La parábola de “El buen samaritano” en el siglo 21




Jesús versus el liderazgo religioso de su tiempo y el nuestro

A manera de introducción:

Como se sabe, una parábola consiste en una narración por lo general ficticia, con la que se procura enseñar o ilustrar alguna verdad importante. Puede ser de tipo proverbial e incluir la apelación a la comparación o semejanza.

En la parábola que nos ocupa, los personajes involucrados son:

1) Jesús: Personaje que construye el relato y lo utiliza para dar una enseñanza concreta. Parte del perfil de este personaje que interesa para el análisis de esta parábola es que: a) Jesús es un judío creyente para el cual los textos sagrados del Judaísmo (el canon hebreo) tenían un valor normativo; b) Jesús se muestra más cercano a la corriente farisea que a la saducea que controlaba el templo; 3) Por su cercanía a la corriente farisea, Jesús podía coincidir muy bien con otros grupos judíos (como lo samaritanos, por ejemplo) en su crítica al liderazgo del Templo.
2) Un intérprete de la ley, más bien de la Toráh: Personaje dedicado al estudio e interpretación de la Toráh (núcleo canónico central y normativo para la fe judía) que le plantea a Jesús una interrogante con el objetivo de hacerlo caer en una trampa).
3) La persona que iba de Jerusalén a Jericó: De este personaje, preferentemente de nacionalidad judía, sólo sabemos tres cosas: a) Que en una ocasión mientras iba de Jerusalén a Jericó fue víctima de unos ladrones; b) Recibió de manera cruda, frustrante y desesperanzadora, la indiferencia y falta de compasión de los principales líderes religiosos y espirituales de su tiempo en la cultura judía; c) Que recibió la mano y ayuda solidaria de un samaritano (un ser despreciable en su cultura y religión).

¿ Son confiables las traducciones 

de la biblia? 

Héctor B. Olea C.





4) Los ladrones: De estos personajes tampoco sabemos mucho, pero sí podemos decir que: a) No sabemos cuántos eran, pero podemos estar seguros de que por lo menos serían dos y, preferentemente judíos; b) Asaltaron a la persona (el personaje anterior) que iba de Jerusalén a Jericó.
5) Un sacerdote: Este personaje, de la línea saducea, representa el nivel más alto de la dirigencia espiritual y religiosa judía del tiempo de Jesús, y que tenía al Templo como el eje central de su oficio. Era, pues, el sacerdote, la persona que encabezaba el máximo tribunal político religioso judío, el Sanedrín.



6) Un levita: Personaje que si bien no tenía el rango del sacerdote, no obstante, desempeñaba un papel de cierta importancia el Templo. Se cree que para el tiempo de Jesús el levita desempeñaba un papel importante en la liturgia del Templo, específicamente en lo que al canto y la música se refiere. Este personaje al igual que el sacerdote dependía de la contribución de la comunidad para su sustento.
7) Un samaritano: Este personaje, por ser “samaritano”, por lo general era una persona sumamente repudiada y mal vista por los judíos; considerada “hereje”. 



Es, pues, el personaje que hace suya la dificultad de la persona que fue asaltada (a pesar de ser judío). Es también el samaritano, por su acción, el personaje ideal recomendado por Jesús para dar una muestra concreta de lo que significa “ser prójimo” (tener misericordia, amor, compasión, etc.). Fue el samaritano, y no el sacerdote y el levita, la persona de la cual Jesús pudo decir: “Ve y haz tú lo mismo”.


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Las principales razones para el repudio judío a las personas de origen samaritano son las siguientes: a) Sólo aceptaban como normativo (canónica) la Toráh (el Pentateuco); b) Rechazaban el Templo (centro de la religiosidad y espiritualidad judía), pues tenían su propio lugar de adoración en el Monte Gerizím (compárese Juan 4.20).



Un pasaje bíblico del Nuevo Testamento que ilustra muy bien la imagen negativa que tenían los judíos de los samaritanos es Juan 8.48, cito: “Los judíos le dijeron entonces: —Tenemos razón cuando decimos que eres un samaritano y que tienes un demonio” (compárese Juan 4.7-9).

De todos modos, tenemos tres casos sumamente interesantes y llamativos en el Nuevo Testamento en relación a Jesús, que involucran o mencionan muy positivamente a personas de origen samaritano: primer caso: cuando en una ocasión Jesús sanó a diez leprosos y sólo el samaritano fue agradecido (Lucas 17.11-19); segundo caso: el samaritano de la parábola que nos ocupa (Lucas 10.25-37); tercer caso: el encuentro de Jesús con la mujer samaritana (Juan 4.1-40).


8) El hombre del mesón (especie de médico) que curó a la persona judía que fue víctima del atraco.

