Héctor
B. Olea C.
Para la teología
paulina, y luego para todo el pensamiento cristiano, el estar en Cristo implica
venir a ser (en alguna forma, en una forma mística, espiritual), una “nueva
criatura” (2 Corintios 5.17, griego “kainé ktisis”), otra traducción una “nueva
creación” (Gálatas 6.15, griego “kainé ktisis”), en otras palabras, un “nuevo
hombre”, un “nuevo ser humano” (Colosenses 3.9 y Efesios 4.24, griego “ton
kainón ánthropon”).
Ahora bien, el
problema es que por lo general este concepto esencialmente paulino, se ha interpretado
suponiendo la eliminación de una serie de cosas en muchos casos sencillamente
humanas, que de manera intrínseca o per se no constituyen algo negativo o
perjudicial.
La dificultad está en
que por lo general se ha interpretado el concepto de Pablo en cuestión, como
haciendo referencia a una nueva forma de vida en la cual no puede tener
presencia cosa o práctica que se entienda que nos proporcionó mucha satisfacción
y placer, aquello por lo que sin ser cristianos delirábamos y disfrutábamos
mucho, cualquier experiencia gratificante en suma, nada de lo que nos proporcionó
placer antes de ser cristianos (lo que fuere), esencialmente cuestiones ligadas
al sexo, a la intimidad, a injerir ciertas comidas o líquidos, etc.; sin embargo,
si bien es posible que algunas de estas cosas pudieran representar elementos negativos
en algún sentido, en alguna forma, lo cierto es que según los textos paulinos, el
concepto de “nueva creación” o “nuevo ser humano” no se definió bajo estos
parámetros.
Es más, por el contexto,
una de las cosas que según Pablo también forma parte de las primeras o viejas
cosas que pasaron (2 Corintios 5.17), consiste el haber conocido al Cristo
físico (el Cristo humano, el Cristo observado por la simple óptica humana, la
llamada figura histórica de Jesús), el cual es casi seguro que Pablo no conoció
(considérese 1 Corintios 1.22, 30; 2.2; 3.9-11; 15.20).
Además, por la forma
en que en su peculiar vocabulario antropológico teológico Pablo establece un
indiscutible contraste entre “el viejo hombre” (la pasada o antigua manera de
vivir, según los criterios propiamente paulinos), y “el nuevo hombre” (la nueva
forma de vivir, según los criterios propiamente paulinos), paralela a la
distinción entre “el judío en lo interior” (el cristiano y verdadero judío en
términos paulinos) y “el judío en lo exterior” (el judío que no se identifica
con la vida cristiana, según Pablo), considérese Romanos 2.28-29; no parece
inverosímil afirmar que en Gálatas 5.18 cuando Pablo afirma que la persona guiada
por el Espíritu no está sujeta a la ley (Torá en términos judíos), por un lado,
está afirmando que la persona que está en Cristo no está sujeta a la Torá (como
los judíos), y que la persona que se atiene a la ley (más bien a la Torá como
los judíos), no es guiada por el Espíritu, y en consecuencia, está sujeta a los
deseos de la carne (no es espiritual).
En tal sentido, cabe
preguntar: ¿Qué tan espiritual, qué tan sujeta al Espíritu, según el
razonamiento paulino, estuvo la figura histórica de Jesús, que evidentemente no
fue cristiana, y que, a pesar de su profundización de la Torá, incluso
alejamiento de la Torá, según otros, asumió la Torá como fundamento para su
razonamiento y comportamiento(considérese Mateo 5.17; Marcos 12.28-34; Lucas
16.31), y que en definitiva no empleó el vocabulario teológico de Pablo, ni sus
peculiares distinciones entre el judío histórico (el judío externo pero no
guiado por el Espíritu) y el cristiano en los términos paulinos (el judío en lo interior, el legítimo
judío, el legítimo y verdadero descendiente y heredero de Abraham)?
Por otro lado, llama
la atención que ciertas actitudes que para el pensamiento paulino sí
constituían factores negativos propios de la forma de vivir antes del estar en
Cristo, sean, sin embargo, tan recurrentes y tengan una presencia tan notable y
persistente en el seno de las comunidades de las personas que se definen precisamente
como “nuevas criaturas”, “la iglesia”, el “cuerpo de Cristo”. Por ejemplo, el
mentir, el robar o apropiarse de lo que no es suyo, el proferir palabras con
malas intenciones, cargadas de malas intenciones, palabras deshonestas,
palabras expresadas sin ninguna intención de querer cumplirlas, la ira, la falta
de misericordia, etc. (Efesios 4.25.31).
Consecuentemente, se
hace urgente redefinir el concepto paulino de “nueva criatura” (nueva creación,
nuevo ser humano) precisamente a la luz de los textos paulinos (principalmente
los legítimamente paulinos, y los deuteropaulinos), evitando la forma tan
reduccionista en que popularmente se lo ha definido; en muchos casos sencillamente
con base en la experiencia negativa de algunas personas en particular, en
ciertas preocupaciones básicamente éticas, así como en conformidad con algunas
formas de pensamiento que implican un concepto muy negativo de la naturaleza
humana, de lo natural, como el gnosticismo y la idea del “pecado original” que,
por cierto, no es una creencia judía, ni una creencia propiamente enseñada por
los autores del Nuevo Testamento; así de sencillo.
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