Pablo
también coincide con los sinópticos en usar la terminología del
“arrepentimiento” (véase Romanos 2.4-5; 2 Corintios 7.9-10).
Luego, dentro de la
llamados “escritos deuteropaulinos” encontramos los conceptos de el “viejo
hombre” (la antigua manera de vivir, sin Cristo) y el “nuevo hombre” (la nueva
criatura en Cristo, la nueva forma de vida), considérese Efesios 4.22-24;
Colosenses 3-5.11).
Para ser consistente
debo reconocer que ya en Romanos encontramos por lo menos una parte de esta
terminología, aunque sólo está presente el concepto de “el viejo hombre” en
Romanos 6.6. Obviamente, no es imposible que la presencia de la figura de “el
viejo hombre” en Romanos, suponga el conocimiento de su antítesis, “el nuevo
hombre”, si bien esta última figura no tiene presencia en dicha carta.
Por otro lado, a
pesar de la opinión de algunas personas, en mi opinión no creo acertado el pensar
que “arrepentimiento” y “nuevo nacimiento” fueran dos conceptos totalmente
equivalentes, que fueran originalmente entendidos como la misma cosa. Al opinar
de esta manera, creo estar en el camino correcto cuando notamos que el Jesús de
Juan no maneja ambos conceptos, y el Jesús de los sinópticos, tampoco. Por
ejemplo, un dato interesante es que el verbo “arrepentirse” (metanoéo) no forma
parte del vocabulario del cuarto evangelio, así como tampoco el sustantivo
“arrepentimiento” (metánoia). En cambio, el verbo “nacer de nuevo” y el
sustantivo “nuevo nacimiento” no forman parte del vocabulario de los
sinópticos.
Ahora bien, siendo
más estricto, tengo que decir que en verdad, tampoco en Juan encontramos un
sustantivo que como tal apunte al llamado “nuevo nacimiento”. Tampoco hay un
verbo propiamente para “nacer de nuevo”. Lo que se ha traducido como “nacer de
nuevo” en Juan 3.3 y 7, es más bien una especie de circunlocución formada por
el verbo “gennáo” (engendrar, producir), y el adverbio “ánothen” (de arriba,
desde el principio, desde hace mucho, de nuevo). Precisamente este factor ha
originado una larga discusión entre los comentaristas respecto de si lo
correcto es traducir como “nacer de nuevo” o “nacer de arriba, “nacer de lo
alto”. Quizás este asunto habrá que dejarlo como algo sin resolver; sin
embargo, a la luz del versículo 31 del mismo capítulo 3 de Juan (y Juan 19.11 y
23), probablemente la mejor opción sea hablar de “nacer de lo alto”, “nacer de
arriba”.
Una manera de arrojar
un poco más de luz respecto al probable mejor sentido del adverbio “ánothen” es
considerando la manera en que la Reina Valera ha traducido dicho adverbio en
las pocas veces que se lo encuentra en el NT, observemos:
Mateo 27.51 “de
arriba”
Marcos 15.38 “de
arriba”
Lucas 1.3 “desde el
principio”
Juan 3.3, 7, 31 (en
los dos primeros pasajes “de nuevo”, pero en el 31, “de arriba”)
Juan 19.11, 23 “de
arriba”
Hechos 26.5 “desde el
principio”
Gálatas 4.9 “de
nuevo”
Santiago 1.17; 3.15,
17 “de lo alto”
No obstante, sin
necesariamente ser reduccionista, creo que hay un elemento vital en común entre
la metáfora del “nuevo nacimiento” de Juan (Juan 3.3-7) y la metáfora del
“nuevo hombre” de Efesios y Colosenses (Efesios 4.22-24 y Colosenses 3.5-11).
Ese elemento común y
esencial (a pesar de la posibilidad de que ambos autores no estuvieran pensando
del todo en lo mismo), es que, según Juan, el “nuevo nacimiento” no es fruto
del esfuerzo humano; porque a diferencia de la reproducción física, este “nuevo
nacimiento” no se produce por voluntad de varón, sino de Dios (Juan
1.12-13).
De igual manera, “el
nuevo hombre” de Efesios y Colosenses, tampoco es el resultado de un esfuerzo
humano, pues es creación de Dios (y “según Dios”, “conforme a Dios”) Efesios 4.24;
Colosenses 3.10.
Tercer
caso: Mientras que en los
sinópticos uno no sabe quién fue la persona que le cortó la oreja a siervo del
sumo sacerdote, según Juan podemos saber tanto el nombre de quién cortó la
oreja, como el nombre del siervo en cuestión. Consideremos la evidencia
textual:
Según Marcos, no se
sabe realmente quién fue el que le cortó la oreja al siervo del sumo sacerdote.