Ahora bien, después la breve, pero precisa descripción histórica de cada uno de los personajes envueltos en el relato de Lucas 10.25-37; pasemos ahora a realizar la sustitución de lugar, en nuestra actualización y versión moderna de dicho relato.
1) Jesús. A este personaje, por ser la pieza clave del rompecabezas, lo dejaremos intacto, sólo que lo introduciremos forzosamente en el siglo 21.
2) En el papel del intérprete de la Toráh, vamos a colocar a cualquier persona o líder de cierta prominencia como intérprete autorizada en los contextos de las distintas tradiciones o confesiones cristianas; persona que se siente muy segura y hasta presume de su ortodoxia, por ejemplo, un teólogo (a), un (a) exégeta, profesor (a) del seminario, etc.
3) En el papel de la persona que fue víctima de los ladrones o malhechores, vamos a colocar a una persona que día a día tiene que salir a la calle a buscar su sustento y el de su familia de manera lícita y responsable.
4) En el papel de los ladrones, vamos a poner a muchos de esos tantos que hoy, como ayer y siempre, han optado por ganarse el sustento y adquirir algún bien, apropiándose de lo ajeno por medios violentos e ilícitos, arriesgando incluso, la vida de sus víctimas.
5) En el papel del sacerdote, vamos a colocar a las personas que en nuestras respectivas tradiciones teológico-eclesiales ostentan el grado mayor dentro de su respectiva “escala ministerial”.
6) En el papel del levita, pienso que podemos colocar a cualquiera de los personajes que nuestras respectivas tradiciones teológico-eclesiales ostentan la función equivalente a un segundo o tercer rango en la “escala ministerial” incluso cantantes o adoradores, músicos, ancianos, etc.
7) En el papel del samaritano, es obvio que tenemos que colocar u personaje que sea bastante despreciable y muy mal visto por la generalidad de nuestras respectivas tradiciones teológico-eclesiales. Dado el contexto actual y, conociendo muy bien la cultura y el tradicional folclore evangélico, desde mi particular punto de vista, pienso que el ideal sustituto en el siglo 21, del samaritano del primer siglo de la era cristiana, es una persona homosexual (hombre o mujer), una persona que admite públicamente que en lugar de una relación heterosexual, práctica y vive su intimidad sexual (coito-genital), desde una perspectiva homosexual.



En el papel del hombre del mesón, pienso que no debe haber problemas en que coloquemos a cualquier persona capaz de ofrecer los primero auxilios (y un poco más) en una clínica u hospital de hoy día, o en su propio hogar, en caso de tratarse de una región rural, no urbana.

Habiendo hecho las equivalencias de lugar, pasemos, pues a la trama:

Caminando Jesús, como de costumbre, cierto día, por las afueras de una de nuestras humildes ciudades latinoamericanas, se le acercó un líder prominente de una de las distintas tradiciones teológico-eclesiales de hoy, y le pregunta:
Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?” “¿Qué tengo que hacer para conseguir la vida eterna?”

A lo que Jesús responde: “¿Qué dice, al respecto, la Biblia según la particular interpretación de tu tradición teológica y eclesial? ¿Qué dicen al respecto los documentos confesionales y estatutos de tu iglesia? ¿Qué opinan los principales líderes de tu iglesia, al margen de lo que en realidad afirman los documentos oficiales de la misma?”

A continuación, el notable interlocutor del maestro, responde:
“Bueno, maestro, entre muchísimas otras cosas que ni te imaginas y que es mejor no mencionar aquí, te haré el siguiente resumen:
“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo

Ante esta aparente acertada respuesta, Jesús, quizás, con cierto sarcasmo, le dice:
Bien has respondido; haz esto, y vivirás”. Además le dijo, “Oye, por tu respuesta, pienso que eres una persona que cuenta con una imagen envidiable dentro de tu propia tradición teológico-eclesial; es más, pienso que no deben ser pocas las personas que anhelan ser como tú, y estar en la posición en la que te encuentras. Te animo a seguir como vas, pues imagino que Dios debe estar orgulloso de tener representantes como tú en la tierra.

Pero el prominente interlocutor del maestro no duró mucho tiempo para 
decepcionarlo (y hacerlo pensar que posiblemente habló demás y a priori cuando lo animó a seguir como iba; sin embargo, no es de dudar que el sublime maestro haya hablado con cierto sarcasmo, pues todos saben que a él no lo engañan tan fácilmente y que las apariencias no lo inmutan).

Pues bien, el locuaz interlocutor del maestro no tardó en desnudarse, en quitarse la máscara, cuando haciéndose el tonto, expresó:
“Maestro, uno de los grandes problemas que he tenido para practicar lo que sé que es correcto, es que no sé, ni tengo idea de quién es mi prójimo. En ese sentido, te pregunto, “¿quién es, pues, es mi prójimo? ¿Me podrías ayudar a clarificar y definir con propiedad este concepto, por favor?

