Ciertamente, parece que la fe y el amar a Dios
van por caminos diferentes. Por un lado, mientras que para el autor de Hebreos,
la fe es la certeza de algo que no está en nuestro horizonte, que quizá
imaginamos, pero que en realidad no vemos (Hebreos 11.1); por otro lado, el
amar a Dios se vuelve difícil, quizá imposible, precisamente porque si bien nos
hacemos de Dios toda imaginación posible (ya sea como inmanente, ya sea como trascendente);
según el autor de la primera carta de Juan, no parece acertado decir que
podemos amar a alguien que en realidad no vemos, y que en verdad nunca hemos
visto (1 Juan 4.20-21); entonces, ante la ausencia o invisibilidad de Dios, ahí
están tus semejantes, sin distinción ni discriminación alguna, así de sencillo.
¡Buenos días!
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