Siguiendo a Marcos, tampoco sabemos cuál era el nombre del siervo al que le
cortaron la oreja: “Pero uno de los que estaban allí, sacando la espada, hirió
al siervo del sumo sacerdote, cortándole la oreja.” (Marcos 14.47)
Según Mateo, la
situación es la misma que la narrada por Marcos: “Pero uno de los que estaban
con Jesús, extendiendo la mano, sacó su espada, e hiriendo a un siervo del sumo
sacerdote, le quitó la oreja” (Mateo 26.51)
Por su parte, Lucas también coincide en
narrar los hechos conforme a Marcos y Mateo: “Y uno de ellos hirió a un siervo
del sumo sacerdote, y le cortó la oreja derecha” (Lucas 22.50)
De todos modos, al
margen de las coincidencias entre los sinópticos, hay que hacer notar que Lucas
agrega la indicación de que la oreja cortada fue la “oreja derecha”.
Pero ahora viene la
opinión de Juan: Según éste, en primer lugar, fue Pedro el que cortó la oreja.
En segundo lugar, coincide con Lucas en que la oreja cortada fue la derecha. En
tercer lugar y, a diferencia de lo sinópticos en conjunto, especifica que el
siervo del sumo sacerdote se llamaba “Malco”: “Entonces Simón Pedro, que tenía
una espada, la desenvainó, e hirió al siervo del sumo sacerdote, y le cortó la
oreja derecha. Y el siervo se llamaba Malco” (Juan 18.10)
Cuarto
y último caso: Los cuatro evangelios
coinciden en que Jesús fue un ungido por una mujer, por lo menos una vez
durante su ministerio. Lo interesante es, sin embargo, las diferencias que
envuelven los relatos en conjunto.
En primer lugar,
Marcos y Mateo coinciden en afirmar que Jesús estaba en la aldea de Betania
(Marcos 14.3; Mateo 26.6).
Por su parte, Lucas
no da ninguna información precisa sobre el lugar (Lucas 7.36-37). Y a
diferencia de los demás evangelios, hay que decir que Lucas no ubica este
relato en el contexto de la última semana del llamado “ministerio de Jesús.
Este hecho ha favorecido la sospecha de que probablemente estemos ante dos
historias distintas. De todos modos quizás este sea otro asunto que haya que
dejar sin resolver del todo.
Juan, por su lado,
coincide con Marcos y Mateo en que Jesús estaba en Betania (Juan 12.1), y que
la historia narrada se dio en el contexto de su última semana de ministerio
publico antes de ir a la cruz.
Con relación a la
casa donde se celebraba el banquete, hay diferencias notables entre los
evangelios:
Según Marcos y Mateo,
Jesús estaba en la casa de “Simón el leproso”, el que había sido leproso
(Marcos 14.3; Mateo 26.6). Para Lucas era “Simón el fariseo” (Lucas 7.36, 39,
40, 44).
Para Juan, en cambio,
se trataba de casa de Lázaro, María y Marta: “Seis días antes de la pascua,
vino Jesús a Betania, donde estaba Lázaro, el que había estado muerto, y a
quien había resucitado de los muertos. 2Y le hicieron allí una cena; Marta
servía, y Lázaro era uno de los que estaban sentados a la mesa con él. 3Entonces
María tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los
pies de Jesús, y los enjugó con sus cabellos; y la casa se llenó del olor del
perfume” (Juan 12.1-3).
Ahora vamos a la
pregunta del millón: ¿Quién fue la persona que sugirió que el perfume con que
fue ungido Jesús, pudo haberse vendido y usar esos recursos para darlo a los
pobres?
Consideremos por
separado la respuesta de cada evangelista:
Según Marcos: “Y hubo
algunos que se enojaron dentro de sí, y dijeron: ¿Para qué se ha hecho este
desperdicio de perfume? 5Porque podía haberse vendido por más de trescientos
denarios, y haberse dado a los pobres. Y murmuraban contra ella” (Marcos
14.4-5)
Según Mateo: “Al ver
esto, los discípulos se enojaron, diciendo: ¿Para qué este desperdicio? 9Porque
esto podía haberse vendido a gran precio, y haberse dado a los pobres” (Mateo
26.8-9).
Con relación al
evangelio de Lucas, lo cierto es que para éste, quien protesta es Simón, el
fariseo que invitó a Jesús, y, sin embargo, no parece importarle el precio del
perfume, sino la forma de vida de la mujer, pues era una prostituta (Lucas
7.39). En consecuencia, no hallamos en Lucas la sugerencia de que se pudo haber
vendido el perfume y dar a los pobres el producto de la venta.
