Un caso muy personal
Héctor
B. Olea C.
El que miles de
generaciones de personas creyentes y devotas a Dios desaparezcan de la faz de
la tierra confirma dos cosas: 1) que la muerte, al margen de cualquier teoría o
teología del pecado original, es parte natural de la existencia misma del ser
humano, a pesar de lo dolorosa que resulta ser. 2) que, sin duda alguna, no hay
oración, milagro, o cadena de milagros que impida que el ser humano (a pesar de
su fe, entrega y devoción a Dios) falte a su cita con la muerte.
Me parecen
pertinentes aquí las palabras del profeta Isaías cuando dice: “¿Qué tengo que
decir a voces? Que toda carne es hierba, y toda su gloria como flor del campo.
7La hierba se seca, y la flor se marchita, porque el viento de Jehová sopló en
ella” (40.6 y 7).
También las
siguientes palabras del Salmo 103.15 y 16 “El hombre (el ser humano), como la
hierba son sus días; Florece como la flor del campo, 16Que pasó el viento por
ella, y pereció, Y su lugar no la conocerá más.”
Esta triste pero
realista reflexión la externo a propósito del penoso y doloroso estado agónico
de mi padre (Pascual Olea Reyes de 68 años), fruto de un cáncer que
definitivamente está marcando su cita con la muerte. Me es preciso decir que ha
sido mi padre una persona totalmente dedicada al servicio a Dios; en principio
como simple cristiano, luego como músico (guitarrista) y cantor, así como líder
eclesial en distintas etapas de su vida, tanto como maestro de escuela
dominical, líder juvenil, y finalmente como pastor pentecostal por más de
treinta y cinco años junto a mi madre (Josefa Cordero Guerrero, generalmente
conocida “Luvita”).
También debo decir
que el don musical que poseo lo heredé de mi padre, aunque penosamente no
heredé de mis padres el precioso don de cantar que ambos poseen, aunque por lo
menos sí entono. Esto así pues tanto mi padre como mi madre poseen unas
excelentes dotes y voz para el canto. Finalmente, puedo recordar con cierto
dolor y nostalgia, pero con mucha satisfacción también, las muchas veces que vi
a mi padre tocar y cantar con su guitarra tanto en los cultos como cuando
salíamos juntos a realizar visitas evangelísticas. ¡Qué bellos e inolvidables
momentos aquellos!
De igual forma
recuerdo el precioso dúo que hacían mis padres, y de la forma en que adoraban a
Dios y deleitaban a muchas personas con su música y su canto. Precisamente, una
canción histórica con la que mis padres a dúo deleitaron a muchas personas
(incluyéndome a mí) se titula: “Mi Dios y yo”.
En verdad no puedo
negar que el origen de lo que soy, así como de las cosas que hoy puedo hacer en
estos caminos de fe; sin duda habrá que buscarlo en la vida devota y de fe de
mi padre y de mi madre.
¡Gracias a Dios por
el padre que me diste!
¡Gracias, Dios, por
mi padre y por mi madre, porque sin cuya vida devota y de fe (sin su ejemplo),
es imposible explicar la mía!
¡Hasta la próxima!
Se agradece en el corazón, tan sentidas letras que nos motivan a valorar a los que nos preceden y lo efímero de nuestra propia existencia.
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