A propósito del mes de la Biblia
Héctor B. Olea C.
En primer lugar, respecto de textos específicos, te pondrás al tanto de que la traducción que exhibe la versión (o versiones) de tu preferencia no es la única, y muy posiblemente tampoco sea la mejor, ni la mejor sustentada.
En segundo lugar, te colocarás en la situación de poder confirmar si en verdad puedes ser tan crítico y no muy complaciente con el equipo responsable de la producción de la versión o versiones de la Biblia de tu preferencia, como lo eres respecto del equipo de cualquier otra versión de la Biblia.
Después de todo, ninguna, absolutamente ninguna versión de la Biblia es perfecta, ni mantiene la misma calidad y consistencia de principio a fin.
Por ejemplo, me llama la atención la forma acrítica en que algunas personas defienden la traducción desacertada de algunas versiones de la Biblia sólo porque teológicamente se sienten identificadas y comprometidas con la línea teológica de los agentes difusores de esas versiones, y porque en dicho equipo participaron ciertas personalidades.
Pero, ¿y qué de la evaluación crítica del trabajo final a la luz de las características propias de las lenguas bíblicas y de la lengua a la que se hizo la traducción (en nuestro caso el castellano o español)?
En tercer lugar, podrás constatar la curiosa pero muy realista y siguiente paradoja: el que una versión de la Biblia que goza de mucha aceptación, que verdaderamente ha sido un éxito comercial, que ha sido asumida como una versión muy buena incluso excelente por un gran sector de la cristiandad; sin embargo, exhibe una traducción pésima e inaceptable en algunos casos, en la traducción de ciertos textos específicos; y por otro lado, que una versión de la Biblia, por lo general bajo sospecha, al menos en ciertos círculos y sectores de la cristiandad, exhibe, por el contrario, una traducción óptima, incuestionable y hasta insuperable en muchísimos casos (incluso respecto de algunos de los textos donde la versión con una mejor imagen pública no ha resultado acertada).
En cuarto lugar, probablemente llegues a la conclusión de que el estudio serio, diligente, crítico, académico y con aspiraciones de ser propiamente exegético, no es un asunto tan sencillo, de tan sólo unos pocos minutos al mes; y muy probablemente también concluyas en que es mejor dejarle esa tarea a otras personas, por supuesto, no sin antes intuir que dicha labor no es tan necesaria y al final ni tan espiritual como se supone que debería ser.
En quinto lugar, si en verdad lo haces con una actitud abierta y crítica, te enterarás de que en la traducción de algunos textos específicos, existe una especie de componenda general (a pesar de haber muchísimas razones para que no exista tal uniformidad), al menos en una gran mayoría de las versiones de la Biblia, para no traducir de manera acertada, impidiendo así que las personas y comunidades lectoras se percaten de lo que en realidad dicen dichos textos.
En sexto lugar, te darás cuenta de que en muchos casos, debido a la forma y características que exhibe el texto bíblico recibido en su idioma original, la traducción de ciertos textos bíblicos es sin duda muy problemática y difícil, por lo cual su traducción debe ser propuesta y asumida con humildad, sencillamente como tentativa, sin dogmatismo alguno.
En séptimo lugar, llegarás a la conclusión de que, en definitiva, el estudio bíblico (así como el estudio y la reflexión teológica) que parte y se sustenta sólo en textos traducidos, tiene sus límites, limitantes e insalvables obstáculos, muy a pesar de lo pretencioso y ambicioso que se muestre.
Consecuentemente y, por supuesto, el estudio bíblico y teológico que se sustenta en la apelación a traducciones que muestran el texto bíblico fuente (hebreo, arameo y griego) como en las versiones interlineales, pero sin los elementos de juicio para juzgar dichas traducciones; al final tiene las mismas limitantes y obstáculos que el estudio bíblico que se sustenta en una versión ordinaria de la Biblia, así de sencillo.
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