Según Juan: “Entonces
Judas Iscariote, que era aquel de los discípulos que iba a traicionar a Jesús,
dijo: 5— ¿Por qué no se ha vendido este perfume por el equivalente al salario
de trescientos días, para ayudar a los pobres? 6Pero Judas no dijo esto porque
le importaran los pobres, sino porque era ladrón, y como tenía a su cargo la
bolsa del dinero, robaba de lo que echaban en ella” (Juan 12.4-6; compárese
Juan 13.29).
Obviamente, una vez
se lee la versión de Juan tienen que surgir por lo menos dos preguntas: 1) ¿Por
qué acusa Juan a Judas de ser la persona que sugirió la venta del perfume? 2)
¿Por qué lo acusa de ser ladrón?
Respecto a la primera
pregunta: En primer lugar, pregunto: ¿por qué atenernos sólo a lo dicho por
Juan, si tenemos el punto de vista y testimonio coincidente de Marcos y Mateo
de que la sugerencia no vino de una sola persona? En segundo lugar: ¿por qué
seguir sólo a Juan si de acuerdo a los sinópticos en verdad fueron los
discípulos mismos (por lo menos algunos de ellos) los que realmente hicieron la
propuesta?
Pasando a la segunda
pregunta, pienso que una forma de responderla de manera adecuada es comparando
la información de Juan con el testimonio de los sinópticos.
A pesar de la
afirmación de Juan, de que Judas era “ladrón”, no hay nada en todo el resto del
Nuevo Testamento que confirme esa sospecha. Lo cierto es que hasta no darse la
llamada “traición” de Judas, no hay nada en los evangelios que indique que éste
tuviera una vida de sospecha u oscura en medio de los doce. Es más, si hay una
idea que persiste en los evangelios es que Judas siempre fue “uno de los doce”.
Consideremos la evidencia textual:
Marcos: “3Después
subió al monte, y llamó a sí a los que él quiso; y vinieron a él. 14Y
estableció a doce, para que estuviesen con él, y para enviarlos a predicar, 15y
que tuviesen autoridad para sanar enfermedades y para echar fuera demonios: 16a
Simón, a quien puso por sobrenombre Pedro; 17a Jacobo hijo de Zebedeo, y a Juan
hermano de Jacobo, a quienes apellidó Boanerges, esto es, Hijos del trueno; 18a
Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Jacobo hijo de Alfeo, Tadeo, Simón el
cananista, 19y Judas Iscariote, el que le entregó. Y vinieron a casa.” (Marcos
3.13-19; compárese Marcos 14.10-11, 43)
Mateo: “Entonces
llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad sobre los espíritus inmundos,
para que los echasen fuera, y para sanar toda enfermedad y toda dolencia. 2Los
nombres de los doce apóstoles son estos: primero Simón, llamado Pedro, y Andrés
su hermano; Jacobo hijo de Zebedeo, y Juan su hermano; 3Felipe, Bartolomé,
Tomás, Mateo el publicano, Jacobo hijo de Alfeo, Lebeo, por sobrenombre Tadeo,
4Simón el cananista, y Judas Iscariote, el que también le entregó” (Mateo
10.1-4; compárese Mateo 26.14-16)
Lucas: “12En aquellos
días él fue al monte a orar, y pasó la noche orando a Dios. 13Y cuando era de
día, llamó a sus discípulos, y escogió a doce de ellos, a los cuales también
llamó apóstoles: 14a Simón, a quien también llamó Pedro, a Andrés su hermano, Jacobo
y Juan, Felipe y Bartolomé, 15Mateo, Tomás, Jacobo hijo de Alfeo, Simón llamado
Zelote, 16Judas hermano de Jacobo, y Judas Iscariote, que llegó a ser el
traidor” (Lucas 6.12-16; compárese Lucas 22.47-48).
Incluso Juan,
reconoce que Judas fue un miembro ordinario de “los doce” (véase Juan 6.70, 71;
12.4).
En resumen, este
análisis comparativo pone en evidencia que la tradición sinóptica no concuerda
con la tradición joánica respecto a que Judas era “ladrón”, como tampoco en lo
relativo a que él fuera la persona que sugirió que pudo haberse vendido el
perfume con el cual la mujer había ungido a Jesús.
Al final, el
quedarnos con el punto de vista de Juan o si con el de la tradición sinóptica,
dependerá mucho de si aceptamos que en este punto el evangelio de Juan
transmite o no una tradición tan antigua o más antigua que la sinóptica.
Un punto de vista muy
ingenioso al respecto, y que pienso no debemos ignorar es el de Raymond E.
