Importancia del dominio del griego koiné para el estudio académico de la
Biblia
Cuestiones de exégesis, crítica y traducción bíblicas
Héctor B. Olea C.
En el marco de un estudio crítico y académico de los textos del llamado Nuevo Testamento, si el objetivo es leer la versión de la Biblia Hebrea que leyeron los autores del Nuevo Testamento, si la meta es leer los textos de la Biblia Hebrea con los mismos ojos que los autores del llamado Nuevo Testamento (relativamente por cierto), si la idea es poder tener acceso a las formas textuales que sirvieron de base a los autores del Nuevo Testamento.
Entonces, muy a pesar de lo que contrariamente piensan muchas personas, el estudio del griego koiné y el acceso a la clásica versión griega de la Biblia Hebrea (Septuaginta) vienen a ser aquí los recursos indispensables.
Consecuentemente, el estudio de la lengua original de la Biblia Hebrea (hebreo y arameo) y el acceso a la Biblia Hebrea, pasan a un importante e insustituible segundo plano.
En tal sentido y, en este contexto, la apelación a la lengua hebrea y al texto hebreo de la Biblia Hebrea tendría los siguientes objetivos:
En primer lugar, verificar (en casos concretos) las similitudes y diferencias que existan entre las formas textuales que tuvieron a mano (y de las cuales dependieron) los autores del Nuevo Testamento, y las formas textuales que nos han llegado vía la tradición masorética.
En segundo lugar, verificar y constatar un posible e indiscutible mal entendido por parte del traductor griego (“a menudo los traductores griegos no conocían el significado de los términos hebreos que traducían, por lo que algunos términos y expresiones de la versión griega no pasan de ser meros barruntos o conjeturas”, Julio Trebolle Barrea, «La Biblia judía y la Biblia cristiana», página 352).
En este punto, un ejemplo demasiado notable consiste en la cuestionable traducción de la palabra «torá» (“instrucción”), con la palabra «nómos» (“ley”).
Como ejemplo concreto quiero poner de relieve la forma en que en el Salmo 119, un himno a la «torá», la versión griega (Septuaginta) tradujo la plabra hebrea «torá» con «nómos» (ley), traducción que se lee también en muchas versiones de la Biblia (convirtiendo “un himno” a la «torá» en “un himno” a la «ley»).
Pues bien, en la versión Reina Valera 1960 la palabra «ley» se encuentra en veinticinco (25) ocasiones en el Salmo 119 en los siguientes versículos: 1, 18, 29, 34, 44, 51, 53, 55, 61, 70, 72, 77, 85, 92, 97, 109, 113, 126, 136, 142, 150, 153, 163, 165, 174.
Por supuesto, estas veinticinco menciones de la palabra «ley» en la versión Reina Valera 1960, es el reflejo de la presencia de la palabra griega «nómos» (ley) en dichos versículos, muy a pesar de que el texto hebreo en realidad empleó la palabra «torá».
Consecuentemente, es la influencia de la Septuaginta la que explica tanto la forma en que las versiones y traducciones castellanas de la Biblia han empleado la palabra «ley» en la traducción de la Biblia Hebrea (como AT, a pesar de que el texto hebreo emplea la palabra «torá»), y la forma y presencia de la palabra «ley» en el Nuevo Testamento mismo, en textos y contextos en los cuales en el pensamiento hebreo subyace el concepto de «torá».
En tal sentido, me parece sumamente interesante la oportuna y precisa puntualización del «Diccionario del Judaísmo» de Johann Maier y Peter Schafer, publicado por Verbo Divino en 1996, cito:
“El significado básico de Toráh va en la línea de «instrucción» o «doctrina». Traducir el término simplemente por «ley» como hicieron las versiones latina (lex) y griega (nomos), cubre sólo un aspecto menor del significado, y entraña un reduccionismo que puede dar lugar a diversos malentendidos.
Para el judaísmo talmúdico, la futura era mesiánica no supondrá la abolición de la Toráh ni su sustitución por otra nueva -como se afirma en la carta a los Romanos (Romanos 10.4)-, sino que producirá su plena y más exacta comprensión, puesto que ahora, en el presente, está oscurecida por sus inevitables confrontaciones (Esdras 8.7).
En la época moderna, el judaísmo ortodoxo mantiene con la mayor firmeza la absoluta inmutabilidad de la Toráh, mientras que el judaísmo reformado se inclina a prescindir de bastantes conceptos tradicionales relacionados con la interpretación y la comprensión de la Toráh” (páginas 396-397).
Finalmente y, en tercer lugar, la apelación a la lengua hebrea y al texto hebreo de la Biblia Hebrea tendrá como objetivo el confirmar que la Septuaginta refleja y concuerda con un texto hebreo distinto al de la tradición masorética testimoniado incluso en Qumrán.
Al respecto observa Julio Trebolle Barrera: “El dato más importante aportado por los manuscritos de Qumrán es, en definitiva, el hecho de que la versión de los LXX refleja en algunos casos un texto hebreo diferente al conocido por la tradición masorética posterior. Tal es el caso de los libros de Jeremías y Samuel” (misma obra y página citada).
Por ejemplo y como caso ilustrativo y muy llamativo citado por Julio Trebolle Barrera (misma obra y página citada), consiste en la forma en que la frase con tinte mitológico pagano “los hijos de Dios- de los dioses”, en Deuteronomio 32.8, testimoniada en Qumrán -4QDtq, y por la Septuaginta –“anguélon theú”: “ángeles de Dios”; es sustituida en el texto masorético por la frase “hijos de Israel”).
Consecuentemente, es preciso poner de relieve que la realización de una evaluación seria, crítica y académica de la forma en que la versión griega tradujo un término o una construcción sintáctica hebrea (y de la forma en que un texto del Nuevo Testamento refleja o toma distancia de la Biblia Hebrea y se conforma a la versión griega, incluso si en realidad toma distancia tanto de la Biblia Hebrea como de la versión griega); demanda que la persona que pretenda llevar a cabo dicha tarea tenga un conocimiento mucho más que elemental de la lengua hebrea como de la lengua griega.
Por supuesto, también habrá de contar con mucho más que simples prejuicios dogmáticos y doctrinales, con mucho más que meras preocupaciones teológicas y compromisos teológicos institucionales.
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