Ante tales palabras, todavía con la cara de asombro, y también haciéndose el tonto, el reputado maestro apela a un interesante relato, a fin de ser lo más claro e ilustrativo posible (y con tal de evitar a ultranza las muchas veces ineficaces abstracciones). A continuación, las palabras del maestro fueron:

Un hombre descendía de la capital de un bello país latinoamericano hacia uno de sus barrios marginales, pero no puedo ir muy lejos, pues cuando todavía no se había alejado mucho del centro de la ciudad cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron; e hiriéndolo, se fueron, y lo dejaron por muerto. Poco tiempo después, aconteció que pasó un líder prominente de una de las más connotadas iglesias del cristianismo protestante y evangélico de ese país, un líder máximo en su escala ministerial (un ministro ordenado, un obispo, superintendente, supervisor, presidente, etc.); pero ¿sabes qué?, éste líder paso de largo, como si nada, sin siquiera detenerse a considerar las condiciones y el grado de las heridas del pobre hombre que había sido atracado.

¿Cómo va a ser?, exclamó su interlocutor. ¡Dios mío, no lo puedo creer! ¿Será que este hombre no conoce a Dios, a pesar de hablar tanto de él?”
A lo que el maestro responde:

“Espera, que el asunto no queda ahí, pues a continuación pasó otro líder, de un rango inmediatamente posterior al primero, y llegando cerca de aquel lugar, y viendo al pobre hombre herido, también pasó de largo, y ni siquiera dijo esta boca es mía.

¿También?, Exclamó su interlocutor. Pero además agregó: “En verdad estoy sorprendido; lo voy a creer porque me lo está diciendo una persona de tu calidad y solvencia moral, maestro.

Luego, un poco pensativo, continuó el maestro, y dijo:
“Pero luego pasó un hombre homosexual (con todos los rasgos, amaneramientos, gestos y actitudes que lo distinguen como tal); pero resulta que este homosexual se detuvo, se acercó al hombre herido, sintió compasión y misericordia de él, le preguntó cómo se sentía; a seguidas vendó sus heridas, le dio los primeros auxilios, lo montó en su automóvil, cuidó de él, y lo llevó al pequeño hospital del barrio (donde por cierto lo conocía muy bien y hasta tenía crédito).

Además le dijo a la modesta administración del pequeño hospital que atendieran al herido con el mayor esmero posible, como si fue él mismo o algunos de sus parientes que ellos conocían; también le dijo que no se preocuparan por su inversión, pues él se haría responsable de la cuenta, sin importar cuál fuera el monto final. De todos modos, lo cierto es que este hombre con notables rasgos de ser homosexual, no tuvo reparos en avanzar un poco de su dinero para cubrir los gastos iniciales del tratamiento médico del herido, asumiendo, obviamente, la responsabilidad de cubrir todo lo faltante.

Al terminar el relato y, observando bien la cara de asombro de su prominente interlocutor, el maestro le dice:

“¿Quién, pues, de estos tres (el máximo líder eclesial, el segundo líder también de cierta importancia eclesial, o el homosexual) te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones?”

Con cierto asombro, pero sin cara de tonto ahora, y con toda franqueza; el distinguido interlocutor del maestro, responde:

“El hombre que a pesar de su imagen cuestionable y desechable conducta, tuvo misericordia y compasión de él, o sea, el homosexual”


Entonces Jesús, el maestro por excelencia, le dijo:
“Bien has respondido, no tengo dudas de que ya estás claramente al tanto de quién es tu prójimo. En consecuencia, lo único que te pido es que a partir de ahora tú hagas lo mismo; vete y no hagas lo que hicieron los dos líderes espirituales que te mencioné; aunque te parezca extraño, ve y haz lo que hizo el varón homosexual. Te lo digo yo, que sé muy bien lo que te estoy diciendo.

No le hagas caso a personas que como los dos líderes que pasaron primero y, que a pesar de su imagen y posición ministerial; sin embargo actuaron como si no conocieran al Dios al cual presumen conocer, incluso dicen representar y hasta dicen hablar en su nombre. De ellos cuídate, y no te dejes engañar.”
¡“Hazme caso, y no olvides que «guerra avisada, no mata soldado»”!¡“Hasta luego! ¡Dios esté contigo”!


¡Hasta la próxima!

   

4 comentarios:

  1. Parecía interesante la lectura hasta llegar a la comparación del buen samaritano con un homosexual. Talvez había algo mas claro despues, pero perdón ya no la leí. Con el respeto que se merecen los homosexuales, el samaritano de la parábola siempre representó a Jesús, quien sigue siendo rechazado y despreciado hasta hoy. A los homosexuales lo ubicaría en el lugar del hombre que cayó en mano de ladrones, que es el lugar que nos corresponde a todos los pecadores que necesitamos la ayuda del samaritano, o sea del salvador Jesucristo.

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    1. Totalmente de acuerdo con usted, gracias por ayudar aclarar y defender la palabra de Dios.

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  2. Nada que ver con esas comparaciones tan equibocadas, no quiero pensar que alguien que defienda la bandera multicolor halla escrito esto, perdón pero el buen samaritano es nadamás y nada menos que el Señor de toda gracia. Dios les bendiga.

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  3. Como historiadora, le recomendaría leer un poco a Ireneo de Francia a Clemente de Alejandría, los dos son del siglo II d.C, así tendrá un panorama más claro de que es esta parábola. Le ayudará mucho a pulir el ensayo.

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