Brown, cito: “Es posible que Juan nos transmita una noticia histórica que no se
ha conservado en los restantes evangelios, al informarnos de que Judas guardaba
los fondos comunes. Esta noticia hace más verosímil el diálogo de 13.27-29 y
explica el puesto de honor que Judas ocupaba junto a Jesús durante la
Última Cena. Los sinópticos parecen dar a entender que Judas podía tener en su
poder treinta piezas de plata sin levantar sospechas; ello resultaría
explicable si realmente guardaba la bolsa común. No es imposible que la
identificación joánica del discípulo irritado en Betania se deba a la tendencia
de presentar a Judas como un personaje siniestro. Sin embargo, tampoco es
imposible que, precisamente porque administraba el dinero del grupo, Judas
fuese el discípulo que protestó en Betania y que este recuerdo se perdiera en
la tradición sinóptica” (El evangelio según Juan, tomo I, página 782).
Conclusiones:
1) La Biblia más que
un libro, es propiamente una biblioteca, un conjunto de libros que
originalmente tuvieron un origen y vida, al principio, muy independiente.
2) Fue muy
posteriormente, con el surgimiento del “códice” el formato más antiguo parecido
al libro moderno (empleado ya en el mismo primer siglo de nuestra era) que se
fue estableciendo la idea de un conjunto unificado de libros. A diferencia del
“rollo”, el “códice” admitía la posibilidad de escribir por ambos lados del
papiro, pergamino o papel. Luego, la posibilidad que abrió el códice de poder
escribir varios libros en un mismo “códice”, vino a contribuir a la idea del
canon.
3) Cada libro de la
Biblia tiene un contexto histórico y comunitario propio y específico.
4) Cada evangelio de
la Biblia surgió en un contexto histórico y comunitario propio y específico.
También posee una teología propia, así como un arreglo consistente con esa
teología subyacente.
5) El Nuevo
Testamento, igual que el AT, es un conjunto de teologías, no una teología
monolítica.
6) No es correcto
exagerar la llamada “unidad de la Biblia”, tampoco habrá que llevar más lejos
de lo necesario sus diferencias y tensiones internas.
7) Es necesario que
valoremos en su justa proporción la teología peculiar y características propias
de cada libro de la Biblia. Esto incluye su propio estilo y particular
vocabulario, así como sus particulares metáforas y figuras de pensamiento.
8) El que un libro
del NT sea más antiguo que otro, no significa que posea siempre la información
más completa y e histórica respecto de muchos asuntos.
9) El que un libro
del NT sea más reciente tampoco significa que, por un lado, no posea en algunos
casos, una tradición tan antigua o más antigua que un libro que se haya escrito
primero. Por otro lado, tampoco significa que necesariamente tendrá una información
más completa.
10) Una verdadera
teología bíblica del NT, en este caso, ha de prestar mucho respeto por el
carácter de originalmente independiente de cada libro del NT. Se hace necesario
admitir con propiedad el hecho de que la idea del canon es posterior al momento
y circunstancias que hicieron necesaria la redacción de los libros del NT,
comenzando por las cartas.
11) Es un error
metodológico muy común pretender interpretar un texto por otro u otros, sin
hacer el debido análisis del primero. Lo correcto es procurar establecer el
real y sentido del primer pasaje, y en un segundo momento, establecer las
relaciones con otros textos, verificando su continuidad o discontinuidad, su
concordancia o contrastes. La verdad es que cada texto tiene su propia
teología, su propio contexto y su propia problemática, y esto es algo que nunca
se debe olvidar en la labor de interpretación bíblica.
12) El intérprete de
la Biblia no debe crear tensiones cuando los textos no las tienen, pero tampoco
debe suprimirlas cuando están en el mismo corazón de los textos bíblicos,
fabricando armonizaciones artificiales que violan los principios más
elementales de la exégesis.
13) No podemos dejar
de reconocer que la jerga, liturgia, teología y praxis cristiana de un grupo o comunidad
lectora a lo interno del cristianismo, puede estar más influenciada o
determinada por un libro especifico de la Biblia (aunque del NT principalmente)
que de otros. Por ejemplo, hay iglesias que muestran una eclesiología más
influenciada, por ejemplo, 1 Corintios; mientras que otras iglesias tienen un
eclesiología más próxima a lo que vemos en las llamadas cartas pastorales. Hay
comunidades o iglesias que tienen una doxología muy influenciada por los
Salmos, mientras que otras exhiben una influencia muy mínima o sencillamente
ninguna respecto del mismo salterio.
14) Finalmente,
tampoco se ha de perder de vista el hecho de que la posterior conformación del
canon tiene serias implicaciones para una lectura de la Biblia de conjunto;
aunque eso sí, evitando a todo costo, el caer en la llamada “deshistorización”
de los libros que componen la Biblia.
¡Hasta la próxima!
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